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Mi voz hecha presencia

Foto del escritor: Paula MorenoPaula Moreno

Desde hace mucho tiempo siento un interés profundo en modular mi voz. No tengo este interés porque me guste cantar (aunque también me gusta), sino porque me apasiona narrar. Incorporar la narración en las sesiones terapéuticas, me llevó a jugar con los matices de mi voz.



En este descubrir, mi propia voz interna, exploro mis tonos, mi cadencia, el retumbar interno de mi eco, mis silencios, mis sonidos más estrafalarios, las palabras suaves, las que tienen fuerza arrolladora, las palabras que acunan, las que limitan…


Este descubrimiento fue surgiendo junto al desarrollo de mi oír. El ejercicio de narrar implica el ser narrado. Entrenar mi oído a la poesía, a las narraciones poéticas, a los cuentos, a los silencios de las historias, a los espacios entre palabras, a la respiración del narrador en cada entonación, a oír sus movimientos.


Cuando tengo el privilegio de ser narrada, amplío mi conciencia y dejo que aparezcan las emociones y sensaciones físicas asociadas. Las noto, las percibo, las dejo recorrer mi cuerpo y mi mente, las saboreo: me estremezco, me aburro, me indigno, me entusiasmo, me enamoro, me sorprendo, me entristezco, me conmuevo, me identifico.


La voz del narrador es una caja de resonancia: un vehículo de emociones.


Para lograr que la voz se desplace es preciso respirar. Ella marca el ritmo interno para que nazca el sonido. También lo hacen las cuerdas vocales con su vibración.


“El aparato respiratorio se parece mucho

a ciertos árboles que se parecen mucho

al aparato respiratorio; es posible que nunca

hayamos encontrado este parecido porque

no estamos acostumbrados a vernos el aparato

respiratorio.


Para que el parecido se dé, o los árboles

tienen que estar boca abajo o tiene que

estar boca abajo el aparato respiratorio; es

mucho más fácil lo segundo.


El aparato respiratorio sirve para respirar,

respirar sirve para estar vivos. Estar

vivos ni sirve ni deja de servir; pero

mientras estamos vivos, es mejor estar

vivos, por eso respiramos todos los minutos

de todas las horas de todos los días

de todos los años de nuestra vida. Respirar

no es una decisión que tomamos según

nuestro estado de ánimo, tampoco

es una obligación que pueda acatarse o

no, es lo que hay.


Respiramos energía del sol, convertida

en planta, convertida en oxígeno.

Como el oxígeno pasa a nuestra sangre,

podemos decir que llenamos nuestro

cuerpo de pedacitos de sol, o de

pedazos, depende de nuestra capacidad

pulmonar.


El sol nos lo quedamos y devolvemos

anhídrido carbónico. A veces aprovechamos

esta devolución para cantar, gemir,

silbar, hablar, gritar, hacer ruido.


No siempre, claro; cantar, hablar, silbar

o imitar el tictac del reloj antiguo sí que

son decisiones y otras veces, muchas veces,

decidimos que el aire que devolvemos

al aire salga por nuestra nariz o por nuestra

boca en silencio, en tanto silencio que entonces

nadie se da cuenta de que estamos

respirando, nadie, ni nosotros mismos”


Este Cuerpo es Humano. Anatomía escrita y dibujada. Grassa Toro



¿Qué significan estas variables para un proceso terapéutico?


Para contestar esta pregunta, me voy a detener en el desarrollo cerebral de todo ser humano.


Sabemos que este desarrollo es dependiente de los vínculos y de la comunicación con sus cuidadores. Dice NA´ Ama Yehuda que “cuando una madre le sonríe a su bebé, le habla y lo acaricia se activan múltiples áreas cerebrales. Al activarse las vías visuales, se establecen conexiones con las áreas del reconocimiento facial, la memoria, las neuronas en espejo y las áreas motoras. Y al activarse las vías auditivas y la corteza auditiva procesan los sonidos, atender a las inflexiones y reconocerlas, reconocer la voz, el tono, los sonidos del habla y luego las palabras y su significado” (Yehuda NA Ama, Comunicar el trauma. Criterios clínicos e intervenciones con niños traumatizados,2016).


Junto con la activación de estos sistemas, aparece también el de la piel, y todos van moldeando la regulación de ese bebé, que se siente cuidado y querido.

Hoy haremos foco en la voz como un regulador importantísimo en el desarrollo no solo cerebral sino también mental.


En los tratamientos de niños y niñas que han sufrido traumas del desarrollo, estas conexiones de las que dábamos cuenta anteriormente, no se han producido. Si el cuidador le grita, o ignora sus interacciones, el bebé comenzará a ligar esos sonidos y palabras, o la falta de ellas, con sensaciones de displacer. Estas experiencias van a inundar el cerebro del bebé con hormonas de stress, dice Yehuda.


La autora sigue explicando que “los bebés tienen que escuchar el lenguaje para desarrollar la capacidad de hablar. Así podrán discriminar, identificar y atribuir significado a los diferentes sonidos. Al combinar los cuidadores, sus tonos de voz, entonación, volumen y tacto, expresión facial, se sincroniza con el estado interno del niño. Estos inputs ayudan a que las vías auditivas se integren con el procesamiento sensorial y las vías de regulación que son parte integral del aprendizaje que permite asignar un significado a cada sonido”. (Yehuda NA Ama, Comunicar el trauma. Criterios clínicos e intervenciones con niños traumatizados,2016).


Muchos de los niños/as que sufren situaciones de malos tratos, están atormentados por los gritos, insultos, por palabras hostiles o ausencia de respuestas a sus sonidos y más adelante a las palabras. Los sonidos del ambiente de una familia donde se ejerce violencia, también tienen un papel en este desarrollo del sistema auditivo.


Estos niños pueden desarrollar una manera de regular sus emociones a través de una hiperactivación cuando escuchan sonidos fuertes, sintiéndose abrumados, o bien responder congelándose por el temor que puede provocar estas asociaciones de los sonidos a los malos tratos.


Es fundamental que un niño aprenda a orientarse según los sonidos para tener una respuesta al medio más eficaz. Si están en constante sensación de alarma, esta función de las respuestas de orientación fallará y las respuestas quedarán fijadas al trauma.


El niño tiene que conocer qué sonidos pueden dar lugar al peligro y cuáles a la calma.

Estas consecuencias les impide la integración adecuada y por ende “no pueden usar la información auditiva para atender, escuchar y aprender” (Yehuda NA Ama, Comunicar el trauma. Criterios clínicos e intervenciones con niños traumatizados,2016)

En este contexto es que, incorporar el trabajo con la voz como terapeuta, se convierte en un desafío.


En primer lugar, reconozco a mi cuerpo como el lugar donde habita mi voz. Mis movimientos acompasan las tonalidades de la voz para ofrecer un lugar donde ese sistema auditivo comprometido por el trauma, comience a regularse.


Una preciosa trama se teje. Un objetivo claro aparece: reparar un apego dañado.


Ya había mencionado la vibración y el ritmo de las cuerdas vocales. Este mismo ritmo que lleva la voz resuena con el ritmo de todo el cuerpo, un ritmo que tiene que estar armónicamente dispuesto. Si puedo regular este ritmo en mí, es posible que el niño o niña comience a percibir su propio ritmo interno.


Poder ofrecer una voz calma, melodiosa, firme, clara, respirada, con matices, juega como contrapunto a las veces en donde los sonidos los han aterrado, donde los confundían y no sabían que sucedería después.


La voz es una joya preciosa para otorgar identidad. Con esta voz te nombro, te digo que te veo, que estás ahí para mí.


Sabemos que el trauma no tiene palabras, por lo tanto, la voz será el vehículo de los vocablos que faltaron.


Esto no significa que tengo que poner palabras de manera atolondrada, sino que voy a acunar esas palabras con la voz, a medida que vaya progresando en el tratamiento.

En las primeras etapas del mismo, voy a generar las condiciones de seguridad interna con estos matices de la voz.


Dice Graciela Montes:

"Los primeros vínculos que se entablan con las palabras son siempre apasionados. Todos recordamos de nuestra infancia palabras amadas a veces por sus sonidos, palabras salvajes, incomprensibles otras, palabras que no se dejaban atrapar, palabras antipáticas o ridículas. Las palabras estaban vivas, eran bichos sonoros que se aparecían de pronto en distintas situaciones de la vida y se teñían de lo que esas situaciones nos significaban. No había acepciones oficiales, sólo palabras mías, vinculadas a mi vida.


Las palabras no nacen pegadas a las cosas, son solidarias con ellas. Para mí “malvón” no podía separase del contacto y el olor áspero de las hojas, del rojo brillante de los pétalos que me pegaba con saliva para parecer una señora. “Vereda” tenía el frío del agua que yo empujaba con el dedo por los canalcitos de las baldosas rumbo al cordón, tenía ruido a cadena y a pedal de bicicleta” (Graciela Montes)


Estos niños y niñas recibían palabras que estaban asociadas a insultos, palabras que se caracterizaban por ser cortas, al estilo de: “Basta”, “No”, “Callate”.


Dice Yehuda, que “el afecto es parte integral de la comunicación, ya que se incrementa la percepción, la comunicación, el ingenio, el procesamiento y la memoria”.


¿Es posible entonces a través de la voz poética y narrativa acercar esta fuente de regulación emocional y fisiológica?


Dice la poeta Emilia Lopez :


“Este bebé estuvo 9 meses en el útero, alimentado, acariciado, con un temperatura idea, mecido por el líquido amniótico, por la placenta, su piel ha recibido contacto, y sonidos. No conoce el riesgo de la caída ya que estuvo sostenido, no conoce los colores, ni la diferencia entre día y noche, el hambre o los cambios de temperatura. Desde que nace por el canal de parto un mundo de estímulos se le presentan sin mediación. Tendrá hambre, frío, calor, miedo, habrá perdido contacto físico, tiene que poner en funcionamiento sus órganos. Sin embargo, viene preparado para la interacción con otros, para el lenguaje.


Comenzará a desarrollar su capacidad para interpretar los significados de las situaciones que experimenta: aprenden a leer. Construyen sentidos.


Hay cosas que se leen con el olfato, con el oído, con la mirada, con el movimiento corporal, con la piel.


El primer libro que leen los bebés es el rostro de la madre, del padre, de sus figuras de apego. Es un rostro libro donde aprenden a descifrar el humor, la felicidad, la ira, la entrega o la indiferencia. Descubren las relaciones entre lo que ellos provocan y las respuestas que reciben a cambio”


A esto lo llama: “oralidad lúdico poética, jugar con el lenguaje, hacer metáforas, producir musicalidad, inventar, una oralidad que tiene a lo imaginario”.


“La crianza produce efectos poéticos. Hay un tratamiento intuitivo del lenguaje al dirigirse al bebé que se denomina “maternés”: posee características especiales desde la melodía y el ritmo, exageración de pautas de acento, entonación y expresiones”.


Preciosa expresión desde el campo de la literatura: Un maternés que modula y baña de lenguaje a los niños y niñas. En este maternés, la madre muestra un interés por entrar en comunicación con ese bebé.


Nosotros como terapeutas podemos ofrecer ese baño narrativo como forma de recuperar las conexiones neuronales que no fueron conectadas en aquel entonces.


Dice la poeta:


“El maternés forma parte de la sabiduría ancestral de la crianza. Cada vez que el lenguaje empieza a repetirse, jugar, chirriar y monta un pequeño espectáculo visual con nuestra boca y ojos que se extienden, estamos en el plano del maternés

Es una forma de sostenimiento afectivo, ligada a la protección psíquica, al encuentro y a la poesía. El maternés es oralidad lúdica poética” (Emilia Lopez).


Por su parte, dice Diana Bellesi: “La experiencia de la poesía surge en la vida del ser humano, antes de la apropiación del lenguaje, cuando nos expresamos en el grito, el llanto, la risa, las ecolaias, con sus matices, y repeticiones. El lenguaje proviene también del cuerpo”.


El uso de las onomatopeyas y esos sonidos primarios son parte de la intervención clínica. Puedo incluirlos en las narraciones que ofrezco, podemos utilizarlos en las nanas que ofrecemos como parte de las necesidades insatisfechas que estos niños necesitan cubrir.

Es un hermoso trabajo aprender a incorporar estos “bichos sonoros” en sesión. Van asociados también al placer del juego, la alegría, la sorpresa y la sensación de calma que pueden suscitar.


Vuelvo a citar a Emilia Lopez:


“Al cantar, jugar con las manos, con las rimas se genera un territorio de emociones compartidas. Se descubre la voz como primer instrumento musical, la palabra como juguete y poesía. Esto produce una membrana afectiva que sostiene y acaricia a través de la voz. Las canciones de cuna son envoltorios sonoros”.


Ofrecer estos recursos crea las condiciones de seguridad interna propicias para sentar las bases de todo el proceso terapéutico.


Me gusta ofrecer viajes sonoros (Equipo Arte en Salud del Hospital Italiano) para ayudar a estos niños a integrar la capacidad de oír. El niño o niña escuchará una serie de sonidos de instrumentos, de elementos de la naturaleza, con sonidos graves y agudos, más rápidos o más lentos.


Este viaje es en sí mismo una práctica de atención plena, a medida que voy guiando la actividad para despertar una conciencia más amplia. Este mismo ejercicio como la atención a los sonidos que ofrezco en mis narraciones, permite, además, registrar si hay estímulos que desencadenan alguna reacción emocional o fisiológica que saque a ese niño o niña de su ventana de tolerancia.


Sabemos que la escucha se pudo ver afectada por el trauma. Dice Yehuda: “Para escuchar bien, hay que centrarse en lo que se oye y retirar la atención de fondo, así como tener la suficiente flexibilidad para cambiar rápidamente de foco” (Yehuda Na Ama, Comunicar el Trauma, Criterios clínicos e intervenciones con niños traumatizados, 2016).



Ayudarlos a esta discriminación de sonidos es fundamental, por eso el trabajo con la voz del terapeuta es un recurso maravilloso. Jugar con los sonidos y matices de la voz permite guiar la indagación acerca de si se siente peligroso, molesto, calmo, dudoso, inquietante, neutro, etc.


El énfasis que hacemos a algunas palabras o sonidos los alentará a discriminar, a otorgar un sentido diferente a la narrativa del trauma.


En esta misma intervención estamos fomentando el cultivo de la concentración, que es el preludio de la escucha. Muchos de estos niños han aprendido que escuchar puede ser peligroso, o prefieren hacer “oídos sordos” como lo hacían con las discusiones o violencia que vivieron.


Dice Yehuda: “La disociación afecta a la escucha y al posterior procesamiento, no es posible implicarse y cerrarse al mismo tiempo”.


“El procesamiento auditivo se refiere básicamente a lo que hacemos con lo que escuchamos. Un niño que no atiende o no retiene la información auditiva, no será capaz de comprenderla bien ni de almacenarla eficazmente para recuperarla posteriormente.” (Yehuda Na Ama, Comunicar el Trauma, Criterios clínicos e intervenciones con niños traumatizados, 2016).


Me gusta ofrecer a los niños y niñas como a sus familias la posibilidad de explorar las propias “textotecas” (Laura Devetach): entramados de canciones de cuna, sonidos, relatos de la abuela, anécdotas del kioskero, historias del barrio, cuentos de terror, leyendas urbanas.


Les pido que busque esos sonidos que están dentro suyo y que muchas veces se transmitieron de generación en generación. En niños que están en proceso de adopción, los invito a generar una textoteca nueva si es que no recuerdan la anterior. Sabemos que lo que se transmite primero es la prosodia del lenguaje que resuena con el cuerpo, dice Lopez. Palabras que cantan, tienen presencia carnal aunque el sentido sea misterioso al principio. Los mitos y leyendas darán luego lugar a simbolizar las emociones, dan forma al paisaje interior. Construyen sentido”


Cuando las familias o los niños y niñas encuentran esas textotecas, podemos guiar la exploración de cómo los sonidos eran pronunciados en aquel momento y cómo despiertan reacciones físicas y emociones. Tal vez, discriminar si es igual, parecido o distinto a lo que genera en el ahora.


Usar mi voz como elemento de activación del sistema de calma es nodal en el encuentro terapéutico.


Dice Deb Dana: “Desde el punto de vista autónomo, anhelamos un paisaje sonoro diverso que dé vida al sistema de compromiso social” (Deb Dana, La teoría Polivagal en terapia. Como unirse al ritmo de la regulación, 2019).


Mi voz puede transmitir mis estados emocionales, tan sólo con la prosodia o con sonidos que no llegan a ser palabras.


Ampliar y amplificar estas expresiones permite que el paciente aprenda el tono de voz con el cual hablarse a sí mismo. Jugar con estos tonos mentales, nos muestra cómo nos sentimos ante nuestra voz crítica. Practicar alternativa en estos matices será fundante.


Los dragones compasivos son fieles ayudantes para ofrecer voces más amorosas cuando el paciente no la encuentra en su interior.


No dejo de ofrecer el susurrador (ver artículo en esta página) como elemento mediatizador para modular las variaciones melódicas de la voz.


Otra opción es ofrecer el canto como recurso de la voz: cantar juntos en sesión nos da la posibilidad de sincronizar nuestra respiración, nuestro ritmo cardíaco, descubriendo el momento de esperar al otro para acompasarnos, etc.


Hago correr mi voz con poesías y cuentos que no sólo acompañan en sesión sino entre sesiones (enviadas por whatsapp).


La voz como recordatorio de anclaje, de “puedo estar en calma”.

Cada uno de estas intervenciones implica que el terapeuta trabaje su voz.


El objetivo primordial: conectar.


Esa conexión es en sí misma un ritmo. Así como los latidos del corazón del bebé se conectan con el ritmo de los latidos de su mamá, así vamos incorporando ese ritmo que conecta paciente y terapeuta en cada sesión.


Esta resonancia entre los dos es una preciosa manera de enraizarse, escuchar los matices de voz hace que la atención se dirija a ese foco específico.

Si mi voz es cálida, suave, amorosa, firme pero no tensa, estoy llevando compasión al clima terapéutico, al paciente y a mí misma.


“La voz del verano sigue diciendo cosas aún cuando el verano ya ha pasado.

La escucho con el mismo encantamiento y el mismo desconcierto con que un niño que todavía no sabe hablar escucha las palabras que se le dicen al oído". Claudia Masin.


“He perdido la vida y no el habla. Quisiera pronunciar la palabra que me haga real, pero el lenguaje es vasto, y no acierto”. Claudia Masin



¿Es acaso el canto de la sirena lo que llega a mí?

busco encontrar la palabra

descifrar su sentido

acunada por la sonoridad

arrullo mi alma.

---

Paula Moreno







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