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  • Foto del escritorPaula Moreno

Dragones compasivos. El dragón culposo: Dilong

Actualizado: 2 ene

Así comenzó la sesión con Agatha:


_ Te voy a contar cómo me siento Paula. Por más que yo sepa y me digan que no es mi culpa, yo siento que sí. Entonces me dan ganas de esconderme, de hacerme un bollito.


_ ¿Podés mirarme Agatha?


_ Me cuesta levantar la cabeza, ahora. Siento que me pesa todo el cuerpo, como si algo me tirara para abajo, para atrás.


Agatha es una niña de 11 años, que fue adoptada a la edad de 7 años. En esa sesión, después de mucho tiempo de trabajo terapéutico, decidimos mirar su historia previa. 


La niña recuerda una escena en donde ve a su hermano bebé en brazos de su madre, sin vida. Agatha ha sentido siempre la responsabilidad del cuidado de ese hermano. Por un lado, porque la madre biológica le decía que lo hiciera, por otro lado, porque ella creía que podría cuidar a su hermano para que no recibiera el mismo trato que ella.



La culpa, puede ser un sentimiento muy difícil de asir. Se la nombra, se hace presente, pero poder llevarla al plano de lo más tangible, puede ser costoso.


Muchos niños y niñas que han vivido en situaciones de negligencia física y emocional, pueden experimentar culpa. También en las historias de vida donde estos niños y niñas han sufrido abusos sexuales.


Gran parte de lo que estos niños/as sienten como culpa, fue inculcado por los cuidadores, que responsabilizan a los hijos/as de aquello que no está al alcance de sus manos resolver.

Dice Paul Gilbert  y Gregoris Simos, en Compassion Focused Therapy, que la distinción entre la vergüenza y la culpa son fundamentales.  La vergüenza está centrada en la evaluación global del yo y la culpa se centra en la conducta. Si bien, la vergüenza ha sido estudiada en relación a los malos tratos en la infancia y cómo puede colaborar para convertirse en parte de la identidad de estos niños y niñas, considero que la culpa generada en la infancia como castigo, es también fuente de síntomas.


Existe una gran diferencia entre ayudar a los niños/as a crear responsabilidad por sus acciones, que generar culpa en ellos. Cuando un sentimiento de culpa por una acción equivocada, aparece, surge la posibilidad de acercarnos al otro para reparar.

Sin embargo, en los casos donde los niños/as son culpabilizados por acciones que no le corresponden hacer evolutivamente, el sentimiento de culpa puede generar la desconexión, el aislamiento, la confusión.


Incluso, algunos niños/as pueden sentir aparejada la vergüenza. Luego de esa culpa por no haber hecho algo que los adultos le decían, la vergüenza de ser “malos” o “no cumplir con las expectativas de los cuidadores” puede ser muy doloroso.


En los casos de abuso sexual infantil, los niños/as pueden ser culpabilizados de generar dichas conductas abusivas. David Finkhelor habla de cuatro dinámicas traumatogénicas, como manera de explicar el impacto traumático del abuso sexual en la infancia. Una de ellas es la Estigmatización. Esta experiencia altera cognitiva y emocionalmente la orientación de ese niño/a hacia el mundo y hacia él / ella misma. En la estigmatización, el niño/a ha recibido mensajes por parte del ofensor que generan lo que definimos como culpabilización. Mensajes del estilo: “Vos lo provocaste”, “es tu culpa” son los que los niños/as escuchan de parte de los ofensores.


 En esta dinámica, el niño/a se aisla y siente que es diferente. Esto genera síntomas postraumáticos muy serios: ideación y conducta suicida, abuso de sustancias, criminalidad, conductas de aislamiento, autoagresiones.


Algunos niños/as pueden sentir culpa por “no haber contado antes el abuso que sufrían”. 

La culpa puede cobrar mayor fuerza cuando aparecen las consecuencias lógicas después del develamiento. Probablemente una serie de cambios en la familia, dejar de ver a seres queridos, inclusive puede provocar culpa sentir cariño por el ofensor.


Existen otras experiencias que pueden albergar la culpa, como en el caso de los duelos. Culpa por no haberse despedido, por no haber dado todo el cariño a tiempo, por haberse enojado con la persona que falleció, por pensar que podrían haber hecho algo para evitar esa muerte.


Una manera de abordar estos sentimientos de culpa, es visibilizándolos. 


Con este objetivo de mirar de cerca a la culpa es que sigo ampliando la adaptación de los Dragones Compasivos, desde el modelo de la Terapia Centrada en la Compasión. 


Ayudar a los niños/as a liberar esa culpa y reconocer la responsabilidad de los adultos en esas distorsiones cognitivas que le fueron impuestas a los primeros, será el objetivo del trabajo. 


El abordaje integrativo desde EMDR, Arte y Mindfulness y Compasión, suelen ser caminos muy eficaces para trabajar con la culpa. Por este motivo, consideré que la adaptación que venía desarrollando con los dragones, necesitaba de esta nueva versión.


El backstage de este proceso creador implicó un arduo trabajo de profundización en esta emoción entre la realizadora de títeres Adriana Flaiban y yo. Necesitaba que el dragón tuviera las características que Agatha describió en el principio de este escrito.


Dilong es un dragón culposo, por eso elegimos un color oscuro y una textura que nos acerque a las sensaciones físicas de la culpa. Su cuerpo está inclinado hacia adelante, pero a diferencia del dragón vergonzoso, no se esconde totalmente, sino que el peso de la culpa lo hace encorvarse. Sus alas son muy pequeñas para que no pueda volar.



Su mirada tiene mucha elaboración. Cada uno de los dragones compasivos, tiene una mirada acorde a su función. Este dragón tiene unos ojos que muestran los párpados caídos, como si la mirada estuviera cansada. 


Muchas personas refieren estas características en la manera de mirarse y mirar a los demás. Poder reflejar en el dragón estas cualidades, puede ser de gran ayuda. Los niños/as o incluso los adultos, pueden tan sólo detenerse a mirar a Dilong y desde allí, sin mediar palabra, empezar a destrabar este sentimiento.


La mirada, por otro lado, juega un papel importante en la constitución del apego. La mirada sostiene al niño/a. Si esta mirada está impregnada de culpabilización, como ocurre en el abuso sexual o en otros tipos de malos tratos, la culpa se hace presente.


Muchos niños/as que han sufrido abusos sexuales, refieren que se sintieron captados por la mirada del ofensor. Incluso Perrone y Nannini, describen que la mirada del ofensor es una de las estrategias que utilizan los mismos para captar a la víctima. Como una especie de hechizo. Así los describen los niños/as también. Esta captación a través de la mirada, junto con la culpabilización, generan entre otros aspectos, las condiciones para avanzar en los abusos.


Por este motivo, detenernos en la mirada de este dragón, permitirá trabajar varios aspectos del trauma interpersonal y sus consecuencias.


Por otro lado, las alas del dragón culposo, son alas muy cortas, pequeñas, que imposibilitan el vuelo. 


El dragón posee, además, en su cola, un peso que le hace difícil de levantar. Ese peso está muy bien escondido, y es necesario una exploración exhaustiva para encontrarlo.


Ambas cuestiones son fundamentales a la hora de buscar recursos para lidiar con la culpa y convertirla en lo que realmente es. 


Ayudar a los niños y niñas a buscar maneras para que este dragón pueda volar y ser más liviano, se convierte en un arte en sí mismo. Estos procesos exploratorios van de la mano de la psicoeducación respecto de quién tiene la responsabilidad en los abusos o en los malos tratos.


Por último, el dragón culposo tiene una forma en su cuerpo que permite ser acunado, tomado en upa y en ese mismo instante se acurruca dentro de los brazos de quien lo toma. Este precioso juego, ayudará a la niña/o a mirar con amor esa culpa, reconocer que fue impuesta, y que ahora puede dejarla ir.


La integración de este modelo de abordaje de la Terapia Centrada en la Compasión junto a EMDR y el arte de los títeres, son un camino maravilloso para sanar las heridas del trauma.


Quiero compartirles, para terminar esta entrada, un poema que una Poeta Argentina, Diana Masini, me regaló:


A Paula le gusta los dragones,

digamos, pocas cosas a Paula no le gustan.

Pero los dragones, esos de piel brillante y boca de fuego

que danzan y vuelan alto. Esos, le encantan.


Cómo será que una noche subió a uno de ellos

que había salido de un cuento.


Tiene el escritorio lleno de libros y

por ahí algún personaje sale a chusmear.

Ella lo divisó oculto tras la lámpara

y usó todos sus recursos para interactuar con él.


Ella es tan amorosa. Le habló, lo acarició, le regaló

no sé qué cosa (ignoro que comen los dragones),

subió despacio y de a poco remontó vuelo.

La ventana estaba abierta y la luna de tanta luz,

iluminaba como el día.


¿Y ella que hizo? Sacó fotos, fotos,

hasta una selfie.


¡Y chás! Ahí lo conocimos.


El dragón la había llevado a un sinuoso vuelo.

Largo y a lugares inquietantes.


Cuando regresó su rostro sonreía,

su cuerpo también. Parecía más liviana.


¿Será de andar por los cielos?


Habrá que ponerle un nombre, le dijimos,

nosotras sus amigas.


Y sí, ella estuvo de acuerdo.


Esta adaptación que vengo desarrollando a través de varios años, tiene como eje de trabajo, ayudar a las infancias a desarrollar una manera más amorosa de relacionarse con su propio sufrimiento, con la mirada que tienen de sí mismo y del mundo. Es una integración muy artesanal entre los abordajes de Terapia Centrada en la Compasión, el Arte y EMDR.


El basamento teórico de cada abordaje necesita ser estudiado y practicado para adecuar las intervenciones clínicas de manera eficaz.

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