Habrán escuchado o vivido tal vez, esa experiencia de encontrar por todas partes algo que acaban de descubrir. Por ejemplo, si ven una flor que les gustó, averiguan su nombre, exploran sobre ella, y de repente, comienzan a ver esa flor en todos lados. Una amiga les cuenta que se compró una planta nueva que tiene esa flor. Están caminando y la descubren en las casas de su barrio. ¿Estuvieron siempre allí? ¿Cómo no las vi antes?
Y no estoy hablando del algoritmo del teléfono…
Bueno, algo así me ocurrió con los nidos.
Hace un tiempo que empezó mi fascinación por ellos. Más precisamente cuando los colibríes decidieron hacer sus nidos en el jardín de mi casa. Horas y horas mirándolos, apreciando sus colores, sus gamas, sus texturas. Me acerco todo lo que puedo y noto la perfección. Los colores suelen ser suaves, amarronados, aunque hay mezclado entre esos colores tierra, una flor. Yo imagino que es de alguna planta de mi jardín.
Un nido es una estructura compleja, dice el diccionario. Tiene varias funciones: procrear, criar, refugiarse, dormir, hibernar, alimentar.
Son obras de arte a mi entender. Cada ave elige los materiales con los que los va a confeccionar: ramas, hierbas, hojas, ¡hasta su propia saliva!
Ellas también eligen el lugar donde pondrán sus nidos, y cómo cuidarán de sus crías. De manera tal que la temperatura y humedad del nido sean las suficientes. En general usan sus picos y patas para hacerlo. Muchas aves se complementan en el trabajo, donde la hembra y el macho colaboran por igual.
Me genera mucha curiosidad descubrir que los nidos no están construidos al azar, sino que incluso están ubicados en la dirección que sea conveniente para ese especie.
Pude leer que algunos nidos están construidos con telas de araña, para darle mayor flexibilidad.
Algunas aves prestan sus nidos, y otras como los colibríes, necesitan encontrar sus viejos nidos, aunque luego confeccionen otros nuevos.
Otras aves, ponen nidos en colonias para protegerse entre ellos.
A esta altura se estarán preguntando, ¿con qué tiene que ver todo esto?
La respuesta surge en la inspiración de lo cotidiano. Ya que a partir de esta curiosidad y de mi asombro en esta exploración, es que decidí crear un nido, o varios para mi consultorio.
Cada una de las cualidades de los nidos, me representa una forma de intervención clínica. Cuando los conceptos se me vuelven abstractos, el arte hace que se desvanezca esa abstracción y surja aquello que es más profundo, más visceral.
Gracias al trabajo en conjunto con la realizadora de Títeres Adriana Flaiban, es que les presento a los nidos que habitan mi consulta:
Estos nidos son parte de los recursos con los que cuento, para acompañar infancias o procesos de adultos. No tienen una única manera de ser ofrecidos, ni puedo saberlo de antemano. Sin embargo, algunas cuestiones fueron surgiendo, en el ejercicio de regalarlos.
Si bien estos nidos están construidos de ramas reales, hojas, telas, flores. Cada persona puede ir agregando en la confección de su propio nido, el material que quiera, o necesite.
Esta cuestión es una intervención en sí misma: cada uno arma su propio nido, su propio habitar.
¿Sabían que una de las definiciones de anidar es habitar, morar, hallarse, existir en alguien?
Es precioso este concepto: habitar es habitarse. Por eso cada uno arma su propio nido. Incluso puede hacerse en etapas, y requerir distintos materiales según el momento. Puede necesitar distintos tamaños.
Ese nido puede contener lo que cada persona desee, puede invitar a quienes quieran dentro de él. Incluso puede ubicar el nido fuera de su cuerpo como adentro, o en ambos lugares.
Quien me enseñó de nidos también, fue una niña que vive con su familia adoptiva. Conforman una familia desde los pocos meses de vida de la pequeña que ya está en edad escolar.
La niña no había explorado su historia de adopción en un proceso terapéutico, con lo cual esta sería su primera experiencia. Sus padres adoptivos habían procurado darle toda la información desde temprana edad, sin embargo, el proceso de ahondar en los sentires iba a ser diferente esta vez.
La pequeña quiso jugar en una sesión con sus aves de juguete. Yo valoré que era el momento de ofrecerle los nidos. Hicimos varios nidos, prestando mucha atención a cada elemento que elegiríamos para proteger a sus aves. Ella me dijo que estaba al cuidado de las mismas y que las aves tenían hambre. Estaba muy preocupada porque tuvieran el resguardo suficiente, que no se cayeran del nido, que las paredes sean fuertes, que ningún ave más grande pudiera lastimarlos.
Este proceso de cuidado en el armado del nido nos llevó varias sesiones. Un día, la niña me dice que ya es hora de alimentarlos. Ubica el nido sobre su panza y me dice:
“Este es el lugar desde donde los voy a alimentar”.
Me pidió que yo hiciera lo mismo con mi propio nido y durante un largo rato en absoluto silencio, esas aves fueron alimentadas.
La pequeña quiso que su madre supiera de nuestro invento y le pidió que participara de la sesión. Allí se dio el clima emocional indicado para que la pequeña volviera a escuchar de boca de su madre, el proceso de su adopción, su propia historia.
La mamá, una vez finalizado el relato, abrazó tiernamente a su hija (que tenía aupados a las aves dentro del nido) y se dijeron cuánto se querían.
Este nido parecía haberse construido con esa tela de araña que antes les describí. Era lo suficientemente flexible para abrirse y dejar entrar la historia relatada por la mamá, para volver a cerrarse cuando la mamá no estaba y era ella la que cumplía el rol de cuidado.
Por otro lado, la capacidad de anidarse tiene una connotación muy cercana a la autorregulación emocional. La niña supo que esa historia estaba alojada en su vientre. Desde su propio cuerpo, así como las aves en la vida real ponen su cuerpo al servicio del anidar.
Este refugio del nido permite jugar con las muchas maneras en que cada ser humano necesita de ese calor, de ese cuidado, de ese detenerse, de ese ovillarse, de ese acurrucarse para tomar un respiro y luego volver a volar.
Los nidos son a su vez espacios seguros, cálidos, confortables. ¿No se acerca bastante a la sensación de un apego seguro? ¿No son sus cualidades las que buscamos encontrar en los vínculos primarios?
Así como ocurrió en la sesión de esa niña y su madre, los nidos pueden ser ofrecidos para llevar adelante sesiones vinculares o familiares.
Poder ofrecer a las familias el armado de sus propios nidos, haciéndolos confortables, pensando y sintiendo juntos la manera de transformarlo en un refugio familiar, es una experiencia enriquecedora.
Incluso si prueban con materiales que no funcionan, poder desandar el camino y buscar nuevas maneras, se convierte en un aprendizaje en lo vincular.
¿Acaso el apego seguro no está constituido por estas experiencias de conexión y desconexión y nuevamente conectarse?
Claramente el nido es cuerpo. Y poder conectar con lo que anida en nuestro cuerpo es un trabajo que merece ser honrado.
Acompañar cada instancia de estos nidos ofrecidos, con una guía atenta desde lo emocional y fisiológico, requiere de mucha decisión y valentía.
Me gusta la idea de que algunas personas necesiten un nido prestado, porque todavía no pueden armar el propio, o que necesiten armarlo en comunidad para sentirse más seguros.
No hay una manera correcta o incorrecta de dar uso de ellos. No he terminado de descubrir todos sus usos. Sigo abierta a la sorpresa que genera descubrirlo con otro.
Kommentare