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  • Foto del escritorPaula Moreno

La naturaleza de sanar. Su vuelo redondo atrajo a la contemplación.

Me resulta divertido y curioso observar cómo toda experiencia puede ser usada a nuestro favor. Esta vez la madre tierra nos ofrece una nueva oportunidad.


Realicé una lista de todos los insectos que han formado parte de los procesos de sanación de los niños y niñas que acompaño.


El respeto por todos los seres vivos es la premisa que hace de paragüas a cada intervención.

Aquí están algunos protagonistas:

  • Bichos bolitas

  • Mariposas

  • Alguaciles

  • Moscas

  • Abejorros

  • Abejas

  • Gusanos

  • Gatas peludas

  • Hormigas

  • Polillas

  • Vaquitas de San Antonio

  • Luciérnagas

Cuando descansamos nuestra atención en alguno de ellos, se abren posibilidades infinitas para aprender.


Cada insecto tiene su propio espíritu y energía. Ellos pueden ser los canales para que los niños o las niñas reciban esa cualidad, ya sea porque tienen que desarrollarla o porque está dormida en ellos. Las cualidades que transmiten los insectos no son estáticas.


Por ejemplo: No siempre las hormigas nos transmitirán la cualidad de la paciencia. Es importante detenernos a observarlas. El proceso de contemplar a estos seres vivos genera un sentido de conexión con el universo mucho más grande. Estamos fomentando a su vez la compasión y el amor por la naturaleza y los seres vivos.


El principio más profundo de la naturaleza humana es el deseo de ser apreciado” William James (1842-1910)


Pienso que, si practicamos junto con la infancia el apreciar, podemos correr el riesgo de contagiar un aprecio por lo que vemos, por la vida misma.


La base de esta apreciación es la atención plena. Thich Nhat Hanh dice que el mindfulness o atención plena, es una energía accesible a todo el mundo. Que ella es fuente de alegría. Simplemente hay que regar esa semilla. (Plantando Semillas, 2011).


Contemplar viene del latín contemplari (mirar atentamente un espacio delimitado), compuesto con la preposición cum (compañía o acción conjunta) y templum (templo, lugar sagrado para ver el cielo). Por eso este acto en sí mismo es un refugio, que nos da la posibilidad de detenernos y conectar. Liliana Bodoc en su cuento “Formas de ver”, nos habla de un abuelo que tenía varios pares de anteojos. Uno de ellos eran los anteojos para contemplar. El abuelo le enseña a su nieta que esos antejos son anteojos para “recordar”.

Recordamos una y otra vez que estamos vivos y podemos alegrarnos. Creo que no es poco.


La guía para la contemplación requiere algunos ingredientes que el terapeuta puede ofrecer:

  • Trabajar con la intención del encuentro con el insecto

  • Repasar los principios de respeto hacia ellos

  • Acompasar con una prosodia en la voz que invite a sentimientos de calma y de entusiasmo al mismo tiempo

  • Hacer foco en el triángulo de trabajo: el niño/a, el terapeuta y el ser vivo.

  • Hacer hincapié en lo que ocurre en la relación terapéutica al trabajar de esta manera.

  • Llevar adelante una guía atenta de la contemplación: haciendo uso de cada sentido y permitiendo expandir las emociones que vayan surgiendo, como los pensamientos.

  • Prestar atención al cultivo de la resiliencia, a los recursos que aparecen.

Es posible que tengas que salir a la búsqueda de insectos, pero muchas veces ellos acuden a nosotros. También podemos hacerlo de una sesión a otra, filmando o fotografiando lo que hemos descubierto en la semana.


El descubrir es parte fundante del proceso: El acercarnos a los insectos como Maestros, el proceso de exploración con ellos, se convierte en el corazón del encuentro.


La búsqueda de lo novedoso en algo cotidiano, fomenta la actividad del hemisferio derecho. Este hemisferio es el que regula las emociones y el que media los vínculos de apego.


Dice Alan Shore: “… el hemisferio derecho predomina en el afrontamiento y la asimilación de situaciones novedosas y asegura la formación de un nuevo programa de interacción con un nuevo entorno” ( Psicoterapia con el hemisferio derecho, 2019).


Esta posibilidad genera las bases para una mayor flexibilidad psicológica a lo largo del tiempo. Para aquellos niños que no han aprendido o han sido castigados por explorar, se convierte en una experiencia reparadora.


Poder hacer foco en un detalle pequeño, cotidiano, que se vuelve enorme y majestuoso, permite renovar la esperanza y el sentido de transformación.


Con una niña estuvimos fotografiando a un abejorro que apareció en la ventana del consultorio. La niña fue directo a tocarlo, pero pudimos trabajar, antes de que llegara a hacerlo, el límite entre observarlo e invadirlo. Esta niña suele tener dificultades con los límites espaciales. Fuimos moviéndonos de lugar para poder mirar sus alas. Según le daba la luz, las mismas tomaban un color distinto, de violeta a rosa, negro, lila. Las alas a su vez eran semi transparentes con muchas nervaduras. Jugamos a imaginar por qué cambiaban de color, y qué se podía ver a través de sus alas transparentes.


El tejido fue perfecto, ya que la niña pudo trabajar creando una narrativa, usando su imaginación y jugando: flexibilizó su mundo emocional. Pudo experimentar en su cuerpo explorar cómo era las “ganas de tocar al abejorro” y el frenar el impulso para respetarlo. Corporalmente la guié a sentir esa tensión entre esas dos conductas y a tramitarlas.

Los insectos suelen ser grandes aliados a la hora de simbolizar. Generalmente es más fácil atrevernos a experimentar emociones difíciles o a resolver situaciones complejas, a través de ellos.


Constituyen una base segura sobre la cual apoyarse. Este principio tiene un sentido especial para aquellos niños o niñas que han sufrido situaciones de trauma relacional y donde el sentimiento de confianza y seguridad internas no están establecidos.


Con un niño jugamos con lombrices: Primera premisa: el cuidado y respeto a ellas.

Luego, permitimos que se subirían a nuestras manos y buscamos imaginar el recorrido que harían. Imaginamos que se deslizaban por los surcos de nuestras manos. Con anterioridad inventamos nombres para cada línea de la mano y qué se podría encontrar en ese camino.


Por ejemplo: una línea era el camino de la pereza. En ese camino la lombriz podía descansar un rato, jugar a la playstation, etc. Para cada recorrido que hacía la lombriz intentábamos buscarle opciones de ayuda o recursos para enseñarle. Otras veces reíamos con las ideas que se nos iban ocurriendo.


Este ejercicio a su vez, dio lugar a estar atentos a las sensaciones físicas de la lombriz jugando en nuestras manos. Y nuestras reacciones frente a esto. Si hacía cosquillas, si picaba, si se sentía más presión, si no se notaba ninguna sensación…


El contemplar insectos puede ser un gran disparador para trabajar con emociones de difícil tramitación como el asco o la vergüenza. Es muy importante que seamos abiertos a escuchar lo que provoca en cada uno el encuentro con ese ser vivo. No a todos nos activa las mismas emociones. Esta actitud de apertura es un modelaje importantísimo en el proceso terapéutico.


Los insectos pueden ser metáforas de muchos aspectos a trabajar. Incluidos los aspectos relacionales.


Una niña que había sido adoptada junto a sus tres hermanos por un matrimonio, me mostró una filmación del jardín de su casa de una familia de bichos bolitas. Cada bichito había sido bautizado por ella (la niña estaba trabajando el posible cambio de su apellido) y ella observaba cómo la mamá los cuidaba a cada uno. La niña fue armando historias con cada bichito y mostrándome cómo se comportaba y cómo respondía cada padre y cada hermano.


La profundidad de su trabajo se vio reflejada en estos videos que se convirtieron en el material de cada sesión. Un proceso creativo muy novedoso.


De esta manera, la niña pudo acercarse a elaborar temas relacionados con su identidad y con su vínculo hacia sus padres adoptivos.


El sustrato de cada acercamiento a la “insectitud” es la regulación emocional. Expresada no sólo en sus propias capacidades en desarrollo sino en la co-regulación conmigo. Hice en mi jardín un mariposario. Generalmente invito a mis pacientes a observarlo. Podemos apreciar cada fase de transformación de las mariposas. Desarrollando la capacidad de esperar y de regular nuestra ansiedad para que aparezca rápidamente la transformación. Observamos el cambio de color de la crisálida, investigamos sobre ella.


Esta capacidad de autoregulación amplía la ventana de tolerancia y permite desarrollar estrategias de grounding o enraizamiento. El observar al insecto junto con una guía del proceso, genera esta experiencia sentida en el cuerpo, que conecta con el aquí y ahora.


El trabajo con lo sensorial es el mejor canal para integrar este objetivo. Por eso incluimos el sonido de los insectos, lo que observamos en ellos, su comportamiento y su sensación al ser tocados (siempre que se pueda y no lo lastime) y hasta su aroma si es que se percibe.


Cathy Malchiodi hace referencia a un modelo de trabajo con el arte llamado Arts based healing practices, que contienen cuatro partes en su abordaje: el movimiento, los sonidos, el relato narrativo y el silencio o mindfulness/meditación/contemplación. Ella describe estas áreas de trabajo como esenciales para el abordaje del trauma desde el arte (Trauma and Expressive Arts Therapy, 2020).


Muchas de estas líneas de trabajo se tocan con la propuesta de la “insectitud al diván”.

Suele ser muy divertido imitar el comportamiento del insecto. Podemos desarrollar la capacidad de imaginarnos estar en su mundo e incluso aprender de sus costumbres para incorporarlas a nuestra vida. Estamos generando las bases para el desarrollo de una mente compasiva y empática.


Si trabajamos desde EMDR, podemos instalar con estimulación bilateral estos recursos. Este ejercicio permite incorporar al cuerpo como parte de la intervención. Es interesante observar cuando el niño o niña no puede llevar a cabo alguna postura del insecto, o cuando necesita replicarla con frecuencia, etc.


Me gusta ofrecerles tarjetas con algunas posturas de yoga para descubrir si se parecen a los movimientos de nuestros amigos. Estas estrategias corporales son parte de la regulación fisiológica emocional.


Poder reorientar la postura y la atención puede conllevar una sensación de bienestar y seguridad en el cuerpo. (Pat Ogden, El trauma y el cuerpo, 2006) Para aquellos niños y niñas que han sufrido traumas, poder elegir cómo orientar su cuerpo, a diferencia de estar atados a una postura relacionada al trauma, genera sensación de dominio y seguridad, por lo tanto de regulación fisiológica.


Cuando jugamos a imitar a los insectos estamos incorporando la posibilidad de reflejarnos. Lo hacemos con una comunicación no verbal. Esto requiere que el niño o niña vaya desarrollando otras capacidades como las de la sintonía, la paciencia, la resonancia. Las neuronas en espejo cumplen un papel fundamental en el proceso del apego seguro. Aquí las estamos activando junto a la capacidad de juego.


En algunas oportunidades es el niño el que puede enseñarle al insecto algún movimiento para incorporar. Una niña que tenía en su mano una vaquita de San Antonio me preguntó si la dejaba apoyada en una planta o en la ventana. Luego razonó que era mejor dejarla en la planta para que aprenda a trepar la hoja y alimentarse de ella. Es decir que la niña le estaba dando la posibilidad de “crecer”.


Existe la posibilidad de que ante la contemplación del insecto y sus movimientos, aparezca algún recuerdo traumático. Dice Pat Ogden: “La memoria traumática se compone de recuerdos no verbales, en ocasiones combinados con relatos narrativos incompletos. Estos recuerdos permanecen no integrados e inalterados por el curso del tiempo. La falta de integración posibilita que las reminiscencias del trauma desencadenen la aparición de fragmentos somatosensoriales” (El trauma y el cuerpo, 2006).


Una adolescente tuvo un flashback a partir de un sonido de un grillo que se escuchaba por la ventana. Recordó que las situaciones de abuso sexual ocurrían de noche y que se podía escuchar esos sonidos en el patio de su casa.


En esa sesión, pudimos reprocesar parte del recuerdo con EMDR para ir ampliando luego la conciencia y el discernimiento entre el evento traumático y los sonidos de la naturaleza como aspectos separados de la experiencia. Esto llevó, a largo plazo, no solo que pudiera sanar el trauma sino que tuviera disponible el disfrute de lo natural. Este era un valor importantísimo en la vida de esta adolescente.


Estas experiencias de contemplación de los seres vivos, como ya dijimos, se transforman en verdaderas prácticas de mindfulness y compasión. No solo por la guía que se ofrece al contemplarlos, sino por la posibilidad de trabajar con la amplitud emocional, la regulación fisiológica, el juego y la empatía.


Suele ser muy hermoso experimentar el dibujo del vuelo. Ofrecemos una hoja blanca y distintas pinturas. El niño o niña puede elegir la textura del color y el medio para dibujarlo. Podemos entonces acompañar junto con el dibujo del vuelo del insecto a nuestra respiración. Notar que ocurre cuando el vuelo es más rápido o cuando el insecto vuela bajito o más lento, o bien se apoya en alguna superficie. Nuestra atención a la respiración dibujada se desliza en la hoja.


La poesía escrita sobre insectos es muy abundante por fortuna. Ella suele ser la combinación perfecta para cada intervención clínica. Ya sea al principio de la sesión, en medio de la contemplación o al final. Lo poético es una forma de arte que genera el envión emocional suficiente para lidiar con lo que resulta intolerable.


Otra propuesta es poder crear las propias poesías o haikus en función de lo que estamos observando. Estos escritos suelen ser tesoros que guardamos ya sea para revisar en otros momentos, ya sea para expresar alguna emoción puntual, o como parte del rompecabezas de toda la intervención que venimos haciendo.


La narrativa del trauma es una narrativa sin palabras, desconectada del contexto. Una narrativa que carece de sentido, sin esperanza, gris. Ofrecer poesía es ofrecer una manera de imaginar, de crear, de contar con palabras no pegadas al trauma sino a palabras que hagan piruetas.


Dice Bernasconi, que narrar con animales es arquetípico (Bernasconi Pablo, encuentro en el taller literario de Iris Rivera).


La posibilidad de ir encontrando algunos “bichos sonoros” como dice Graciela Montes para narrar lo incontable, es una armonía laboral entre el hemisferio izquierdo y el derecho.

La poesía a su vez conjuga la sonoridad que calma, el ritmo que hamaca y la activación del mismo hemisferio derecho que pudo haber estado truncado en el momento del trauma relacional.


Fomentar la actividad creativa es una manera de trabajar con los traumas de apego. Probablemente esa actividad creadora haya estado interrumpida, al igual que la aptitud para el juego y la imaginación.


Muchos autores especialistas en trauma remarcan la importancia de incentivar estas cualidades para recuperar el bienestar psicológico en la infancia y la adultez.


Por último, la posibilidad de trabajar los tres juntos en el proceso de contemplar, fortifica la maya del vínculo terapéutico. Somos tres seres vivos al servicio de aprender cada uno del otro, basándonos en el respeto por los límites y por la vida/existencia de cada uno.


Esto podría ser traducido como manifestación del amor a la vida. Hacer de algo cotidiano y sencillo, algo muy grande para nosotros, implica una actitud resiliente de transformar lo que está, en algo nuevo. Este hueco amoroso aloja la esperanza, el juego, la diversión y la compasión. ¿Hay algo más poderoso para transformar la narrativa del trauma?


Levanta tu mirada y observa. El ser vivo pequeñito que asoma en tu vereda está esperando ser descubierto.


….” Fue en uno de esos aquellos viajes que descubrió las mariposas. Encontró las primeras cerca del río Tseng, un par de mariposas pequeñas, de un azul brillante, detenidas sobre una brizna de hierbas. Estaban tan inmóviles que Liang las tomó por una flor y se acercó para sentir su aroma. Pero entonces la flor se despegó de la hierba y voló frente a sus ojos para luego alejarse. Aquello fue, para ese niño, algo maravilloso. Más tarde aprendió, desde luego, el secreto de la flor que volaba” Demián Bucay, Mauricio Gómez Morin, El secreto de la flor que volaba.






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