Tuve la dicha de tener juguetes en mi infancia. También tuve acceso a los cuentos y las historias narradas por mi abuelo. Pero tuve una mayor fortuna: tener títeres.
Mi infancia transcurrió en una casa de Villa Crespo, pequeña y hermosa. Cálida, era mi casa. Mi habitación, donde podía crear mundos mágicos, era mi lugar preferido.
Mi títere favorito era un payaso cuya cabeza era de goma y su cuerpo de tela. Podía poner mi mano en su cuerpo, mis dedos hacían de sus brazos y el dedo mayor movía su cabeza.
También tuve una marioneta. era una reliquia. Mi papá la había traído de un viaje. Me encantaba darle vida con sus hilos y moverla como lo que era: una bailarina. ¡Tenía que ser cuidadosa de que no se enredaran los hilos! Eso sí que era un gran problema.
Con el paso del tiempo, y la llegada de mis hijos, fui apasionándome aún más con el mundo de los títeres. Les ofrecí jugar con ellos en todas sus dimensiones. Elegíamos títeres de dedo, de manopla, de cucurucho, grandes, pequeños, duros, y blandos. Íbamos a ver a cuanta obra de títeres apareciera en cartelera.
Ahora que mis hijos son grandes, esa colección amorosa está a disposición de mis pacientes.
Mis títeres guardan no solo parte de mi historia, sino que cada persona que juega o interacciona con ellos, les confiere nuevos relatos de vida.
Para mí, los títeres son personajes mágicos. La palabra títere viene del sonido de una onomatopeya: ti. Que es el ruido que hace un muñeco de trapo al moverse. Hermoso ¿no?
Esta parte de la descripción es fundamental porque estamos haciendo referencia al movimiento.

Si pensamos que el trauma es congelamiento, el títere viene a despertarnos. Ofrece un movimiento nuevo.
Cada movimiento de los títeres acompasa cada movimiento interno y externo del paciente y del terapeuta. Estar atentos como terapeutas a este ritmo interno propio y del otro, permite hacer una intervención clínica eficaz.
También es importante a la hora de pensar junto con la realizadora de títeres, cómo imagino el movimiento del títere. Si bien el movimiento cobra vida en manos del paciente o en la necesidad de esa persona en un momento determinado, no es lo mismo un títere que se mueva desde la cabeza, desde el cuerpo o desde una parte de su cuerpo. Cada detalle es importante. Por ejemplo, tengo un títere que es un fantasma. Cuando lo creamos, necesitaba que su cuerpo tuviera “vuelo”. Que aquello que constituye lo que podemos imaginar como cuerpo, tenga movimiento, se desplace con el aire, cubra algunas partes del cuerpo del paciente/terapeuta. O las alas de los dragones compasivos, con sus distintas formas, permiten movimientos diferentes. Estos movimientos abren a su vez, distintas posibilidades. No es lo mismo las alas pequeñas del dragón culposo, que las inmensas alas del dragón de la vergüenza. Solamente aprendiendo a escuchar el ritmo interno es que podemos comunicarnos con los títeres y darles vida. El proceso de llegar a esta instancia de sintonía es el corazón de nuestra intervención.
Los títeres que habitan mi espacio están construidos con diversidad de materiales. Esto hace que puedan ser elegidos, según la necesidad. Hay títeres suaves, rasposos, duros, acolchonados, planos, voluminosos, con luces, etc.
En otras entradas a mi página, me he detenido en la importancia del trabajo con lo sensorial con personas que han sufrido el impacto del trauma.
Los títeres generan un abordaje propicio para el despertar de lo sensorial. No solo por el contacto con el muñeco sino porque todo el cuerpo de quien lo tiene en su mano, se hace uno con él.
Todo aquel que toma un títere se convierte en titiritero. Esta posibilidad de generar sensación de dominio es fundante en el trauma.
Hacerse uno con el títere y desenrollar una nueva historia. Es un juego de yin y yang. El títere sostiene a quien lo toma en sus manos y esa persona es sostenida por el muñeco.
Me gusta ese juego donde el títere “espía el mundo” (Viviana Rogozinsky). Espía un mundo externo, pero también el interno, porque sólo así puede asomarse al afuera.
En este juego existe alguien más. Por lo menos somos tres. Porque este despliegue se hace junto a un terapeuta que acompaña ese “espiar”. Un terapeuta que puede ir cambiando de lugar, pero nunca de función. Podrá tener en sus manos o en sus dedos un títere, otras veces conversará con un muñeco sostenido por el paciente, pero su función es la misma. Una presencia amorosa ante la creación que se despliega allí.
A ese espacio me gusta llamarlo: espacio poético artístico / clínico. Donde el títere es soplado de alma y cobra vida en la historia de esa persona. Algunos titiriteros hablan del títere como poesía. Yo también lo creo.
Viviana Rogozinky dice que el títere es un descanso. ¡Cómo no darle la bienvenida en la clínica!

Un descanso no se le niega a nadie, es más, debería ser parte de nuestro existir. Sin embargo, en las personas que han sufrido el impacto del trauma, tomarse un descanso es mucho. Un descanso de los síntomas, un descanso de lo abrumador, un descanso de los pensamientos intrusivos, un descanso de la vergüenza, de la autocrítica, de la soledad. Y mi lista podría seguir y seguir.
Cuando estoy escribiendo estas líneas, descubro la palabra soledad. Muchas personas traumatizadas sienten soledad por varias razones. Ya sea por cómo se sintieron frente a la experiencia abrumadora, por cómo crecieron solos en el caos de sus familias, por cómo son ignorados socialmente ante el develamiento de su trauma o por padecer síntomas difíciles de explicar y de ser entendidos por otros.
Los títeres se convierten en un objeto de compañía por excelencia. Ellos tienen un modo de estar con nosotros que se encarna como pura presencia. Nos ayudan a conectar. Y si hablamos de trauma, una de las principales consecuencias del impacto traumático, es la desconexión.
Una desconexión que reviste muchas capas: desconexión en las emociones, desconexión con el propio cuerpo, desconexión con el resto de las personas que los rodean, dificultades para relacionarse con los otros. Desconexión con la esperanza, con un futuro cercano mejor, desconexión de sus propios recursos, desconexión por la profunda vergüenza y culpa que aparecen en el trauma. Desconexión por la ira que lleva muchas veces a la autolesión o a la agresión con otros. Los síntomas disociativos dan lugar a que la persona se sienta fuera de contexto, desconectada.
En este panorama, el títere traerá toda su corporeidad para invitarnos a conectar.
Una de las primeras maneras que tienen los títeres de invitarnos a tal fin, es a explorar la creatividad y la imaginación. Dos cuestiones, que como sabemos, pueden haberse perdido producto del trauma.
El acercamiento a ambos universos es gradual. Pero justamente, gracias a los títeres es que podemos acercarnos de esta manera. Aquellas personas que han perdido la posibilidad del disfrute, de la ternura, del jugar, pueden hacerlo sin sentir peligro.
La posibilidad de vestir al títere con tantas personificaciones como se nos ocurra, de crearle escenarios nuevos, una y otra vez, expresarnos a través de ellos, es una manera amorosa de aproximación al trauma.
Los niños y los adultos que toman un títere en sus manos y crean una escena “monstruosa”, no le temen a esa escena. Dejan expresarse a través de ella.
Podemos afirmar entonces, que la regulación emocional está transitada por el arte del títere. Por su ser puente para expresar aquello que es difícil de poner en palabras.
La movilidad del títere guiado por la mano del paciente o del terapeuta, genera cierta flexibilidad. Este movimiento que es fisiológico primero, se convertirá en la esencia de la transformación. Y no sólo hablo de la creación que pueda aparecer en una escena determinada, sino también en la transformación interna.
Hay tantas variantes de títeres como de historias por contar. Y cada tipo de títere tiene un lugar sagrado en la consulta.
No siempre guardan ese mismo lugar, algunas veces se lo intercambian. Eso lo decide el paciente. Ellos están siempre disponibles.
Cualquier parecido con el amor incondicional es pura coincidencia…

Algunas veces el paciente necesita un títere plano, o uno de dedo porque no se anima a usar un títere más grande, o porque la textura de ese muñeco le ayuda mejor a su expresión.
En otras oportunidades buscarán títeres gigantes y harán con ellos refugios o lugares donde acostarse encima, descansar, dormir, sentirse calentitos.
Puede suceder que aparezca rechazo o miedo a algún títere. Y tengamos que esconderlo por un tiempo.
Todo nos ayuda a explorar.
Me gusta invitar a las personas a observar la mirada de los títeres. Sus bocas, sus maneras de moverse.
Esta invitación es muy especial y requiere de una gran apertura del corazón. Muchas personas que han sufrido traumas relacionales, no han sido sostenidos por una mirada. Encontrarse con la mirada del títere puede ser una gran puerta de acceso a sanar esas memorias. Como también, poder buscar nuevas maneras de conexión.
Descubrí que, al adentrarme en el mundo de los títeres y objetos narradores, podía inventar títeres a medida. Es decir que cuando pensaba en cómo acompañar a una niña, niño o adulto, se me ocurría un títere en particular. Gracias a las manos de Adriana Flaiban (realizadora de títeres), esas locuras se convirtieron en objetos y títeres pensados para otro.
Lo más hermoso de esta experiencia, es que esos títeres pensados en función de un acompañamiento, no desaparecen de escena, una vez que el paciente no asiste más a terapia. Sino que guarda en su esencia esa sabiduría de ese acompañamiento y se dispone a recibir a otra persona más. Muchas veces les comparte este misterio, para que puedan visibilizar la interconexión que nos une como seres humanos. Esos hilos que nos unen a través de este títere en nuestras historias de vida.
Viñeta clínica
Llega Martina (4 años) a mi consultorio, luego de una operación médica muy seria. Estuvimos trabajando antes de su intervención médica desde la psicoprofilaxis quirúrgica. Esta sesión que les comparto, era la primera posterior a su operación. Martina está con un gesto opaco. Sus ojos no se levantan del suelo, su ceño fruncido. Recuerda la valija de doctor con la que jugamos. De ella sobresalen dos títeres. Uno de un médico y otro de una enfermera.
Me dispongo a poner a la enfermera en mi mano y comienzo a hablar a través de ella. Martina cambia su expresión rápidamente. Me mira para confirmar que sea la enfermera la que habla. Duda. No importa. Ella agarra el títere doctor y dice: vamos a cantar hoy.
La enfermera le responde: _ Por supuesto Doctor, ¡qué buena idea que tuvo!
y la sesión transcurrió entre cantos y bailes de los títeres.
Martina necesitaba conectarse con la alegría y los títeres ayudaron a tal fin.
Hacia el final de la sesión me dice: La próxima seguimos curando a los otros muñecos

Títeres, humor y alegría
No solo en el trauma es necesario recuperar la alegría. Muchas personas sienten tristezas profundas y no saben cómo gestionar la felicidad. Los títeres son instrumentos maravillosos para cultivarla. De la mano de ellos y de la alegría, está el asombro y el humor.
Hay mucha bibliografía acerca de cómo estos elementos aquí nombrados son antídoto de la ansiedad y el stress.
Cómo el humor ayuda a desdramatizar las heridas del trauma. No a minimizarlas, sino a ofrecerles otra mirada. El humor permite canalizar emociones difíciles, estrecha los vínculos y humaniza.
El humor permite desarrollar la imaginación y se conecta con el bienestar y con el coraje.
Los títeres tienen estas virtudes.
Un refugio seguro. La confianza de ser recibidos
Uno de los mayores desafíos en el trabajo con personas impactadas por el trauma, es lograr restablecer la confianza y la seguridad.
El trabajo con los títeres genera enraizamiento. El tenerlos en la mano o permitir apoyarnos en ellos o escondernos con ellos, hace que la persona comience a desarrollar seguridad. La amabilidad del títere genera confianza. Puede guardar sus emociones, sus sensaciones físicas, sus pensamientos. Permite que la comunicación sea segura: ellos la median, deciden cuánto preguntar, cómo, que acercamiento quiero tener hacia el otro. Permiten manifestar las ganas de morder, de gritar, de gruñir, de asustar, sin que nadie salga lastimado.
Títeres como prácticas de mindfulness y compasión
Como venimos desarrollando en esta entrada, los títeres reciben al niño, niña o al adulto con una presencia incondicional. Su ternura, su amor, su calidez, permiten activar el sistema de calma. Ellos estarán siempre ahí. Nos hablan de la estabilidad y de la consistencia.
Esta manera de recibir que tienen los títeres genera seguridad interna, ya que la persona no se siente juzgada. ¡Menuda manera de contrarrestar la vergüenza!
Los títeres son un vehículo perfecto para conectar con la esperanza. Y en este sentido, creo que, generar espacios donde se pueda crear una nueva narrativa de vida, es conectar con la esperanza.
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