(Esta intervención clínica requiere de una exploración detallada de la historia del niño o de los adultos a quien vamos a ofrecerla. Esta exploración es necesaria para saber si esa persona ha vivido experiencias traumáticas en relación al fuego a quemaduras. De manera personal o de personas cercanas. Si la comunidad en donde vive está pasando por situaciones de incendios, o la persona se siente afectada por los incendios en cualquier lugar del mundo, es necesario saberlo de antemano para elegir la mejor manera de intervenir)
Detrás de la pantalla, Tomi armaba una pila de ropa imitando a un volcán.
Tomi: _ Esperame Paula, que voy a buscar la lava.
Tomi desapareció del zoom y volvió al rato cargado de remeras, sweaters y pantalones de color rojo y negro.
Tomi: _ Esta va a ser la lava del volcán.
Tomi comenzó a desparramar la ropa desde la punta del volcán, pasando por los costados y extendiéndola por el piso.
Tomi: _ Para pasar del otro lado tengo que esperar. Del otro lado están los tesoros, pero con la lava tan potente no puedo pasar. Pero… al final del volcán, allá lejos, la lava se hace más finita. Entonces ahí sí puedo pasar.
Mientras Tomi hacía esto en su casa, yo corrí a buscar objetos y telas para replicar lo que él estaba haciendo. Juntos comenzamos a sortear algunos obstáculos.
Paula: _ Tomi, te presto mi PUP (pequeño universo de posibilidades), para cubrirnos de las erupciones de lava.
Los dos, cada uno con un PUP, atravesamos la lava cobijados de las salpicaduras, pero a su vez guiados por el camino de la lava hasta poder cruzar al otro lado.
Ese mismo día cree en mi mente un objeto narrador: un volcán que despidiera lava pero que a su vez fuese una montaña. Eran dos objetos en uno. Quería representar la montaña como metáfora de lo estable, firme, sabio y el volcán como aquello que puede transformarse, que es necesario cuidar en los momentos en donde la lava se desprenda.
Fue entonces, que, de la mano de la realizadora de títeres, llegó ese objeto precioso a mis manos.
Tomi aprendió a regular su furia y a dejarla pasar hasta que la calma regresara a su cuerpo. Supo distinguir el proceso de la montaña ya que podían pasar cosas terribles como un mar de lava, pero la integridad de la montaña no estaba en duda. Tomi podía seguir siendo el mismo al igual que la montaña, aún, cuando estuviera enojado.
Este recuerdo llegó a mi mente cuando me sentaba a escribir acerca del fuego como presencia amorosa en mi consultorio.
Si observan la fotografía, el volcán primero es montaña, y luego tiene la posibilidad de transformarse en volcán, con su humo que fluye hacia arriba y con la lava que recorre sus lados.

Al tiempo de que llegara el volcán a mi consulta, aparecieron los dragones compasivos. Cada dragón tiene un fuego sagrado. Esos fuegos difieren en tamaño, color y textura.
Cuando pensé en sus fuegos recordé lo importante que es llegar a distinguir la intensidad del mismo. Tan importante como distinguir la intensidad de las emociones. Alguien podría confundirse si ligara el fuego solamente al enojo. El fuego con sus tamaños, texturas y colores nos permiten medir no sólo la intensidad de cualquier proceso, sino que nos permite identificarla y regularla.
Al igual que en el volcán, donde la erupción es un proceso y se va gestando de a poco, las emociones y otros procesos mentales cumplen el mismo requisito. Entonces, este fuego permite darnos cuenta de la emergencia de una emoción. De su proceso para poder identificarla y luego regularla.
Si Tomi se paraba en el pico del volcán no iba a poder cruzar la lava para llegar a sus tesoros, pero si lograba afinar el cauce de la lava, seguro lo lograría. Y así lo hizo.
El utilizar el fuego amoroso en sesión, nos da también la posibilidad de utilizar un lenguaje en común. Mejora la comunicación y la mutua comprensión. Mientras a Tomi le costaba hablar de su ira, poder jugar con la lava y la metáfora del fuego, fue nuclear para que apareciera la identificación de la emoción y su posterior regulación.
Por lo tanto, estos fuegos sagrados nos ayudan a mejorar el bienestar emocional.
En la antigüedad, el fuego era sinónimo de transformación, de cambio y renovación. En los procesos terapéuticos vamos en búsqueda de esta transformación, de la creación de una nueva narrativa.
En varias ocasiones ofrezco que el niño elija el fuego del dragón y que transforme con ese fuego aquello que necesita ser renovado. En algunas ocasiones, yo soy la modeladora.
Poder invitar a la imaginación en este proceso nos da lugar a abrir nuestra mente. Podemos transformar hasta lo que a primera vista pareciera imposible. El humor va de la mano de la imaginación. Los fuegos sagrados de los dragones poseen una superficie desde donde el niño puede tomarlo y hacerlo vibrar, extenderse o achicarse.
En otras oportunidades el fuego azul del dragón de las profundidades, nos confiere las cualidades de la fortaleza, la sabiduría y la bondad amorosa. Se convierte así en la práctica más poderosa de compasión. El fuego es quien, impulsado por el dragón, nos toca en nuestro corazón y nos ayuda a descubrir esas cualidades que ya están en cada uno de nosotros.
Otras veces, el fuego permite la exploración. Esta cualidad siempre va acompañada de la curiosidad. Por ejemplo, acercarnos al volcán para saber en qué condiciones se encuentra: tomar recaudos para explorarlo, si voy a escalarlo cuando la lava está latente, si puedo visitar las laderas y observar con lo que me encuentro allí, si tengo que taparme porque la lava está activa, si tengo que refugiarme y esperar a que calma la actividad volcánica. La guía de esta exploración suele ser una guía para la exploración del mundo interno.
Otra arista de la intervención clínica con el fuego es el trabajo con las cenizas. Las cenizas suelen ser visto como aquello que queda luego de la erupción. Me gusta invitar a las personas que acompaño a jugar con “cenizas” (podemos usar café, el relleno del té, los restos de los lápices cuando sacamos punta o una carbonilla rallada).
Existen varios tipos de intervenciones para explorar el material de la ceniza, su color y sus matices, como así también lo que sucede cuando juego con ella.
Puedo hacer una invitación para pintar con la ceniza sin un objetivo más que expresar con ella cómo está el cuerpo o cómo está mi mundo interno.
También puedo dar una consigna más precisa según lo que esa persona necesite en ese momento del tratamiento.
La ceniza tiene la cualidad de que puede esparcirse, se pueden hacer espacios entre los restos de la ceniza, se puede amontonar, se puede mostrar un rastro suave o más marcado.
Este trabajo permite también usar la estimulación bilateral si necesito aplicar un protocolo de EMDR (puedo pintar con la ceniza de ambos lados, con las manos de manera bilateral).
Puede ser interesante a la hora de acompañar procesos de duelo. Hay infinidad de opciones para trabajar con la ceniza y la tierra, por ejemplo.
Desde la mirada de mindfulness y compasión, la metáfora de lo que necesito cultivar puede verse reflejada en este trabajo. Puedo acompañar a la persona a cultivar esas cenizas como símbolo de las cualidades que quiero o necesito hacer florecer.
Todas estas intervenciones clínicas, cuando son guiadas por un terapeuta, permiten el grounding y la posibilidad de procesar a través del arteterapia.
Si trabajo desde la mirada de la resiliencia, las cenizas pueden ser símbolo de lo que queda después de que algo sucede. Poder crear algo nuevo a partir de esas cenizas suele ser un trabajo de reforzamiento de las capacidades resilientes.
Por otro lado, el fuego en las sesiones puede ser un gran aliado de la seguridad. El calor es un símbolo de protección desde épocas tempranas en la humanidad.
Gracias a que puedo explicar el porqué del fuego sagrado de los dragones, es que podemos idear maneras de acercarnos al fuego para que nos caliente. Tal vez necesitamos calor y protección en alguna parte del cuerpo.
Cuando notamos que un niño o una persona está hipo activa, el fuego y sus cualidades nos llevan a recobrar energía y activar esas zonas del cuerpo que están sin energía.
El fuego de los dragones tiene la cualidad de ofrecer impulso, motivación. Si pensamos en los principios de la Terapia Centrada en la Compasión, veremos que necesitamos equilibrar los tres centros de regulación emocional (ver cerebro terapéutico). Uno de ellos es el centro de la motivación. Suelo acompañar esta intervención con los títeres de las patas de los dragones. De esta manera el niño o el adulto puede ejercitar esos pasos que necesita dar.
El calor del fuego nos remite a la sensación de hogar, de estar abrigados. Algo que envuelve.
Suelo utilizar un ejercicio de imaginería en donde cocinamos el fuego en el caldero (tengo un títere objeto que es un caldero que se calienta con brazas) para luego sentirnos envueltos por el calorcito del mismo. Este ejercicio permite, a su vez, hacer un escaneo corporal. Notar si alguna parte del cuerpo necesita más o menos calor.

Esta intervención puede ser útil para ayudar al niño o al adulto a descubrir cuándo se encuentra con miradas cálidas, sonrisas de calidez, abrazos que dan calor, amigos cálidos, etc.
Este flujo amoroso se basa en ayudar al niño o al adulto a generar esas mismas condiciones en él mismo para brindárselas o brindarlas a otros. Es una hermosa manera de generar conexión y sentirse conectado.
El poder acercar al fuego como elemento de trabajo en las sesiones, ayuda con uno de los objetivos de los tratamientos que es recobrar la vitalidad. Cuando padecemos de algún sufrimiento, esta vitalidad puede verse afectada. En los pacientes que han sufrido traumas de relación de manera crónica, éste es un eje fundante del trabajo terapéutico.
Suelo contarles algunos rituales del fuego, como la ceremonia maya de Xukulem o el ritual Joma, donde se hace un culto del fuego.: el fuego es sinónimo de protección.
Es posible que algunos niños o adultos mencionen que el fuego puede quemar o arrasar. Si esto ocurriera, damos paso a la exploración de esta premisa. Como explique anteriormente, debemos hacer un rastreo en los inicios de la toma de la historia de vida para asegurarnos que la persona no haya vivido situaciones donde el fuego puede ser un disparador.
Es posible que esta instancia nos ayude a fortalecer la compasión hacia otros que pueden estar sufriendo por causa de un incendio, por ejemplo.
También nos da lugar a crear concientización acerca de cómo cuidamos nuestro planeta y nuestra tierra, de las acciones que cada uno puedo hacer para evitar afectar a la madre tierra.
La invitación es a crear un fuego amoroso. Un fuego como parte del sol. Un fuego como hacedor de vida. Desde la filosofía, el fuego es una semilla del sol que abre una fuente hacia el mundo interno.
Esta metáfora conlleva la posibilidad de pensar en aquello que quiero renovar, impulsar y aquello que necesito dejar de lado. Genera esperanza, luz.
Puedo invitar a buscar imágenes propias o de cuentos o películas donde el fuego aparezca en forma de fogata. Rápidamente conectamos con la amistad, con el calorcito, con el valor de lo comunitario. Pueden aparecer las danzas alrededor del fuego. Esta posibilidad invita a utilizar el cuerpo en una danza acorde al ritmo interno. Puedo explorar cuál es el ritmo que necesito en ese momento preciso.
Podemos imaginar que hacemos una fogata imaginaria, con los fuegos de los dragones y hacer algún ritual, donde se incluya una canción, donde podamos acercar las manos al calor y luego llevarlas a nuestro cuerpo, bailar alrededor del fuego como los indios.
Esta es una idea que nos permite cultivar la alegría. Esta intención tiene que aparecer en palabras para poder sentirla en el cuerpo. Es una buena idea, que el niño se lleve esa experiencia guardada en su cuerpo para sentirla todas las veces que necesite. El anclaje será la canción, o nuestra fogata imaginaria o la danza.
El fuego llega a ser un símbolo mágico. Puede dar lugar a la invitación de buscar la llama interna de cada uno. Eso que nos hace ser quienes somos. Si acompañamos este proceso con creaciones de arte, suele ser un recordatorio amoroso para esos niños o adultos. Cada vez que sientan que pierden el rumbo, o no encuentran sus propias fortalezas, pueden recurrir al recordatorio de la llama interna.
El fuego va ligado a la luz, al alumbrar. Esta posibilidad de utilizarlo como guía de nuestro andar o caminar, suele ser esperanzador. Nos ayuda a conectar con el hecho de que no estamos solos, sino que hay luz en nuestro camino. Esta metáfora gestiona algo diferente frente al caos de la adversidad o de los traumas.
Es una buena idea adjuntar una linterna o el títere de la luciérnaga con su luz para jugar a caminar alumbrando el camino. Se llegan a descubrir cuestiones maravillosas.
Por último, el trabajo con este fuego amoroso permite bajar la agitación mental para dar paso a la calma. Esta última intervención clínica puede convertirse en una verdadera práctica autocompasiva, donde podemos guiar a otros a encontrar las cualidades que lo hacen ser quienes son, a apreciarlas y ofrecerlas al mundo.
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