Hace un año atrás terminaba el curso de foto bordado impartido por la artista y licenciada en cinematografía: Marina Cerrutti.
Allí me sumergí en el mundo de las fotos, los hilos Mouliné, DMC, las agujas de ojales alargados, alfileteros y los costureros. Incursioné en los puntos cruz, hilván, el shashiko, punto cadena, punto largo y corto.
Me animé a desafiar el archivo personal, los álbumes de fotos familiares y mis registros personales.
No tenía muy claro porqué había elegido ese curso para profundizar mi exploración personal y profesional.
Hoy no me cabe duda que fue la mejor elección que hice. Ya que jugar con las tensiones de los hilos, perforar el papel de foto, intervenir las mismas y notar el ritmo de mi mano y mi respiración en ese hacer, fueron claves para mi autoconocimiento.
El límite del hilo delineando contornos me interpeló. Aparecieron palabras hechas acciones que cobraron sentido: bordar, zurcir, remendar.
Esos vocablos me envolvieron en cada ritual de intervención de las fotos o imágenes. Si bien ya había experimentado con fotos intervenidas, nunca las había bordado y muchos menos perforado.
El acto de perforar tiene su misterio y su encanto. Una fuerza sobrenatural te frena cuando la aguja se dirige hacia el ojo de la persona que está en la foto. Aparecen sentimientos contradictorios.
Comencé a percibir que las fotos guardan memorias, historias. Que ese acto irreverente de agujerear, era un acto muy profundo: ¿Estaba yo cambiando el rumbo de esa historia? ¿esa sensación de dominio que tenía mi mano con la aguja apretada en ella, me devolvía cierto sentimiento de poder, de autoeficacia? ¿Será importante para mi exploración saber desde dónde miro esa foto? ¿En qué territorio me estoy metiendo? ¿Qué ritmo elijo para perforar la foto? ¿Soy yo la que elijo ese ritmo o es mi cuerpo que se mueve al compás de mi bordado? ¿Aquel movimiento disruptivo de pinchar, perforar una foto para bordar, rompe con qué? ¿Está apareciendo un nuevo sentido?
Noté, gracias a la guía amorosa de mi profesora, que el bordado partía de un gesto que se expandía, un cuerpo que recibía ese gesto y acompañaba el movimiento. El bordado es movimiento.
El gesto no había nacido en la búsqueda de la aguja, sino de un momento anterior, provenía del gesto de buscar dentro de un costurero.

Voy a detenerme en este concepto. Los costureros guardan miles de historias, remiten a lo íntimo, a lo ancestral. Un costurero tiene vida propia, es una caja llena de alma y de creatividad. Me animo a pensar que el costurero tiene conexión con la ternura.
Constituye un lugar seguro, allí pueden guardarse esos objetos que darán vida a lo que vaya a coser o bordar. Los costureros tienen aromas guardados. Resguardan la intimidad.
Los costureros son parte de una historia que nos lleva a valorar su significado social. No podemos separar estos objetos de las mujeres que a lo largo de la historia se reunían para hacer esa labor de bordar. Una práctica colectiva que permitía llevar adelante cierta manera de acompañarse, incluso hacerlo como ritual que trasciende lo transgeneracional.
Esas mujeres que se juntaban en rondas para bordar y contarse historias. Muchas veces esas reuniones tomaban la forma de resistencia durante algún acontecimiento social. Podríamos decir que se borda memoria, una memoria afectiva. Es una expresión de conexión con otro, de escucharse. Como si en ese hilvanar se pudiera coser las cicatrices, el dolor. De esta manera, algo queda de manifiesto, es una manera de mostrar lo que sucede.
Decidí entonces llevar un costurero al consultorio.
No podía desaprovechar estas historias que desprendía semejante objeto. Empecé a ofrecerlo contando esta breve historia de las bordadoras y preguntando por los costureros de cada casa. Los recuerdos e historias que se desprenden de ese lugar tan íntimo.
Este ritual se fue transformando a lo largo del tiempo. Cada paciente puede ir completando el costurero terapéutico. Incluir allí lo que para ellos sea necesario, ya que la propuesta sería bordar juntos.
Suele ser muy divertido la elección de los hilos, las agujas, los botones y alfileres.

También les pido que busquen fotos, al igual que lo hice yo en el curso de Marina.
Pude descubrir que, al bordar una foto, el significado de esa foto cambiaba. Había una re significación, una nueva narrativa.
¿No es acaso ésto lo que buscamos cuando queremos sanar?
Los foto bordados en sesión pueden llevar varias sesiones, pueden no concluirse, pueden empezarse y dejarse en suspenso hasta nuevo aviso, pueden quedar en tan sólo una invitación.
Cada foto bordado tiene dos caras, una de adelante y otra de atrás.
El reverso del bordado suele ser mágico. Detenerse en ese entramado es muy poderoso. Conlleva conectarse con aquello que no está dicho, con lo que no se ve, con lo que no mostramos, pero está allí formando parte.

En este punto es que propongo una estrategia de integración con el cuerpo narrado. Me voy a referir al cuerpo narrado como el hecho de prestar la base textil de un cuento al paciente. Mientras tanto, relato una historia (ver el cuerpo narrado en esta página).
La invitación es a elegir alguna de esas fotos bordadas para colocar en el lugar del cuerpo que cada uno considere necesario u oportuno.
¿Cómo es para esa persona coser un recuerdo? ¿En qué parte del cuerpo lo ubico? ¿Cómo es coser en presencia de otro? ¿Necesito agregar algo más?
Puedo invitar a traer alguna prenda propia o de un ser querido, o algún objeto importante para ellos. Propongo entonces evaluar si quieren hilvanarlo al cuerpo narrado.
Algunas de las preguntas que guían este proceso son:
¿Qué afecto guarda esa prenda/objeto? ¿Qué significado cobra ubicarla allí, en esa parte del cuerpo narrado? ¿Qué espacio se abre en este gesto y con esos materiales? ¿Aparece alguna memoria ancestral?
Las manos de esa persona crean tramas, bordan un sentido. Un nuevo sentido.
Tal vez necesiten bordar palabras, aquello que no fue dicho.
En otras oportunidades los invito a traer un objeto para coser al cuerpo narrado. Exploramos juntos el objeto, sus memorias y sus historias.

Coser un objeto se transforma en un desafío, ya sea porque es difícil ubicarlo, porque cuesta sostenerlo con los hilos, porque pesan sus historias.
Recuerdo una mujer adulta que trajo un colador luego de escuchar la narración del Cuerpo narrado y lo colocó en su pecho. Cuando le pedí que lo contemple agregó: “Así siento mi vida, como que hay agujeritos por donde se me escapan las cosas, me hace sentir vacía”.
Después de varias sesiones volvimos al colador. Esta mujer decidió coser una flor en un agujerito. Y dijo: “tal vez podría buscar más flores. Eso me da esperanza”.
Otra paciente decidió hilvanar tules en el ruedo de la pollera del Cuerpo Narrado (soporte de tela del cuento) Superpuso varios tules. Luego de contemplarlo dijo que creía que aquello se parecía a un límite. Que la angustiaba, aunque no sabía muy bien por qué (Esta mujer había sido víctima de violencia por parte de su ex marido).
Quiero hacer mención al movimiento de las manos en el bordar. Ellas no se mueven desconectadas del cuerpo, son una extensión del mismo. El bordado de las fotos son un continuo con el ejercicio del cuerpo narrado. Son dos maneras de regular lo fisiológico a través del arte.
El arte textil es un aliado en nuestra consulta. Las telas se convierten en un refugio, en un sinónimo del cuidado, de la suavidad, del sostén. Remite a lo íntimo y al cuidado de eso íntimo. Es un ritmo que regula y co regula.
En ese entrar y salir de la aguja en un territorio a explorar, se genera cierto sentimiento de agenciamiento, de empoderamiento.
Una adolescente que fue adoptada desde muy chiquita busca conocer su historia. Es la primera vez que se acerca a su legajo. Luego de ofrecerle el Cuerpo Narrado, busca un objeto. Elige un nido hecho con telas y agujas. Cuando lo mira me pide que lo guarde, que no puede terminar de construirlo. Me cuenta que le teme a las agujas.
Ese nido estuvo guardado durante un año, hasta que un día me dijo: “Paula, ¿puedo ver el nido?”
Lo tomó en sus manos, sacó las agujas y terminó de coserlo para darle forma. En las semanas siguientes me dijo que estaba lista para abrir su legajo.
Proponer a las familias este baile del costurero, suele ser una intervención muy amorosa. Cada uno puede bordar fotos propias, familiares, traer objetos en común o con valor propio.
Buscar un cuerpo familiar. ¡Qué idea tan preciosa! Abre infinitas posibilidades: bordarse recursos, bordar límites. preguntas, palabras, secretos, leyendas, misterios.
Crear una nueva narrativa familiar a partir de un cuerpo narrado, de un cuerpo bordado.
Una familia con una hija que tuvo que someterse a varias operaciones e intervenciones médicas, tras escuchar el cuento del Cuerpo Narrado, deciden elegir la foto de la niña cuando regresa al hogar después de una de las intervenciones. Cada uno dio una puntada en la foto. Cuando observaron la imagen notaron que el hermano había quedado atravesado por todos los hilos y no se le veía la cara. La madre rompió en llanto y pudo decirle que sentía mucho no poder estar con él más tiempo.
La propuesta fue coser una nueva realidad: todos armaron un collage con la foto del hermano, de manera tal que pudiera verse su cara. Esta familia había empezado a narrar una nueva historia.
Mi costurero sigue creciendo porque como dice Ema en "El alma de Ema": Los costureros tiene alma.
Comments