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  • Foto del escritorPaula Moreno

Un ideal compasivo comunitario

Hay un silencio breve tan hondo tan sencillo, que a su paso los otros silencios van callando. Es el más escondido, el que guardan las nueces antes de ser abiertas. Si se pierde, llorando, salen a rescatarlo.

Edith Vera.



Suelo pensar y sentir que el silencio precede a la conexión. Como si tuviéramos que hacerle lugar para estar con nosotros mismos y luego salir hacia el afuera.

Conectar con otros es una bendición que no vienen dada, sino que guarda la posibilidad de ser creada, construida.


Si buscara los ingredientes de la conexión, con la intención de ponerlos en una lupa, explorarlos, sentirlos, respirarlos… Si jugara a tener en mis manos una receta de la conexión, leería:

  • Un Otro/a

  • Una mirada atenta

  • Un corazón abierto

  • Una escucha despojada

  • Confianza, mucha.

Decido quedarme con la lupa en la mano y la acerco a la confianza.

La etimología de esta palabra me genera calidez:


KOM: junto, cerca de

FIDERE: confiar

FIDES: lealtad


Permanecer con lealtad junto a otro. Creer en el otro estableciendo una conexión, sentir seguridad en una persona. Posibilidad de sentirse visto por otro y recibido incondicionalmente.

Entonces entiendo que la receta podría finalizar ahí porque el resto de los ingredientes se desprenden de la confianza.

¿Qué sentís cuando estas confiado? ¿Cómo está tu cuerpo, tus pensamientos, tus emociones?


Probablemente el cuerpo se encuentre relajado, sentiremos calma, podremos acceder a nuestros recursos y por sobre todas las cosas, no nos sentiremos juzgados.

Si acerco un poco más la lupa, surge la sintonía y la resonancia. Esta sintonía, que, gracias a nuestras neuronas en espejo, se nutre de la percepción de las señales no verbales del otro.

Si te sugiero que recuerdes un momento donde te sentiste sentido por otro, ¿Qué recordarías?


Seguramente coincidiremos en hallar un gesto, un tono de voz, una expresión, una postura que otro nos regaló.

La posibilidad de resonar con otro al sentirnos sentido, vistos, implica que ambos nos incorporamos a la mente del otro y al sintonizar mutuamente, resonamos.

Para ello, cada uno de los integrantes de esta conexión, permanece abierto, curioso, aceptando al otro de una manera genuina.


Es allí cuando nuestra neurocepción (detección sin conciencia) entra en juego. Evaluando las señales de peligro. Si no las encuentra, nuestro sistema de conexión social se activa. Nuestra respiración estará calma, nuestro ritmo cardíaco regulado, podemos mirar las caras de quienes están a nuestro lado, podemos confiar, podemos explorar ese vínculo, buscamos cercanía.


Stephen Porges dice que la confianza es un estado de receptividad que llama “amor sin miedo”. Tiene todo el sentido ¿verdad?. Si nuestro sistema nervioso hubiese detectado peligro, miedo, si no hubiera un otro en quien apoyarme, que me consuele, que me perciba, no podría confiar en ese vínculo.


¿Es posible que ayudemos a nuestro sistema de conexión social a activarse?

Claro que sí. Las prácticas de mindfulness y compasión nos permiten ampliar nuestra conciencia.

Podemos recurrir a ellas, para notar, entre muchas otras cuestiones, si estamos ante un peligro, si este peligro es interno o externo, si es verdadero o no, podemos intentar volver a la calma, siempre que este peligro no sea real.


Existen distintas prácticas que colaboran con esta intención: ampliar nuestra conciencia y fortalecer nuestro sistema de regulación de calma. Cultivar compasión hacia nosotros mismos y hacia los demás.

En base a estas prácticas, tuve la oportunidad de compartir con distintos grupos de trabajo, lo que denominé: “Ideal compasivo comunitario”


Basándonos en la práctica del ideal compasivo, donde podemos crear en nuestra mente una imagen que condense las cualidades de la compasión: fortaleza, sabiduría, amorosidad, bondad, coraje para despertarlas en nosotros mismos. De la misma manera, podemos crear a nivel grupal, una imagen compasiva ideal pero comunitaria.


Primer paso


Buscamos una manera de regulación compartida.

Este paso implicó un trabajo previo con cada integrante, donde pudieran encontrar formas personales de auto regulación emocional, conductual y fisiológica.

Luego procedimos a buscar una manera que les permita regularse en grupo. Algunos buscaron rituales sensoriomotores o somatosensoriales como forma de regulación compartida.


Aparecieron como prácticas desayunos compartidos, recordatorios grupales para volver a la calma, aromas compartidos para activar la tranquilidad, gestos amorosos que instalaron como códigos para volver a la calma.


Con una familia realizamos el “bastón familiar”: es una rama de árbol o un pedazo de madera donde cada uno aporta desde su individualidad Los adornos conllevan objetos o figuras que son valiosos para cada integrante y que a su vez son parte de la identidad familiar. Algunos relatan historias de la familia, cantos, comidas, recuerdos que forman parte de este bastón.


Segundo paso


Creamos procesos de co regulación entre los integrantes del grupo. Se buscaron experiencias concretas, vividas como grupo donde se hayan sentido co regulados por sus compañeros.

Estas experiencias que recorrimos poco a poco, nos permitió explorar lo que provocaban a nivel emocional, fisiológico, de creencias, de pensamientos, en cada uno y en el grupo. Se convirtieron en anclajes para el día a día. Anclajes de calma.


En esta etapa se suma una práctica de agradecimiento a cada uno por estar disponible amorosamente para el otro. Suele ser muy hermoso fabricar una cajita o botellita donde puedan poner una tarjeta o papelito con ese agradecimiento y tenerla en algún lugar de la casa o del espacio de trabajo que comparten.


Tercer paso


Buscamos un ideal compasivo compartido (los participantes ya habían tenido prácticas del ideal compasivo propio). Para este objetivo, exploramos en las fortalezas que los sostenía como comunidad. Recordaron experiencias compartidas donde se hubieran desplegado.


Poder mirarse como comunidad en estos aspectos suele ser sanador. Momentos donde pudieron ampliar la mirada frente a un problema, cuando se dijeron alguna palabra amorosa, cuando estuvieron al lado de algún integrante simplemente sosteniéndolo, o cuando atravesaron juntos alguna crisis.

Buscamos cómo las cualidades de la compasión están vivas en esa comunidad y cuáles necesitan reforzar.


Cuarto paso


Se les pidió que dibujaran el ideal compasivo comunitario, con los colores que creían que podía tener, con el movimiento con el que lo identificaban, con los detalles que manifestaran las cualidades que necesitaban iluminar como comunidad y que ese ideal ayudaría a despertar en ellos como grupo.


Probablemente, este ideal compasivo comunitario esté relacionado con el momento que ese grupo esté atravesando. Esto genera una condición muy buena, ya que podrá renovarse la intención cada vez que necesiten ajustar esas cualidades que quieren desplegar.


En un grupo de trabajo de tres integrantes, las mismas se imaginaron como ideal compasivo una camioneta llena de recursos, donde ellas mismas estaban dentro con una mochila donde guardaban sus propios recursos. Estas mujeres usan en su vida diaria una camioneta para llevar adelante su trabajo comunitario.


Ellas eligieron esta imagen como sinónimo del viaje que estaban iniciando juntas, donde cada uno tenía su mochila llena de semillas que querían cuidar para luego ofrecer a otros y a ellas mismas. Identificaron este lugar como un refugio. Este ideal tenía las cualidades de contenerlas, de despertar la sensación de refugio, donde guardaban fortalezas propias pero que se compartían también. Esta imagen les traía sensación de libertad y movimiento.


Quinto paso


Buscamos un gesto, movimiento, posición, oración, poema, canto, que sea un recordatorio de ese ideal compasivo. De esta manera, cada uno pudo contemplar y valorar los recursos de los otros, pero a su vez notar la trama que los une y fortalece como comunidad. Una práctica en donde el interser cobra dimensión.


Con otro equipo de trabajo, se creó un ideal compasivo comunitario conformado por un mandala gigante. Este mandala estaba compuesto por los manadalas que cada uno había hecho con objetos que los identificaban. La cualidad más preciosa de este ideal fue que esas piezas individuales se podían mover según la necesidad del grupo.

Poder incluir la creatividad y el arte en este trabajo, es fundante. Es el germen de la resiliencia grupal. Así es que dedicamos un tiempo precioso a las producciones artísticas que surgen en este proceso. En ellas podemos descubrir perlas.


Por ejemplo, en los dibujos, las poesías que se pueden compartir o los cuentos. Detenerse a vivir esa obra de arte es en sí mismo una práctica compasiva.

En los mandalas que se construyeron, notamos que la naturaleza estaba presente en cada integrante y a su vez constituyó un recurso para todo el grupo. Luego filmamos el mandala grupal con las distintas combinaciones posibles para conformar el mandala comunitario. Ese video fue mandado al grupo de whatsapp y funcionó como recordatorio.


Sexto paso


Por último, incluí una narración compasiva a la práctica. Es una narración que conlleva generar conciencia en las condiciones que se ofrecen al narrar y cómo eso se recibe: notar la voz del narrador, la distancia física, las palabras y silencios, las imágenes que acompañan el relato. Notar cómo se recibe esta narración a nivel emocional y fisiológico.

Esta ampliación de conciencia se extiende no sólo a cada individuo del grupo sino a cómo la comunidad lo recibe.


Leer en comunidad tienen el poder de acercar una manera nueva de darle sentido a la experiencia vivida. Puede incluso convertirse en un anclaje de dicha práctica. Es decir, volver a esa narración cada vez que el grupo o parte del grupo lo necesite.


Se construye lo que Michele Petit denomina"experiencia poética del espacio". Un espacio con orillas y bordes, al igual que los integrantes, que al mismo tiempo conforman un espacio más grande, una comunidad que respeta y valora estos límites y se alegra en el otro.

Se genera así un tejido vivo que se transforma y se mantiene constante al mismo tiempo.


Poder generar un ideal compasivo comunitario implica dar la bienvenida al sentimiento de pertenencia y por lo tanto al corazón de la confianza. Este sentimiento de pertenencia genera calma y conexión.


Las personas de estos grupos que han realizado este tipo de prácticas, manifestaron haberse sentido menos estresados, más conectados con ellos mismo y con sus compañeros. Experimentaron un sentimiento de cohesión y de cuidado entre cada uno. Han relatado la experiencia de encontrar sus trabajos más humanizados. Relataron que se alegraron de tener un recurso accesible cada vez que necesitaron volver a la calma.


Las familias que lo practican comentan estar más atentos a cada miembro y sienten de manera más clara el estar agradecidos por la presencia del otro. Se notan más amorosos en el trato y con mayores recursos.

Tenemos maneras de trabajar nuestra compasión a nivel grupal, no solo para reforzar nuestros recursos sino también para sanar las heridas. La conexión es el sostén de nuestros vínculos.


Lo mío, lo tomo siempre de otras manos.

Antonio Porchia.

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