Diálogo entre dos terapeutas
- Paula Moreno

- hace 13 minutos
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Belén Romá y Paula Moreno
Este escrito surge de una de las acciones más sencillas y humanas que tenemos: un diálogo atento entre dos mujeres. Ambas compartimos la misma profesión en países y contextos diferentes; sin embargo, descubrimos estas maneras de mirar nuestra profesión que nos aúna.
Nos gustaría compartir que estos diálogos se fueron dando de manera espontánea a lo largo de varios años. Hoy toman la forma de este escrito.
Creemos que esta manera de compartir puede funcionar como recordatorio de cómo humanizamos las sesiones terapéuticas.
Entrada de los pacientes a sesión
Paula: — ¿Desde cuándo crees que le prestás atención a estas cuestiones, Belén? Porque yo siento que fue de una manera progresiva. En un principio se dieron de manera espontánea, como de casualidad. Pero poco a poco fui notando cómo eso podía influir en el paciente y en mí.
Belén: — Cuando pienso en mi proceso, Paula, lo veo como un camino en el que aún sigo dando pasos. Tener que transitar por distintos parajes desconocidos y sufrientes me ha llevado a valorar profundamente esta forma de trabajar, de estar y, sobre todo, el aprender de las personas que he acompañado. Llegar a Perú desde España para trabajar en contextos de muchísima pobreza, en contacto con sufrimientos que desconocía, sin muchos recursos en el lugar, sintiéndome a veces con las manos vacías, siendo de nuevo una aprendiz y teniendo que reinventar mi propia forma de ser terapeuta, fue el primer paso para valorar lo que sí tenía. Y lo que tenía era el poder “estar ahí, juntos”, y desde la necesidad y también con esperanza, la creatividad fue una gran compañera.
Paula: — Te voy a contar algunas de mis experiencias. Creo que vienen de la mano de lo que a mí me gustan los rituales. Me parece que recrearlos tiene algo de magia, es como instalar algo que va más allá de nosotros, tal vez algo más social. En el caso de los rituales de inicio de las sesiones, me parece que va de la mano del recibimiento del otro. Algunas veces les presento a mis pacientes un pilón de imágenes que tengo impresas con alguna frase o solo imágenes, y cuando eligen una de ellas, les comento que esa imagen o frase va a inspirar nuestro encuentro. Esto tiene un poco del juego del oráculo, pero también el de intencionar la mente hacia algo que nos inspire: calma, alegría, mansedumbre, en fin.
Belén: — Paula, me encantaría que ahora pudieras sacar una de esas frases o imágenes y esperar con alegría a ver lo que sale. Sabes, Paula, en esa mirada de los rituales de entrada a la sesión que comentas, es a veces la misma persona que acompaño quien me da la pista de cómo desearía comenzar los encuentros. Te comparto una experiencia. Una persona me contó un ritual que realiza antes de entrar a la sinagoga a la que asiste, de acuerdo a sus creencias religiosas: lavarse los pies antes de ingresar a su espacio sagrado. Cuando me lo contó, algo especial ocurrió entre los dos en ese momento. No sé si fue la forma en que me lo dijo, su tono de voz, la profundidad que desprendía, lo que me motivó, con respeto y cuidado, a hacerle una invitación: “¿Te parece si yo te pongo agua en tus manos y tú a mí, como un momento de ‘lavatorio’, y lo hacemos en esta fuentecita de mi consultorio que tanto te gusta?”. No me dijo nada con palabras, pero vi su mirada y una luz en sus ojos, se giró hacia la fuentecita y yo extendí mi mano para dejarme lavar. Hubo un antes y un después desde que hacemos ese gesto antes de cada sesión. Yo me conmuevo profundamente ante este gesto compartido, creo que él también.
Desde esa vez, he hecho varios rituales de entrada diferentes con distintas personas de acuerdo a lo que es significativo desde su cosmovisión de la vida o de su espiritualidad. Y no dudo que esos gestos hacen del lugar y de lo que vamos a compartir un Espacio Sagrado. Y eso me recuerda que la persona es una Tierra Sagrada ante la que hay que “descalzarse” como un acto de humildad y respeto.
Otra forma de dar la bienvenida a una sesión, cuando ya conozco un poquito a la persona, es dejar un mensaje con tizas de colores en una pizarra que tengo en el patio de entrada al consultorio. Una vez puse un mensaje personalizado para una paciente que no veía hace mucho tiempo. Para mi sorpresa, esa persona me dejó un dibujo de respuesta con unas palabras para mí. Desde entonces, esa pizarra (que también me fue regalada) es una aliada terapéutica. Y diría que ahora es como si la pizarra tuviera vida propia. Yo misma ando curiosa y expectante para ver los mensajes y dibujos que también me dejan. Si a la persona la atiendo online, hago una foto de lo que escribo o dibujo en la pizarra y se la mando por WhatsApp.
Paula: — ¡Qué hermosa manera de integrar aquello que hace a esa persona en particular como partícipe directa de la terapia desde el comienzo! Es como sacarse los zapatos antes de entrar. Con algunos niños hacemos esto. Sin mediar la palabra, tal vez estamos haciendo las reverencias a ese lugar sagrado que nos acoge.
Belén, ¿podríamos pensar que la manera en que esperamos a las personas o cómo decoramos nuestros consultorios, son parte de estos rituales de inicio?
A mí me sucede que puedo preparar la sala del consultorio para algún paciente en particular y otras veces lo hago para todos en general. Por ejemplo, hay una adolescente que suelo recibir con una merienda para compartir. Entonces el consultorio se va transformando ya que tengo que agregar una mesa ratona, servilletas, y el olorcito de la leche o del café con algunas galletitas transforman el lugar.
Cuando hago estas cosas, pienso que el otro puede darse cuenta de que lo siento en mi corazón, que espero que llegue y que me alegro de su presencia.
Belén: — Paula, puedo imaginar ahora esa sensación en el cuerpo de sentirse “bienvenida” que esos detalles tuyos pueden generar. Yo tendría deseos de entrar a ese espacio.
Paula: — Te voy a confesar, Belén, una travesura de gran tamaño: en el servicio público donde trabajé durante muchos años, no permitían que los consultorios fueran “acaparados” por ningún profesional ya que era un servicio público. Sin embargo, me parecía que esas paredes frías, blancas (con algún que otro manchón de humedad) no eran un buen recibimiento para los niños. Entonces propuse a cada paciente que hiciera un dibujo para colgar en la pared. Así comenzó una tarea preciosa de decorar esas paredes con sus producciones. Agregamos además sus obras de arte terapéutico. Muchas veces los niños dejaban mensajes a otros niños a través de los dibujos de la pared. En varias ocasiones admiraban la calidad de los dibujos, se preguntaban por ellos y los nenes o nenas que los habían hecho. Creo que conformamos una gran red de contención. Porges estaría encantado de ver cómo generamos seguridad interna desde su Teoría Polivagal.
¿No te parece, compañera?
Belén: — ¡Qué cierto, Paula, lo que dices y qué linda manera de poner calidez entre varias manos chiquititas! Es una travesura de colores y cuidado. Paula, pienso que no nos han enseñado a traducir en detalles cotidianos esa tarea de generar seguridad, en la que nos incluimos también nosotras, para poder trabajar mejor. Gracias por proponerme hablar de nuestros espacios. Creo que nos faltarán páginas para hablar de lo potente que es el espacio.
Deseo compartirte algunos rincones de mi espacio, en los que intencionalmente tengo presentes elementos culturales significativos para pacientes que provienen de algunas zonas del país o de comunidades específicas. Es para mí una forma sin palabras de decirles: “Tu cultura nos da la bienvenida a los dos y a nuestro espacio”. Para esas personas, no son solo piezas decorativas, son mensajeras de vivencias y deseos profundos de su cultura. Tengo unas típicas Iglesias ayacuchanas de cerámica en el patio y en la entrada al consultorio. En Ayacucho se colocan en los techos de las casas después de una construcción o renovación, durante la fiesta de techado. Es una costumbre arraigada en la cosmovisión andina. Suelen tener el propósito de proteger la casa y a sus habitantes de los malos espíritus y también es una bendición para la vivienda, para la prosperidad y fertilidad. Con algunas personas, hacemos un pequeño ritual de saludo antes de entrar.
También me acompañan en la puerta de mi consultorio unos Toritos de Pucará típicos del departamento de Puno, que es uno de los símbolos de la identidad andina peruana.
Tienen, entre otros, el significado de simbolizar la energía o espíritu, como una fuerza generadora de vida y responsable del bienestar y la protección. Una paciente además, me regaló un torito chiquitito para aumentar la familia. A varios pacientes les he entregado un toro chiquitito antes, durante o al final del proceso, con una tarjetita en la que escribo la hermosa leyenda del origen del poder de protección que se le atribuye al torito. Si deseas, en alguna de nuestras interminables conversaciones, te cuento la leyenda, pues sé que tú amas las historias.
Gracias a una paciente, te cuento Paula que una figurita que estaba temporalmente en el espacio, una campesina alada, ahora se ha quedado para esperar y acompañar a las personas. La puse en una Navidad junto con otros músicos, como decoración en una planta hermosa que cada diciembre se convierte en el árbol navideño. Está al costado de la banca donde esperan los pacientes. La figurita estaba ahí con su falda roja y su flauta. Pero perdió un ala, no sé dónde ni cuándo. Una paciente se dio cuenta y me habló de la figurita: “Oh Belén, ella anda rota como yo, pero sigue tocando su flauta”. La mirada observadora y sabia de mi paciente sobre esta figurita llenó nuestro trabajo de ese día. Desde su vulnerabilidad, con su ala rota, nos cuida y acompaña. Ella es especial y única. Desde entonces, ir a visitarla en las primeras sesiones con un nuevo paciente o cuando veo oportuno en el transcurso de la terapia, se ha convertido en una intervención habitual. Ella se ha quedado todo el año, no se fue a la caja guardada de adornos navideños y nos acompaña. ¡Qué podamos cuidar, cuidarnos y acompañarnos desde nuestra vulnerabilidad!
Paula: — Hablando sobre seguridad interna, te voy a contar otra aventura. Esta lleva piojos incluidos. Te cuento, compañera, que esta vez casi me echan del servicio de salud. La cuestión fue que estaba atendiendo a una niña que vivía en un hogar de tránsito. Ella llegó a su sesión de terapia y no paraba de rascarse la cabeza. Entonces pedí que fueran a comprar un peine fino. Armé un set de trabajo en el baño y nos dispusimos a hacer la sesión mientras yo sacaba sus piojitos. Esa sesión fue maravillosa, ya que mientras yo le sacaba las liendres, iba guiando una sesión con atención plena. Le iba preguntando acerca de la manera de pasar el peine, si estaba bien esa presión o no. La niña tenía a mano unas hojas para dibujar mientras hacíamos ese proceso. Fue la primera vez que la niña pudo hablar de ciertos malos tratos que había sufrido, apareció una voz en su cabecita que pudo ser reconocida ese día, y por sobre todo recibió por primera vez un cuidado hacia su cuerpo que no fuera un maltrato.
Belén: — Escucho con el corazón esa experiencia de ustedes dos y te agradezco mucho por compartir ese momento sagrado de profunda humanidad y de sabiduría terapéutica, entre piojos.
Salida de los pacientes de las sesiones
Belén: — Sabes, Paula, siempre me encantaba de niña coger un caramelo del frasquito que tenía una tutora de mi colegio sobre la mesa y que nos ofrecía al finalizar alguna jornada (eran otros tiempos, ja, ja). Creo que ese recuerdo me inspiró a dejar, en vez de caramelos, mensajes sorpresa a los pacientes cuando salen de la sesión. Tengo una Mafalda de cerámica sentada en su banca, que es a la vez un macetero. Cuando las flores que estaban en la cabeza de Mafalda se sacaron, vi que podría ser un bonito sitio donde dejar mensajes, dibujos, adhesivos, etc., para que quien los vea y quiera, los coja al finalizar la sesión. Son mensajes sorpresa. Luego me animé a invitar a algunos pacientes a dejar sus mensajes para los otros que llegarían después. Cuando finalizan la terapia pueden dejar también mensajes especiales a otras personas. A veces, algunos no esperan a la salida y cogen sus mensajes a la entrada, como si de una travesura se tratara.
Paula: — ¡Me encanta eso de dejarse mensajes! Puede entenderse como parte de la común humanidad: muchos pasamos por este espacio para sanar heridas y reforzar logros. Incluso creo que refuerza la idea de la intención de la mente. Cómo podemos ayudar a otros a intencionar su mente hacia la reflexión, el autoconocimiento, etc.
Belén: — Algo que creo que compartimos, Paula, entre otras muchas cosas, es el amor, hasta diría yo una verdadera pasión, por las imágenes. Y escuchando lo que comentas de ayudar a otros hacia la reflexión, curiosidad, reconocimiento de lo novedoso o lo que deseemos enfocar, he aprendido que no siempre lo que yo veo como lo más resaltante de una sesión es lo que la persona destaca. Una forma de compartir la mirada de cada uno tras finalizar una sesión es invitarnos a buscar una imagen (en la imaginación, en internet, una foto que tenemos en el celular, hacer un dibujo sencillo) que represente lo que deseamos destacar de lo vivido y enseñar lo que hemos elegido para conversar brevemente. A veces hago esa invitación para realizarlo en ese mismo momento o para hacerlo después y compartirlo en la siguiente sesión. No deja de sorprenderme lo que las personas destacan al finalizar la sesión, pues son frecuentes las veces que recogen momentos, detalles, palabras o gestos que han tenido que ver con la interacción, con el vínculo y no solo con el contenido de lo vivido. Y si lo hacemos sobre el contenido de la sesión, nos enriquece escucharnos, pues a veces hemos destacado cosas diferentes.
Paula: — Claro, Belén, somos dos apasionadas de las imágenes. ¿Será por eso que busco en las cartas o en los libros ilustrados unos cómplices? Dejar que la imagen hable en cada persona es un camino de total incertidumbre, asombro y alegría. Yo juego con ellos en esas aventuras. Seguro que vos también.
Belén: — Sí, Paula, creo que si hiciéramos una exposición de las imágenes que hemos usado, necesitaríamos un museo gigante. Podríamos imaginarlo…
Inicio del tratamiento psicológico
Belén: — Recordaba hoy cuando fui por primera vez a una terapeuta y todo lo que yo pensaba o sentía hasta el momento de conocer a la persona. Alguna vez, Paula, hemos conversado también sobre cómo nos hemos sentido al estar ante un médico nuevo. Quizás por eso intento facilitar ese inicio con pequeños detalles. Te comparto, Paula, algunos de ellos:
Cuando no me conocen y nos comunicamos primero por WhatsApp, envío en algún momento un sticker de una foto mía (es informal y creo que cálida) para que puedan “ponerme cara” antes del encuentro.
Te cuento que una vez puse a mi Mafalda de cerámica sentada en su banquita (regalo de una paciente) sobre la banca donde se suelen sentar las personas que llegan, y me sorprendió el impacto positivo. Algunas personas me comentaron: “Me gusta que ella me acompañe”, “Me pone de buen humor”, “Me da risa”, “Le hablo antes de entrar”. Desde esa vez, pongo a Mafalda u otros compañeros de banca, bien sentaditos ahí. Considero que activan un poquito el sistema de calma y los pacientes comienzan con un momento de buen humor, y hasta hay un despertar al juego, solo por el hecho de sentirse acompañados en ese momento por esta bella Mafalda. No dejo de sorprenderme de cómo a las personas adultas ese tipo de gestos y de experiencias les suaviza la llegada y los motiva a la apertura.
Cuando entran ya al espacio, les enseño un poquito el lugar y me presento, dándoles alguna información sobre mí. Mi acento es raro, mezcla de española y peruana, y a veces no saben bien de dónde soy. Les cuento dónde nací, cuánto tiempo llevo en Perú y algunos datos personales, no solo profesionales, que creo pueden ayudarles a saber de mí.
Paula: — Pero Belén, cada vez me sorprendo más de nuestras sincronías. A mí me encanta decirles a mis pacientes por primera vez que me encantaría escuchar sus preguntas hacia mí. Algunos se van por el lado formal y yo les hago una broma: “¡Pero menos mal que no me preguntaste la edad!”. Otras veces les digo que vayan pensando otro tipo de preguntas, como si tengo o no mascota, si me gusta el chocolate, etc. Concuerdo con vos que esta manera permite humanizarnos y acercarnos al paciente desde ese lugar.
Sobre final de tratamiento psicológico
Belén: — Paula, me encantará escuchar algunas de las formas en las que tú terminas los procesos terapéuticos. Sabes, compañera, creo que ando tomando cada vez más conciencia de lo importante de crear colaborativamente los finales de tratamiento, de generar momentos sagrados, experiencias compasivas y de agradecimiento también de nuestra parte a quien abrió su vida ante nosotras. Hemos caminado junto a una persona un tramo importante de su vida. Si preparamos con emoción y detalles la entrada, ¡qué hermoso que la salida tenga también esas gotitas de arte y afecto!
Deseo compartir contigo algunos momentos que aún me conmueven.
Para la cosmovisión de algunos pacientes de la sierra y selva de Perú, la naturaleza es parte de la enfermedad y también de la sanación. La terapia no termina en la consulta. Hoy recuerdo, Paula, una vez que mi paciente y yo fuimos a un río a las afueras de la ciudad de Huamanga. Allá hicimos el final del trabajo. Ese río, según algunos pobladores, perdió su poder de sanar por muchos años, pues ahí se arrojaban cuerpos de las personas asesinadas por el conflicto armado. Con el tiempo, las personas sintieron que ya tenía de nuevo su poder y es por eso que vienen, se descalzan y dejan que el agua los limpie y se lleve las penas. Así me lo relató mi paciente varias veces en el proceso de trabajo juntos. Me enseñó que no hay forma de hacer terapia sin mirar toda esta parte de la cosmovisión del mundo. Allá el río tiene vida, como cualquier otro ser. Y sin la intervención de la naturaleza, el tratamiento no es entendido. Así que, “si el río se lleva las penas, nos vamos al río”. He tenido en varias oportunidades el privilegio de estar en el río y ser testigo privilegiada de cómo la persona entregaba al río las penas que pudieran quedar tras el trabajo realizado y cómo agradecía a los Apus, a la Pacha Mama, al agua, su vida y su propio proceso de recuperación. Atesoro esos recuerdos como momentos sagrados.
En otras oportunidades, al finalizar el camino que hemos recorrido juntos en la terapia, hacemos un pequeño ritual al que llamo “Algo de este espacio se va contigo”. Invito a la persona a que elija una de las piedritas que tengo, o alguna de las caracolitas o conchas del mar que yo he recogido en un lugar especial, o recogemos flores de la buganvilla que siempre hay en mi jardín. Luego acompañamos ese momento con la frase: “Que las flores (o piedras, caracolas) que nos han acompañado en este lugar y tiempo, te acompañen”, como si fuera una bendición para continuar el peregrinaje de su vida.
“Te regalo tu camino en arte” es otra de las formas con las que finalizo los procesos. Con algunos pacientes, preparo un documento que les envío o entrego con imágenes, dibujos, colores, fotos, que resumen el camino de la persona. Recojo cómo llegó la persona, para pasar a destacar los avances, las palabras positivas, las miradas nuevas, los descubrimientos, su recuperación, con elementos de arte. A veces hago como un librito, preparo tarjetas o hago un documento en la computadora.
Verdad, Paula, quería compartirte algo más sobre los cierres. Acompañé a un joven, que no era músico profesional, pero la música estaba en su ADN, como yo le decía. En distintas etapas del tratamiento trabajamos con música (para estabilizar, para procesar sus momentos dolorosos…). Cuando estábamos cerca de terminar nuestro proceso, se me ocurrió invitarle a crear una canción sobre su proceso. Lo que no imaginé es que el día que íbamos a finalizar el acompañamiento, llegó con su guitarra al consultorio. Me dijo: “He traído la guitarra para cantarte mi canción”. Era la primera vez que tenía el privilegio de escuchar su creación ahí mismo, era la canción de su camino, de su trabajo, de su recuperación. Ahora, en muchas oportunidades, incluimos el arte creativo de la persona acompañada para cerrar el tratamiento.
Paula: — ¡Qué maneras tan especiales de hacer un cierre! Sigue siendo tan personalizado que solo uniendo a ese paciente y su proceso es que surgirán ideas, ¿verdad? Es una alegría que merece ser festejada. Te cuento, Belén, algo que solemos hacer con algunos niños. Se me ocurrió que podíamos usar la caja de arena para retratar nuestro proceso hasta ese día que es el cierre. En definitiva, estamos haciendo una caja de nuestro vínculo. Lo interesante es que yo también juego y hago la caja de arena desde mí misma. Otras veces hacemos un picnic de despedida y lo organizamos hasta con invitados. Los peluches y títeres cuentan, jaja. Me gusta prepararles algunas tarjetas con hermosos stickers y puntillas dónde decidimos juntos poner algún recordatorio del proceso.
En esos momentos podemos recordar las maneras en que cerramos las sesiones durante el proceso. Tal como vos hacés con tus pacientes, me encanta que podamos pintar piedras con una meditación, por ejemplo, o suelo comprar servilletas de cotillón con formas divertidas y pongo una frase allí para que acompañe la semana. Otras veces es una poesía o una canción de YouTube. Recuerdo una vez que un niño tenía que ir a declarar en Cámara Gesell y ambos pintamos en unas piedras el Yin y el Yang. Cada uno se llevó una piedra y a la hora de entrar nos mandamos una foto. Y lo mismo al salir de los tribunales. Esa energía de vida es indescriptible. Algunas veces puedo cerrar una sesión con una carta de las tantas que atesoro. Hay mazos de distintos tipos de cartas. Jugar al oráculo para la semana significa elegir una carta al azar y leer lo que nos dice.
Creo que ambas juntamos “curitas”, ¿no? A veces cuando trabajamos cuestiones de dolor corporal o emocional, elegir una curita o tirita para llevar es un buen plan. Podríamos sacar fotos a eso, ¿no?
Belén: — Cierto, Paula, algo que está siendo muy hermoso de estos diálogos entre las dos, es que, sin saberlo antes, compartimos algunas intervenciones creativas, aunque trabajamos con población de distintas edades y contextos. Y sí, yo también tengo mis curitas terapéuticas. Te enseño las que ahora tengo aquí.
Celebrar los logros del paciente
Belén: — Paula, pienso a veces que estamos muy entrenadas para acoger y sintonizar con el dolor de las personas que acompañamos, pero no nos han enseñado tanto sobre la alegría empática, sobre el poder inmenso que tiene el celebrar los avances en la terapia, los logros grandes o pequeños en su vida o hasta sus cumpleaños y poder expresar de manera auténtica esa alegría compartida más allá de las palabras. Yo quisiera crecer más en esas experiencias tan vitales. Es algo de lo que nosotras hemos hablado varias veces y es que ¡hay tanto que celebrar!
Este tema me recuerda algunos momentos que he vivido, algunos en el consultorio, otros a través de una sorpresa enviada, otros asistiendo físicamente al lugar de la celebración. ¿Deseas que compartamos algunos de ellos?
Paula: — ¡Allá vamos! Algunas veces planificamos la celebración del cumpleaños de algún paciente. Buscamos hacer un picnic de cumpleaños. Alguna de las dos preparamos una torta, velitas y cantamos juntas. Me emociona escuchar que en el proceso terapéutico aprendieron a que un cumpleaños puede ser connotado con alegría, o que es la primera vez que alguien prepara un festejo para ella o él. Hace unos años atrás, una paciente cumplía 15 años y me había invitado a su fiesta. Ella vivía en un Hogar de tránsito y festejaban con las adolescentes que estaban allí y las monjas que cuidaban de ella. En ese momento se estilaba prender 15 velas y compartirlas con 15 personas especiales. Así que tuve el honor de estar en una vela encendida y acompañando a mi paciente en ese momento de festejo. Tal vez a esta altura algún lector puede estar preguntándose si estas conductas corresponden o no con el accionar de un terapeuta, o si está quebrando los límites o desarmando el contrato terapéutico. Yo creo que lejos de eso, estamos desarrollando nuestro rol profesional desde el concepto de la común humanidad. Es decir que somos seres humanos sufrientes que en este momento de la vida cumplimos con acompañar a este o aquel paciente en un dolor emocional. Acompañar a un ser humano en su dolor es formar parte de sus logros, sus alegrías, sus esfuerzos. Estas prácticas humanizan y refuerzan el vínculo terapéutico.
Belén: — Comparto profundamente lo que me dices, Paula. Para mí algo importante es recordar que la persona acompañada es el centro. Las intervenciones no son el centro en sí mismas, sino que están al servicio de la persona acompañada y requieren de nuestra parte cuidado y cierta sabiduría para anticipar y percibir cómo pueden ser recibidas. Lo que puede tener mucho sentido para una persona, quizás no lo tiene para otra. Me gusta pensar estas intervenciones como tejidos hechos a medida, personalizados y con los “colores” preferidos de quien los va a recibir.
Paula: — En otras oportunidades vamos compartiendo con la familia los festejos o logros de sus hijos a través de fotos o audios. Si el paciente rindió bien un examen, si logró hacer una pijamada, si pudo quedarse a dormir por primera vez en casa de un amigo, hasta si logró ganar un juego deportivo o vencer el miedo al avión, a los perros o a lo que sea. La alegría se comparte en el momento en que se da y se festeja con ellos. Es verdad que no hace falta estar atormentando al terapeuta con miles de audios o fotos; sin embargo, estas ocasiones son especiales. Dignas de festejo. Ya me contarás, Belén, tus festejos con los pacientes.
Sorpresas terapéuticas
Belén: — Paula, en momentos específicos y especiales del tratamiento, he hecho algunas intervenciones (incluyendo la colaboración de familiares o amigos de los pacientes que sabían que se encontraban en terapia conmigo), para dar una sorpresa lúdica a la persona acompañada y honrar algunos momentos especiales terapéuticos. Recuerdo cuando en una sesión, a la paciente le surgió una imagen poderosa y esperanzadora, de la película UP, película de un viudo vendedor de globos muy mayorcito, que consigue cumplir su sueño al enganchar miles de globos a su casa y salir volando rumbo a América del Sur. Fue un momento muy significativo y se me ocurrió enviarle por sorpresa, unos globos de helio de muchos colores, con una tarjeta en forma de casita como la de la película, a su casa. Cuando hay momentos especiales, insight, descubrimientos o logros que surgen en el trabajo terapéutico, los podemos convertir en momentos mágicos si nos atrevemos a celebrarlos con creatividad desde una alegría empática.
Se dice, Paula, que estas intervenciones hay que hacerlas de manera muy cuidadosa, solo en situaciones particulares, con un buen conocimiento del paciente. Por eso, hago un discernimiento primero de la motivación de hacerlo y de la forma. Sin duda, con algunas personas, es un momento terapéutico y celebrativo de gran poder.
Ahora recuerdo cuando estaba trabajando con un paciente la dificultad inmensa para recibir halagos, felicitaciones, el ser ayudado por otros, pero a la vez, de una manera mucho más profunda, estaba el objetivo de poder celebrar su SER en mayúscula. Para este paciente, como para otros muchos, la celebración del cumpleaños era un disparador muy grande. “No soy digno” resume bien la experiencia profunda que tenía. Andábamos en pleno corazón de la terapia, tras mucho tiempo ya recorrido en el proceso, cuando se acercó su cumpleaños. Tomando en cuenta el gusto marcado de mi paciente por el color negro (toda su ropa, la decoración de casa, hasta los emoticones de los WhatsApp son de color negro), decidí enviarle unas flores negras para su cumpleaños en el marco de nuestro trabajo. Recibir y celebrar en una experiencia real y desde un marco de seguridad relacional fue un elemento clave en su experiencia.
Hablando de cumpleaños, Paula, en alguna oportunidad, he preparado una mini fiesta sorpresa. Atendí a una voluntaria extranjera, que estuvo dos años en Perú, colaborando con una organización humanitaria. Nos tocaba sesión el día de su cumpleaños. Cuando empezamos la sesión… ¡sorpresa! Le había preparado una tarjeta de cumpleaños, una selección de imágenes que sabía que le gustaban, dos fragmentos de videos graciosos que podían hacerle recordar momentos de su vida que fueron especiales y una propuesta de sesión diferente. Hicimos “el camino de la celebración”, sí, un camino de los momentos a celebrar. En cada tarjeta de colores, que yo había recortado, podía ella poner algo de su vida de lo que sentía muy orgullosa, quizás experiencias, personas, momentos, sobre todo aquellos que habían dependido de ella, de sus elecciones. Las pusimos en el suelo. Y fuimos caminando al lado de cada tarjeta. La invitación era detenernos un momento en cada una de las experiencias anotadas en las tarjetas y para eso le preguntaba por imágenes, palabras, emociones, sensaciones relacionadas con ese momento para a continuación invitarla a escuchar con el corazón lo que cada tarjeta le regalaba hoy en su cumpleaños, quizás un mensaje, unas palabras, un deseo y los apuntábamos al otro lado de las tarjetas. Su propia vida la celebraba a ella misma. Al finalizar la sesión le fui leyendo de nuevo, uno tras otro, los mensajes que de sus mismas experiencias habían emergido. “Soy tan querible” dijo. Y saqué dos kekes chiquitos de chocolate con una vela. ¡Feliz cumpleaños!
Paula: — ¡Qué manera tan hermosa de festejar la vida, Belén! A veces los colegas me preguntan si para instalar desde EMDR un recuerdo positivo es necesario pedirle al paciente que recuerde un evento determinado. Yo les explico que la mejor manera de instalar en la mente una experiencia positiva es tomando las “perlas” del tratamiento y experimentarla junto a ellos. Esta es una verdadera red positiva que se instala como potencial recurso.
Hace unos años atrás acompañé a una niña con dificultades para control de esfínteres. Ella tenía 5 años. Tenía tanto miedo de poder sentarse en el inodoro, que decidimos disfrazar al baño y por supuesto nosotras iríamos disfrazadas también. La madre estaba presente para asistirla y que yo saliera de escena cuando la niña lograra al menos sentarse. Nos pusimos manos a la obra y decoramos el baño del consultorio como halloween. Este motivo de decoración fue elegido por la niña. Colgaban de todos lados telas de araña, insectos de plástico, calaveras, tridentes, calabazas, etc. Las dos nos vestimos de brujas e hicimos pociones mágicas para derretir al miedo. Así fue que sesión tras sesión pudo vencerlo. En su casa también disfrazó su baño y me mandaba fotos de cómo iba quedando ese nuevo espacio de seguridad. En este punto, haber aprendido algo de actuación me lleva a darle más vida a la intervención. Por ejemplo, no es lo mismo disfrazarse de bruja sin emitir sonido, que disfrazarse de bruja y hacer la voz de la bruja, los conjuros y tener una varita mágica que hace hechizos.
Belén: —Paula, ¡qué hermoso celebrar estos logros! No hay nada mejor que celebrar lo cotidiano de la vida, sobre todo si ha sido un reto poder lograrlo, como le pasaba a esta pequeñita. Y sabes bien que admiro mucho tu creatividad, Paula, eres como un pozo de ideas. Siento que tú tienes la capacidad de mirar lo que podría pasar desapercibido o donde otros no pueden ver. Yo creo que desde esa mirada te brotan muchas ideas creativas que me emocionan. Quizás, si miramos y escuchamos con el corazón, todos podemos ser creativos.
Ir al lugar de la celebración de los pacientes
Belén: —Conociéndote, Paula, imagino que tú también has vivido algunas experiencias de este tipo. Recuerdo cuando fui por sorpresa a una feria artesanal, con toda mi familia, donde estaba una paciente ceramista con la que habíamos trabajado mucho para que pudiera volver a su taller y retomar su arte. Le compré unos aretes hermosos que tenían como destinataria a otra paciente artista. Era la primera vez que ella participaba en una feria artesanal. En otra oportunidad, había conseguido que sus obras las pusieran en una tienda y fui a verlas. Le mandé una foto delante de sus creaciones. Luego trabajamos en sesión lo que supuso para ella ambas situaciones y el saber que sus obras "eran vistas". Sabes, Paula, también he ido al primer concierto de una paciente, a la ordenación sacerdotal y primera misa de un religioso que acompañé, a la clínica a conocer al bebé de una paciente, que desde el cuarto mes del embarazo estuvo en reposo e hizo toda la terapia desde su cama, tras un largo y complicado tratamiento de fertilidad. Cuando nació el bebé, fui a verla a la clínica y a dar la bienvenida a ese pequeñín al que ya conocía, de alguna manera, desde que había sido esperado.
Paula: —No puedo dejar de sonreír cuando escucho tus aventuras y cómo se entrelazan con las mías. Claro que fui a ver a pacientes que han inaugurado una obra de teatro o escrito libros. También ellos me acompañan a mí en mis presentaciones literarias. No puedo dejar de emocionarme al ver este símbolo del "infinito" compuesto de relaciones humanas, un ir y venir a través de ese símbolo que me llena de alegría mansa y de esperanza.
También pude acompañar a pacientes en alguna ceremonia velatoria de algún familiar.
Estos rituales no son lo mismo si no están compartidos, ¿verdad?
Cuando leo tu manera de acompañar yendo al lugar del paciente, comparto experiencia en ir al hospital cuando algún paciente tiene una intervención médica que implica una internación prolongada. Mudarse con la valija de cuentos, títeres y material de arte es una gran aventura. Vale aclarar que siempre debe preguntarse al personal médico que está a cargo del cuidado del paciente.
Belén: —Sabes, Paula, hay un momento de celebración que fue muy significativo. Pude ir a la graduación de los estudios de electricidad de un joven de El Agustino. Él había pertenecido a una barra brava de un equipo de fútbol. Él, decía de sí mismo con humor: "he sido un gran pandillero, no sé quién soy ahora". Una vez que pudo salir de la pandilla y tras buen tiempo de trabajo personal, empezó a estudiar. Tenía dos pases para la graduación. Fue su pareja y me invitó a mí. Para esa ocasión, pedí a una expaciente artesana que hiciera un macetero en forma de bombilla para regalárselo de parte de todo el equipo. Dentro pusimos una planta y un mensaje sobre la metáfora de "la bombilla", de darse luz a sí mismo y a otros. Paula, sabes, lloré de alegría, de emoción, en esa graduación. Supe que después lo contrataron en un Hotel como personal de mantenimiento.
Paula: —Supongo que a esta altura de la lectura nadie se sorprenderá de que compartamos lágrimas con un paciente. Lágrimas de alegría o tal vez de conmoción frente a algún evento. Esto no significa que estemos desregulados como terapeutas, todo lo contrario.
Hay experiencias que nos embargan de emoción como seres humanos que somos. Poder compartir genuinamente esto es para nosotras muy relevante. Hace poco acompañé a una familia adoptiva a revisar la historia previa de la adopción de su hija mayor de edad. Esta paciente había sido adoptada a sus diez años. Yo fui terapeuta de esa niña desde los siete años, cuando aún no estaba en proceso de adopción. La acompañé en distintos momentos vitales, incluido el proceso de adopción. Esta familia había aceptado hace diez años dar testimonio para otras familias sobre lo que fue para ellos la adopción de mi paciente. Yo guardaba ese video, que volvimos a recorrer juntas. Mi paciente no podía creer lo que estaba viendo. Cada palabra de sus padres adoptivos le resonó y comenzó un proceso nuevo de integración de eslabones que aún quedaban perdidos en su historia. Ver juntas este video nos llenó de lágrimas a ambas.
Estar con pacientes en otros espacios que no son el consultorio
Belén: —A lo largo de los años, Paula, he tomado conciencia de que hay determinadas circunstancias en las que tan importante como el tipo de intervención es el lugar desde donde la hacemos. Si bien mi lugar habitual de trabajo es el consultorio, algunas veces me he desplazado a otros lugares. Tomo conciencia, ahora que lo comparto contigo, de que han sido situaciones donde la persona estaba pasando por momentos especialmente difíciles.
¿Te ha pasado algo parecido, Paula? O quizás has tenido experiencias diferentes.
Yo recuerdo momentos relacionados a temas de salud. En una oportunidad, visité a una paciente enferma de cáncer que estaba en pleno tratamiento de quimioterapia. Fui a verla a la enfermería de la comunidad religiosa donde vivía. Le dieron permiso para salir y salimos a caminar un poquito y comer algo. Su alegría por el encuentro me llenó también a mí de vida y tenemos una foto hermosa de ese encuentro.
Una vez, literalmente, fui a acompañar un ritual de despedida para el útero de una paciente. Ella era una pobladora del cerro de El Agustino con la que venía trabajando. Vivía sola, su familia estaba en la sierra. Me había llamado desde un hospital de Lima del que yo había escuchado hablar (y no muy bien), pero nunca había entrado. Le acababan de realizar una histerectomía inesperada. Me dijo por teléfono: "he visto lo que me han sacado, no sé qué hacer y lo habrán tirado". Literalmente, la persona sintió que tiraron una parte de su cuerpo a la basura. Le pregunté si deseaba que fuera al hospital. Me impactó entrar a ese hospital público, largas salas llenas de camas una detrás de otra, como en las películas. Mucha, mucha pobreza. Hicimos un pequeño ritual, ella en la cama y yo a su lado para que pudiera despedirse de su útero. Dijo entre lágrimas que le tenía rabia a su útero y no lo quería por lo mal que se había portado, pero a la vez lo quería y le dolía perderlo. Ahora puedo entender mejor gracias a ella la importancia de despedirnos de partes de nuestro cuerpo. Y puedo entender mejor cómo es el olor de un hospital de ese tipo, olor del que me habían hablado antes.
Sabes, Paula, hay otro tipo de lugares a los que he ido y están relacionados con pacientes que han sido víctimas de violaciones de derechos humanos, como el conflicto armado que vivimos en Perú o situaciones de represión por parte del Estado, entre otras.
Recuerdo cuando fui al Santuario de la Memoria La Hoyada, lugar que alberga los restos humanos de decenas de víctimas torturadas y asesinadas por las fuerzas armadas del Cuartel "Los Cabitos" en Ayacucho, durante el conflicto armado interno de 1980-2000.
¡Habíamos hablado tantas veces del horror de ese sitio, con ella en las sesiones! Sabía que allí habían matado a su familiar y alguna vez me había dicho que cuando pudiera ir yo de nuevo a Ayacucho, podríamos ir juntas al Santuario. Le avisé que iba a ir en unas semanas. Preparamos en una sesión ese momento futuro de ir al Santuario. Y fuimos. Nos hicimos una foto las dos ahí, bajo la cruz de madera sencilla en la que se lee "En memoria de las víctimas de la violencia". Ese momento fue un sacramento. Me pidió que la acompañara mientras rezaba por él y por los demás.
Paula, creo que hay lugares que son parte del dolor, pero también son ventanitas de consuelo, de reparación, de vida. Recuerdo cuando hicimos un ritual en un lugar simbólico, El Ojo que Llora, para visitar la piedra que tenía escrito a mano el nombre del familiar desaparecido de mi paciente. Fuimos juntas dos veces a El Ojo que Llora: una vez las dos solas, para hacer una sesión de terapia ahí, al lado de la piedra de su familiar en una fecha muy significativa, y otra vez junto a los asistentes al Encuentro de las Escuelas de Perdón y Reconciliación, ESPERE, para poder ser parte de la solidaridad y compromiso de tantas personas y poder recibir apoyo y sostén. El Ojo que Llora es un memorial creado para honrar a las víctimas del conflicto armado en Perú, pero también para promover la paz y la reconciliación en el país. El cuerpo de su familiar nunca apareció, por eso, ese lugar es un lugar sagrado, como un cementerio donde poder visitarlo, llevar flores, llorar, recordar.
Nunca hubiera sido lo mismo hacer lo que hicimos en otro lugar. Agradezco profundamente haber podido estar juntas ahí.
Paula: —Cuánta admiración siento por el trabajo que hacés con tus pacientes y ellos con vos. Los espacios físicos son parte de los rituales de sanación. No me cabe duda. No tuve experiencias como las que describes, Belén, pero sí el hecho de sentir que si la intervención no era en determinado lugar, dejaba de cobrar tanta vida. El año anterior a la pandemia fuimos con un grupo de psicólogos a visitar a madres que habían consumido "paco" (una droga común en Argentina) al barrio donde vivían con sus hijos. Esa vez me tocó hacer el papel de narradora. Esta sería nuestra intervención clínica: compartirles un cuento que escribí junto a la colega Luciana Rossi que se llama No todo lo que pincha es pinchudo. Allí estuve compartiendo parte del día con esas madres y sus hijos y al momento de la narración, un niño muy inquieto no dejaba seguir adelante el relato. La madre ya estaba un poco molesta. El niño quería estar cerca del títere que representa al protagonista del cuento: un pez globo. Yo lo dejé acercarse y se sentó entre mis piernas en la posición de indio. El pequeño quería mayor cercanía, entonces lo invité a manejar el títere conmigo. Puso su manito de cuatro años dentro del títere, rodeé su mano con la mía y juntos, relatamos el cuento. Creo que esta fue la mejor experiencia de co-regulación emocional que he experimentado.
La naturaleza en la terapia
Belén: —Paula, algo que he aprendido y agradezco de vivir en Perú y de las personas que acompaño, en especial cuando vienen de comunidades que viven en comunión con la naturaleza, es el respeto que prodigan por ella y el poder sanador que tiene en sus vidas y en su cultura. Suelo tener flores amarillas en el consultorio cuando vienen personas de Ayacucho. Se las ofrezco al entrar o ponemos algunas sobre la tierra. Todo empezó cuando yo estaba en un pequeño poblado cerca de Huamanga, en Ayacucho, a punto de comenzar una sesión con una paciente del lugar, cuando ella sacó unas flores de retama amarillas y las puso sobre mi cabeza. Me dijo que era una manera de darme la bienvenida y las gracias por haber ido hasta allí. ¡Aún recuerdo en el cuerpo cómo me conmovió ese gesto y el agradecimiento hacia ella al sentir esas flores amarillas sobre mí! Por ella aprendí que estas flores se asocian a varias propiedades y cualidades, pero en especial a la renovación, la esperanza, el cambio, los nuevos comienzos, la alegría, la resiliencia, pero también como una forma de dar la bienvenida. Además, para algunas personas que acompaño por temas vinculados a violaciones de derechos humanos, tiene el sentido adicional que surge de la canción folclórica peruana "Flor de Retama": un sentido de lucha, de resistencia y la memoria colectiva de una masacre ocurrida por el derecho a la educación. Si no tengo flores, saco una foto de la flor de retama que hizo mi hija en Ayacucho. Tengo varias de esas fotos impresas que entrego a la persona.
Paula: —Claro, Belén, cómo no incluir a la naturaleza. Qué ideas más hermosas tuvieron. Todo lo que la naturaleza nos ofrece para trabajar y activar nuestro sistema de calma.
Te comparto algunas de las mías:
Me encanta proponer el trabajo de hacer mandalas con hojas caídas o ramitas o flores que estén ya desprendidas de las plantas. Buscar formas y colores ahí es un mundo increíble de posibilidades.
Otras veces utilizo los sonidos de la naturaleza como mi tambor de mar o el palo de lluvia. Suelen ser fieles compañeros para lograr la calma.
Utilizar la metáfora del cultivo de algunas cualidades puede ir acompañado del cultivo en la realidad. Me gusta hacerlo en la sesión, ya sea buscando semillas y eligiendo qué sembrar para que el paciente se lo lleve y lo cuide. O bien plantando papel orgánico. Este ejercicio puede ir acompañado de alguna meditación.
¿Te animás, Belén, a jugar con la lista de animales que se convierten en coterapeutas?
Siempre cuidando al insecto o animalito que nos vaya a ayudar.
Belén: —¡Genial, Paula, acá ando lista para conocer a tus co-terapeutas!
Paula: —Te cuento algunas travesuras animalescas:
Recuerdo un niño que solo se tranquilizaba con su perro. Estaba atendiendo en el centro de salud donde no se permitían las mascotas. Entonces las sesiones transcurrían dando vueltas al perro por las callecitas cercanas.
Otras veces los aliados son los caracoles. Los de tierra. En mi barrio hay muchos caracoles colgando de las plantas. Ir a buscarlos para que nos enseñen y luego llevarlos a su casa nuevamente es un proceso mágico en sí mismo.
En otra oportunidad, una niñita quiso mostrarme cómo se adopta un bicho bolita. Claro que ella había sido también adoptada. Llegó a la consulta con su terrario y una gran cantidad de bichos bolita. Ella les daba de comer, cada uno tenía su nombre y una explicación de por qué había cada uno lo que hacía.
Para reírnos un rato más, te cuento que hemos trabajado con conejos, liebres, hámsteres, renacuajos, tortugas, perros y hasta pájaros.
Cada uno de ellos es una aventura terapéutica. No solo nos ayudan con el momento determinado en que aparecen en escena, sino que en general nos conectan con la ternura, el cuidado, la amorosidad, la responsabilidad y el sentido de vida.
Belén: —Paula, pensar en estos animales que nos ayudan y en la naturaleza en general, me genera mucha esperanza y motivación. Hay todo un mundo natural al que cuidar pero que también nos cuida. Te cuento de los animales que nos han acompañado por acá.
¡Compartimos también los caracoles! Es hermoso ir a verlos y contemplar cómo, gracias a las gotitas de agua, ellos se desplazan, se mueven, viven. Y ahí podemos pensar juntos sobre las condiciones que necesitamos para vivir mejor, para tener paciencia, para trabajar el tema de nuestros caparazones y otras muchas cosas más. ¡Y nos hemos hecho selfies con los caracoles! También salimos muchas veces a contemplar los pajaritos que bajan a beber, a bañarse y a jugar en dos platos sencillos llenos de agua que están bajo la ventana del consultorio. Nos permite mirar, reír y vivir momentos de atención plena, poder agradecer, sentir la conexión con la naturaleza y conectar con lo sencillo de la vida.
Paula: —Es que los caracoles son grandes aliados.
Yo les cuento una historia verdadera que ocurría en mi infancia donde jugábamos a carreras de caracoles con mis hermanos. Algunos niños me miran con cara rara, como si los estuviera engañando. Les explico que puede ayudarnos con la paciencia. Así que ¡ya saben!, a armarse de paciencia.
Belén: —¡Ay, Paula! Una vez un joven me dijo si podía presentarme a su mascota. Nunca imaginé que cuando dijera que sí, vendría con un puercoespín. Todo iba relativamente bien con esa sesión de tres (el paciente, el puercoespín y yo) hasta que el puercoespín empezó a hacerse caca por varios lados del consultorio. El jovencito se sintió algo avergonzado por lo que estaba pasando, pero a la vez le generó mucha risa por la situación y por lo encantado que estaba su puercoespín dejando su rastro por todo el espacio. Una mezcla de emociones que a la vez nos regaló una maravillosa oportunidad de normalizar esas cosas que nos pasan en la vida. Los dos en el suelo, estuvimos recogiendo las cacas, hablando de los puercoespines (nunca había escuchado con tanta atención sobre los puercoespines).
Desde esa sesión, la cantidad de dibujos, memes y videos que nos intercambiamos sobre los puercoespines nos podrían permitir rodar un documental. Especialmente significativo fue trabajar en varias sesiones con la metáfora de las "espinas" del puercoespín.
Leer las necesidades reales del otro
Belén: —Me conmueve mucho el recuerdo de esta pacientita, Paula. La acompañé desde que tenía cinco meses de embarazo. Un embarazo fruto de una violación terrible, que venía a coronar una historia de abandono y negligencia desde la infancia. Vivía en un centro de acogida. No había familia disponible, solo las tutoras del centro. Cuando nació su bebita, se turnaban las tutoras para acompañarla hasta mi consulta y cuidar a la bebé mientras trabajábamos. Una vez, la cuidadora del hogar no pudo quedarse. Entramos las tres al consultorio. Vi la cara de mi paciente agotada, sin energía, bostezando, decaída, y teníamos una hora por delante. En verdad, eso no era solo evitación, no era solo sintomatología disociativa (a pesar de que en ella ambas cosas eran el pan de cada día y seguro también estaban ahí). Lo que parecía es que sus ojos me gritaban: "¡Socórreme!". Esta adolescente estaba agotada. Tras el parto, habían aparecido algunas pesadillas y se despertaba en las noches por la bebé. Le pregunté qué necesitaba y me dijo: "solo quiero dormir".
Y siguiendo una intuición que venía también de los meses que la conocía, le pregunté con mucho cuidado: "¿Desearías dormir acá en la consulta mientras yo cuido a tu bebé?". Su mirada me dijo sí, sus palabras también. "¿Qué te gustaría que traiga o qué haga para que puedas dormir?". Me dijo que me quedara cerca por si tenía pesadillas y que le gustaba esa música que ponía cuando trabajábamos algunos recuerdos porque la calmaba. Le puse una mantita que siempre tengo en el consultorio y junté dos sillones para que pudiera estar acostada. Puse unas gotitas de aceite de lavanda en una de las velitas que tenía prendida. Le pregunté si deseaba que hiciera algo con su bebita, si había algo que debía saber para poderla cuidar, y recuerdo que solo me dijo: "si está contigo, yo puedo dormir".
Salí al patio que está a la entrada de mi consultorio, dejé la puerta abierta y me coloqué en un lugar desde el que ella me podía ver por la ventana. Me quedé con esa criatura, que por ratos dormía y por ratos estaba despierta. En verdad, puse todo mi corazón en las dos.
Sentí esa hora larga como meditación sagrada. Con la bebé en brazos, le hablé (por dentro y por fuera) para decirle que su mamá estaba haciendo lo que podía, que quizás no sabía cómo hacerlo mejor. Yo estaba muy conmovida. Cuando llegó el momento, entré a despertar a la mamá. Estaba profundamente dormida. Yo creo que fue una sesión absolutamente amorosa para las tres. Sí, para mí también, pues algo cambió en mí. Han pasado varios años. Su hija ya es una niñita. Vienen a visitarme de vez en cuando.
Sabes, Paula, recuerdo una experiencia que alguna vez compartí con nuestra amiga común Sandra Baita. Ella me la ha recordado varias veces. Era pandemia y tuve una sesión por Zoom con un paciente al que siempre había visto presencial. Él vivía en una casa muy humilde, con techo de esteras y paredes sin tarrajear. Comenzamos la sesión y sentía su incomodidad y hasta una cierta vergüenza. Ya nos conocíamos de tiempo. ¿Qué estaba pasando en ese momento? Con el mayor cuidado posible, puse esa sensación que tenía encima de la mesa. "Mi casa es muy pobre, Belén, y en la pantalla la veo. Verla no me deja ahora hablar". Agradecí profundamente su sinceridad y tenía dos caminos delante para optar: o abordaba ese tema de la vergüenza de manera explícita o cuidar esa vergüenza en ese momento, nombrándola, pero tejiendo ahí un espacio de contención y sensibilidad, para poder revisitar esa experiencia en otro momento más adecuado. En esa oportunidad, decidí ir por el segundo camino. Se me ocurrió proponerle que usemos los fondos de Zoom para nuestra sesión. Él elegiría un fondo y yo otro. Nos hicimos una foto ese primer día de trabajo online. Y desde esa vez, los fondos fueron cuidadores de nuestro proceso. Cuando comenzábamos la sesión, nos tomábamos unos minutos para elegir ya no solo los fondos que vienen predeterminados, sino que fuimos eligiendo otras fotos para que nos acompañaran de acuerdo a lo que necesitábamos en ese momento. Y así, poco a poco, nos fuimos acercando a esa casa a medio construir que guardaba una historia de dolor profunda en sus paredes. Varias sesiones después, nos despedimos de los fondos de Zoom y trabajamos con nuestras paredes de verdad de fondo.
Y hablando de la vergüenza que en determinadas situaciones emerge escondiendo a veces una necesidad o un grito callado, recuerdo hoy a esa señora campesina ayacuchana y sus palabras: "No puedo enseñarte mis manos, Belén. Me dan vergüenza mis manos. Son de campesina, maltratadas. No puedo hacer eso de cruzar las manos sobre mi pecho, pues se verían mis manos". Ese no era el momento de trabajar directamente ese contenido. Los flashbacks de la noche en que entraron a su poblado y empezaron las ejecuciones eran la prioridad. Estábamos ahí, con un sufrimiento intenso. Ese día llevaba en mi mochila títeres de dedos tejidos artesanalmente que siempre cargaba cuando iba a Ayacucho. Pensé en que esos muñequitos podían venir a nuestra ayuda, para que pudieran tapar sus dedos, pero de una manera sana. Recuerdo que los saqué, y le dije que esos títeres tejidos podrían cuidar sus manos para que pudiéramos seguir trabajando y que le regalaran el tiempo que necesitara hasta poder quitárselos. Era una invitación. Nunca olvidaré esa sesión, su alivio, su mirada, su sonrisa y la sorpresa casi de niña, ante los títeres. Trabajamos respetando su necesidad. Le regalé cinco títeres chiquitos. Y sí, más adelante trabajamos su ser campesina y sus manos con las huellas de su vida.
No digo que siempre haya que proceder así, por supuesto que no. Pero a veces, la necesidad que la persona tiene en ese momento puede andar algo camuflada pidiendo de nosotras una mirada compasiva que vea más allá de lo que es explícito.
Cuidado del espacio para recibir al paciente
Belén: —Paula, sabes, cuando pienso en el espacio, veo que tengo dos experiencias diferentes, pero a la vez con un mismo aire en común. Te cuento que por un lado está el espacio de mi consultorio y por otro, cuando estoy atendiendo en otros lugares, generalmente en lugares de pobreza o de muy pocos recursos.
Sobre mi consultorio, literalmente es como el resto de mi casa, pero en chiquitito. Tiene los mismos colores, tipos de adornos, velas, aromas, lámparas y hasta tejidos que puedes ver en otro lugar de mi casa. Bueno, tú conoces cómo es mi lugar, porque has estado acá.
El comentario que me suelen decir es que no parece un consultorio habitual y que es "muy a tu estilo". Debo reconocer que está a mi gusto y eso hace que pueda sentirme en casa, en un lugar que me genera seguridad, cuidado, calma, bienestar y que deseo sea así para las personas que llegan. Si me siento a gusto en el lugar, estoy más predispuesta para la conexión.
Sé que amo los detalles, los objetos y que a veces me relaciono con ellos como si tuvieran vida de alguna manera. Y si pudieran hablar me gustaría que dijeran a cada persona que entra: "Te espero", "Te veo", "Eres bienvenido/a", "Cuido este lugar para ti", "Mereces un espacio amable".
Te comentaba hace un momentito que no siempre trabajo en mi consultorio y cuando eso ocurre, es porque ando en lugares de muy pocos recursos que no suelen tener detalles o condiciones tan amables. Cuando voy a esos espacios, siempre llevo algunas cosas de mi consultorio, que pueden ser pequeñitas, como velitas, algunos pareos de colores por si tenemos que sentarnos en el suelo, pequeñas botellitas con aceites aromáticos, caracolitos, colores y alguna que otra sorpresita. Por eso creo que tiene un aire común al consultorio, pues aunque ande en el cerro, en la intemperie o en una oficina desconocida a muchos kilómetros, intento generar un ambiente cercano y cálido para poder sentirme en casa, pero sobre todo para que las personas puedan experimentar un lugar cuidado, con detalles y especial, estemos donde estemos. En verdad, el trato digno al otro pasa también por un espacio digno, aunque estemos bajo una estera de esparto o sentados en la escalera del cerro.
Yo he estado una vez en tu consultorio, Paula, y lo sentí como un lugar lleno de magia que me invitaba a jugar, a crear. Era como si la fascinación por ese mundo que ahí estaba al alcance aumentaba mi curiosidad. Recuerdo bien que no deseaba salir de ese lugar. Me encantará escuchar ahora, varios años después, cómo es que está tu espacio y cómo lo vives…
Paula: —Tuvimos la suerte de conocer nuestros espacios sagrados. Yo también el tuyo. A lo largo del tiempo, el mío fue cambiando, tal vez en función de mi mundo interno, tal vez en función de mis pacientes o de todo un poco. Los libros ocupan un gran lugar en mi espacio.
Cada vez encuentro tesoros que esperan ser descubiertos. Adultos y niños entran al mismo espacio, lleno de colores, cuentos y objetos narradores. Al contrario de lo que muchos puedan creer, nadie se desorienta con ellos. La cualidad de presencia, aunque sean muchos, se mantiene intacta. El aroma también tiene su lugar. Adoro escuchar a los pacientes decir: "qué rico olorcito hay acá". El material para el arte también está disponible, las personas saben en qué cajón los guardo y podemos ir hacia él cuando lo necesitemos.
Cuando trabajaba en el espacio público, ya te conté que me convertí en Mary Poppins. En mi bolso había elementos para hacer de aquel lugar un verdadero espacio de recibimiento.
El humor y el juego
Belén: —Cuando pienso en estos temas, Paula, creo que con el paso de los años, que no son pocos ya, he ido ganando en espontaneidad y mayor seguridad para poder ser lo "más yo" posible en las sesiones, sin descuidar mi rol profesional. En verdad, en la vida cotidiana suelo tener buen humor, si es que he dormido bien, ja, ja. Pero en general, como me dicen en casa, soy de risa fácil y el recurso del humor es bastante natural en mí.
Me acordé de algo que me pasó hace un tiempo y que compartí contigo. Si le pusiera un título lo llamaría "Cuando mi ignorancia se convirtió en un tesoro de humor". Durante tres días estuve literalmente invadida por los globos en cada sesión online de terapia EMDR, sin que yo tocara una sola tecla de la computadora, ante la risa imparable de los pacientes.
Gracias a un compañero, me enteré que era una nueva actualización "tecnológica" que registra ciertos gestos y lanzaba confeti, globos, fuegos artificiales, etc. Si uno hace el gesto del símbolo de la paz con los dedos, salen globos de todos los colores. Cuando yo hacía el gesto de los movimientos con los dedos para explicar EMDR, la computadora lo interpretaba como el símbolo de la paz y es ahí que me inundaba de globos en plena sesión por Zoom. La primera vez que pasó, cuando le pregunté a la paciente: "¿qué viene?, ¿qué notas?", me dijo "globos". Nunca nos hemos reído tanto en una sesión. Pero esa situación quedó como un recurso increíble. Ahora había aprendido a lanzar confeti, globos, fuegos artificiales y lo empecé a usar de manera voluntaria y divertida en las sesiones para muchos objetivos. Los globos que llegaron por equivocación se quedaron para ayudarnos.
También uso a veces los filtros de Zoom y puedo aparecer con orejas de gato, gafas de colores, sombreros de bruja u hocico de chanchita. Uso el humor para generar pequeños momentos de sorpresa con alguna finalidad clínica, como activar la vuelta al presente en algunos momentos del trabajo, en los procesamientos de experiencias difíciles cuando considero que se necesita activar una buena atención dual, para captar la atención, para reírnos juntos y generar un momento de conexión y para muchos usos más. Creo que el humor, si es respetuoso y natural, hace amable lo difícil.
¡Ah, verdad! te comparto algo más, Paula. Yo creo que podemos poner un poquito de buen humor y de juego en el espacio. A veces, en vez de la Mafalda que te conté, pongo a mi ovejita en la banca. Un día alguien me preguntó por la ovejita que solía estar ahí. Recordé que mi esposo lo había puesto entre las ramas de una planta que está cerca y le dije: "se ha escondido, para que lo encuentres". Y así se creó un juego. Ahora cambio el muñeco de sitio para jugar. Lo tienen que buscar (si es que decidieron jugar cuando lo notan, si les generó algo…). A veces la ovejita está escondida en las plantas, debajo de la banca o colgada de una rama. En verdad, con algunas personas ha sido literalmente una emoción grande para mí esconderla y para ellas buscarla. Una diversión cómplice compartida. He regalado a veces fotos impresas de la ovejita en momentos en que hemos encontrado algo importante en una sesión, una pieza de su historia o un aprendizaje, con ese "descubrimiento encontrado" escrito tras la foto.
Paula: —Me acuerdo de tus globos y estoy riendo en este mismo momento.
Te cuento que tengo un don: hacer reír a mis hijos cuando están de mal humor. Y que se entienda bien, no para que siempre sonrían y no darle espacio al mal humor, sino que a veces vale cambiar de estado. Este mismo don lo empecé a practicar con mis pacientes. Y no vas a adivinar: ¡ellos también caen en mis garras de humorista!
Otra de las experiencias de juego y humor son los experimentos que hacemos con los niños. Por ejemplo, hacer slime casero. No te podés imaginar lo que nos reímos al quedar todos pegoteados o cuando se nos queda la masa como una piedra.
Disfrazarse y jugar roles también es muy divertido, suelo tener varios disfraces y accesorios. Los niños a veces quieren operarme de algún órgano jugando al doctor. Así que entreno todos los ruidos habidos y por haber para hacer más amable el momento de explorar ese sufrimiento.
En la pandemia desarrollé habilidades desconocidas para mí, como por ejemplo jugar a que el celular era mi propia persona. Entonces el niño me llevaba como si trasladara mi cuerpo por toda su casa. Una tarde estuve dentro de un horno de juguete un largo tiempo. Nos reímos mucho cuando al salir de ahí, me puse una peluca de cabello negro con rulos, como si se me hubiera quemado.
Guiar a un niño en un juego y jugar con él a través del Zoom requiere sí o sí del humor. Sería imposible de otra manera.
Belén: —¡Ay, Paula! Escucho lo que cuentas y me río por dentro y por fuera. No puedo dejar de decirte eso que sé que a ti te hace tanta gracia y que siempre digo y es: "esto no es normal", ja, ja. Y felizmente que no es normal y que "tú no eres normal".
Creo que tenemos un mundo de posibilidades desde lo concreto y pequeño para que el humor y el juego nos acompañe con niños, niñas, pero también con adultos. Y como tú dices, incluyendo sencillamente los objetos que tenemos diariamente en nuestro espacio.
Paula, me siento invitada a preguntarme, como adulta, fuera de mi trabajo como terapeuta, de qué manera cultivo lo lúdico en mi vida, que incluye el juego pero no es solo eso, sino la capacidad de vivir con mayor ligereza los momentos difíciles o explorar caminos nuevos cuando se me nubla el panorama. Ahora recuerdo un momento en familia y con amigos, todos grandes, haciendo una guerra de aviones de papel, tirados por el suelo, escondidos tras los sillones, corriendo por toda la casa, tras haber hecho, literalmente, cientos de aviones de papel entre risas interminables. Recuerdo también momentos en que el humor de mis hermanos fue un bálsamo amable para acompañarme un duelo difícil. Pienso que esos momentos quedan grabados para siempre y me doy cuenta ahora, conversando contigo, del potencial que tienen si los ponemos al servicio de la terapia y para eso tenemos que cultivarlos en nuestra vida personal.
El tiempo entre sesiones
Belén: —Paula, ¿tú te comunicas con las personas que acompañas entre sesiones?, ¿qué piensas de ese tema?
Yo a veces y con algunas personas lo hago, si considero que tiene un sentido terapéutico y creo que nos puede ayudar en el trabajo que andamos haciendo. Me gusta jugar con las redes sociales. Pongo mensajes, dibujos, fotos que solo sabemos el paciente y yo lo que significan para que los encuentre o para subrayar algunos de los temas que estamos trabajando. Me gusta usar las redes a favor de la terapia, cuando pueden despertar el juego, la curiosidad, el vínculo, el refuerzo de objetivo y logros. También envío breves mensajes escritos, o audios en momentos significativos, como preguntar por una prueba médica, ver cómo le fue el examen de conducir, saludar por cumpleaños, acompañar el primer día en el nuevo trabajo, recordar juntos un aniversario especial, incluidos los dolorosos, como el mes de la muerte de un familiar, o por el día de la madre. ¡Y no falta el humor! Si es apropiado, no faltan los memes que van y vienen, relacionados con temas de las sesiones.
Paula: —Qué importante esta pregunta, Belén. Es una cuestión que llevará a debate seguramente. Estas son nuestras experiencias, y solamente eso. Pero acá voy con lo que me sucede a mí en el espacio que queda entre sesión y sesión:
Algunas veces encuentro un cuento o una poesía que es convidada para hacer sentir al otro lo que realmente siento en mi corazón: te pienso y te regalo esta historia.
Otras veces es una foto de mi caminata, una imagen que atesoro, un sonido del río o del mar.
Siempre tiene un efecto "mágico" de concepción profunda. Sostiene al otro y a mí en una trama mucho más amplia. Creo que aquí volvemos a la común humanidad. Esta cuestión de que todos necesitamos ser pensados y sentidos por un otro y que esas conexiones pueden ser infinitas. Muchas veces me encargo de unir historias con protagonistas distintos y que quizás no se conocen. Por ejemplo, si mando un poema de mi maestra de poesía, le cuento al paciente esto. Cuando viene hacia mí una devolución, pido permiso para compartirla con mi profesora y así vamos tejiendo un ida y vuelta.
Si aparece sincronía, vuelvo a buscar esos destellos y me encargo de que esa sincronía sea vista y sentida por los protagonistas.
Ser puentes
Belén: —¡Hay tantas formas de ser "puentes" en el trabajo terapéutico! Me gusta, Paula, ver cómo a veces nuestra mejor intervención es convertirnos en puentes.
Llevo bastante tiempo incluyendo la solidaridad como parte del tratamiento. Recuerdo ahora una experiencia muy conmovedora, con una paciente víctima de una agresión brutal, altamente traumatizada, pero que un rinconcito de su vida no fue asolado. Ese rincón era su capacidad de sentir compasión por otros y un alto sentido de conciencia social y de trabajo por las mujeres. Se me ocurrió conectarla con una casa hogar, para ir a dar clases de repostería a las pequeñas niñas acogidas. No hay palabras para expresar cómo la experiencia de altruismo, de voluntariado puede ser a veces la razón que permite que una persona pueda continuar viva. Hasta el día de hoy esta paciente tiene una relación hermosísima con una de las jovencitas que en ese momento estaba en el centro y con su hijo. Como alguna vez me dijo: "no me mataron la solidaridad".
Paula, ahora que comparto contigo este tema, recuerdo la canción "Puente" de Cerati cuando dice: "usa el amor como puente". En verdad, hay situaciones en las que he decido ser puente y he quedado con una calma interna al poder entrever el sentido terapéutico que me motivó. Creo que estamos invitadas a acompañar la vida de la persona en un sentido más amplio que solo la mejoría de determinados síntomas. Y si podemos ser en determinados momentos un puente, ¿por qué no serlo?
Paula: —¡Guau, Belén!, qué potente esa experiencia de ser puente. Si pudiéramos tomar conciencia de este concepto que habitamos, tal vez se convierta en un recurso para muchos profesionales de la salud.
Hace poquito una paciente estaba sin trabajo y vive en una provincia de la Argentina distinta a la que yo vivo. No sabía cómo hacer red para que pudiera encontrar un trabajo. Fue así que armó un currículum y se me ocurrió que podía empezar a buscar personas con amigos en esa provincia. Hicimos un gran puente entre muchos para poder ayudarlo. Esto no significa que tengamos que resolver los problemas de los pacientes, sino que en algunas circunstancias, armar esa red puede ser un modelaje de vida.
En la época donde no había más que CD para escuchar música, me atreví a pedirle a un operador de un hogar de niños que buscara un lugar dónde mi paciente pudiera escuchar mi voz relatando cuentos y cantando nanas cerca de la hora de irse a dormir. El operador armó un dispositivo para que mi paciente pudiera tener ese recurso a la hora de su mayor temor: las pesadillas nocturnas.
Ese mismo operador formó parte de las sesiones con mi paciente. Un día queríamos armar una alfombra mágica. Mi paciente quería dibujarla con aquello que la hacía sentir segura. El operador compró de su bolsillo la tela y entre los tres armamos esa alfombra.
Belén: —Paula, cuando escuchaba esas experiencias que tú has vivido de ser puente, te imaginaba tejiendo los puentes colgantes que hay en varios lugares de los Andes peruanos. Me causan fascinación los puentes ancestrales que son elaborados con fibras vegetales y que son una herencia increíble de la sabiduría incaica y que han sido reconocidos como patrimonio inmaterial por la UNESCO. Recuerdo haber leído que esos puentes eran mucho más que vías de comunicación. En verdad son un símbolo vivo del trabajo comunitario, de los lazos sociales colectivos, además de ser un ritual de reciprocidad con la Pacha Mama. ¡Qué hermosa inspiración para el trabajo terapéutico!
Hay momentos en que me parece oportuno conectar personas, incluso para temas laborales. Por ejemplo, desde hace años, cuando sé que hay personas que necesitan comprar recuerdos, regalos, incluso cuando la Asociación EMDR Perú ha necesitado comprar algunos presentes para ponentes, los contacto con organizaciones de artesanos o con alguna artesana en particular que he acompañado y que tienen una labor en favor de los derechos humanos. Traigo a mi memoria unos bellos regalos tejidos por un familiar de una persona desaparecida en conflicto armado que ahora están en manos de varios ponentes que nos han acompañado. ¡Qué lindo puente hecho por varias manos y que unas bellas artesanías sean un regalo para los demás!
Honrar los dones del paciente
Belén: —Algo que agradezco profundamente es el poder ser testigo, en primera fila, de los dones, cualidades y del arte de las personas que acompañamos. Creo, Paula, que podríamos hablar horas sobre este tema, sobre todo porque las dos amamos el arte. ¡No sé cuántas cosas bellas hay en mi consultorio que son regalos hechos a mano por los pacientes!
Deseo compartirte un recuerdo que guardo con un afecto especial. Durante años, trabajé en el distrito de El Agustino de Lima y por mucho tiempo atendí a jóvenes que pertenecían a barras bravas de equipos de fútbol, que habían estado involucrados en acciones violentas, en enfrentamientos con otros jóvenes y cometiendo algunos delitos. Fue un proyecto interdisciplinar que marcó mi vida profesional. Y ahí, llegó él. El primer día me enseñó sus cicatrices fruto de las peleas, como si fueran marcas de guerra y victoria. Se levantó la camiseta para que las viera. Yo entendía lo que significaba para ellos ser parte de una pandilla, era su única familia, aun con toda la violencia hacia ellos mismos. Su padre estaba en la cárcel, su madre en la sierra. Su familia eran los chicos de la pandilla. Era un artista de los grafitis de su barra, donde las amenazas a otros equipos de fútbol era su contenido principal. Siempre tuve curiosidad y admiración por su arte. Después de mucho tiempo de trabajo, y de mucho trabajo interdisciplinario, fue dejando la barra brava.
Hablamos muchas veces de cómo serían ahora sus grafitis. Le dije que me encantaría ver cómo los pintaba. "¿Te vendrías a verme?", me preguntó. Y así fue como fui con él, lo acompañé desde la compra de los aerosoles hasta que terminó de pintarlo en una pared abandonada cerca de los rieles del tren. Fue la mejor sesión de nuestro trabajo juntos. Pintó cicatrices de las que salían plantas. No sé si podría poner en palabras lo que pasó ahí. Pasé varias veces por ese lugar tiempo después. No sé dónde estará ahora pintado por la vida.
El ida y vuelta en la humanidad compartida con los pacientes
Paula: —Creo, Belén, que aquí nos podemos quedar escribiendo otro montón de hojas. Me encantaría poder contarte lo que mi corazón siente. Quiero alejarme de una frase que tal vez escucho seguido: "Los pacientes son nuestros maestros". Y ya estoy viendo tu cara. No es que esta frase esté equivocada, sino que quiero llenarla de experiencia viva. ¿Qué decís?
Te voy a contar la experiencia de los coquitos de eucaliptus: Hace unos años, más precisamente en el 2019, decidí escribir un libro con mi propia historia. Este libro es un libro objeto. Se llama Legados de amor. Es un libro que no solo tiene páginas sino objetos de mi infancia. Entre esos objetos estaban los coquitos de eucaliptus. Claro que mientras yo seguía escribiendo mi libro llegó la pandemia. Entonces no podía ir a buscar ese fruto del árbol. Una pacientita mía supo de mi historia y quiso ir a buscarlos para mí. Ella vivía en un campo donde había un bosque de esos árboles. Tengo fotos de ella juntándolos. Cuando terminó la pandemia, vino a verme al consultorio para entregar ese regalo tan preciado. Yo le leí mi libro y le mostré mis objetos de infancia.
Esa manera de recibir su amor fue infinita. Me regaló su amor con aroma a eucaliptus.
Este libro personal no es algo que suela compartir con todos mis pacientes, sin embargo, la persona número dos que lo recibió es una paciente adolescente que había sido adoptada desde muy chiquita y estaba reticente a revisar su historia previa a la adopción. Un día llegó a la sesión y me dijo que quería escribir un libro con su historia. Entonces le conté que yo había hecho lo mismo. Quiso ver mi libro objeto. Mientras lo recorríamos me preguntó: "¿Paula, vos te acordás de cuando eras chiquita?".
Esa pregunta abrió una puerta para que conectara con ella desde mis recuerdos de infancia y los suyos. Fue un momento de mucha felicidad de ambas.
Cuando me puse a pensar en los momentos donde me sentí recibiendo una oleada de distintas emociones con mis pacientes, me vino a la mente la niña que te contaba de los coquitos de los eucaliptus. Fue la primera niña que vi en la pandemia online. Gracias a la creatividad de las dos es que aprendí todos los recursos que hoy se utilizan para trabajar online con niños y con adultos, incluso con familias.
Belén: —¡Oh, Paula! Esos coquitos de eucaliptus recogidos por sus manitas chiquitas, estaban repletos de afecto y cuidado hacia ti. Gracias por compartirme ese momento.
Pensaba en tantos momentos en que somos nosotras las sorprendidas y enriquecidas en el fondo de nuestras vidas, con pequeños o grandes detalles. No puedo dejar de acordarme de la sorpresa que me dio Lorenzo. Él es de Ayacucho y el trabajo que hicimos juntos fue muy profundo. Lorenzo fue víctima en su infancia del conflicto armado interno que azotó el Perú y sobre su proceso escribí, con su autorización, un artículo para una publicación del Instituto de Fe y Cultura de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Junto a la terapia, Lorenzo había participado en un proceso muy profundo en las ESPERE, Escuelas de Perdón y Reconciliación. Habíamos vivido momentos muy significativos, como el momento en que se publicó su historia en ese artículo, y varios años después se enteró que iba a estar en Ayacucho y apareció por sorpresa en el lugar donde yo estaba dando un curso. Cuando lo vi, tras muchos años sin vernos, nos abrazamos y nos hicimos una hermosa foto que atesoro como un regalo para la vida, en la que tenemos de fondo una hermosa Iglesia Ayacuchana.
Hay otra experiencia, Paula, donde recibí tanto consuelo, fortaleza, detalles y afecto sano por parte de las personas que acompaño, que deseo compartirla contigo. Y es que no puedo dejar de agradecer que en un momento clave en mi vida, cuando falleció mi padre y a los pocos días, falleció Pedro, amigo íntimo y compañero de trabajo y sueños, recibí tantos mensajes y detalles que los sentí como una mantita de ternura para mi pena. ¡Cómo el dolor de las personas que acompañamos se entreteje en ocasiones con nuestras historias dolorosas de maneras insospechadas y sanadoras también! Cuando llegué a Perú, tras haber estado un tiempo en Alicante, cuando falleció mi papá, una paciente que sabía que no había podido llegar a tiempo para despedirme de él y que tampoco había podido llegar a tiempo para despedirme de Pedro, me había enviado una orquídea llena de flores con unas palabras que siempre atesoraré, sobre las presencias. Ella había perdido a su mamá un tiempo antes y sobre esa pérdida habíamos trabajado mucho. Y ahora era ella la que compartía conmigo unas gotitas de bálsamo que recibí con mucho agradecimiento.
No creo, Paula, que yo pueda encontrar las palabras para expresar lo que este camino de acompañar personas me ha regalado a lo largo de estos años, pero cuando leí este texto de una teóloga española, que se llama Dolores Aleixandre, sentí que resonaba profundamente en cómo, lo que yo anhelo como terapeuta para mis pacientes, es lo que también me han regalado de manera generosamente humana y sagrada:
"Porque solo crecemos y nos esponjamos por dentro y hasta por fuera cuando alguien nos demuestra que tiene fe en nosotros/as, cuando su manera de mirarnos y de hablarnos nos comunica, sin necesidad de muchas palabras, que somos valiosos y merecedores de amor y de confianza, y que está bien que seamos tal como somos".
Paula: —Cómo me gusta el verbo esponjar, jajajaj. Creo que hasta puedo imaginarlo en ese acto de absorber sin que el otro sepa qué es lo que está brindando. Tal vez no siempre somos conscientes de este recibir y eso me llama a practicar en esta toma de conciencia.
Me aparece la idea de que si nosotros nos convertimos en tutores de resiliencia, ellos también lo son en muchos aspectos para nosotros mismos. Creo que es la primera vez que veo esta doble faz del tutor de resiliencia.
Porque ser tutor de resiliencia es tener una nueva mirada, y este despertar puede ser en dos direcciones.
¿Cuántas veces el tema que nos convoca trabajar con un paciente es el mismo que estamos trabajando nosotras mismas?
¿Cuánto de nuestra propia práctica hace efecto de manera simultánea?
¿Cuántas veces una palabra, gesto, sugerencia de un tema musical, de un video o una poesía va y viene haciendo espacio en ambos lados de la ecuación?
¿Cuántas veces practicamos al lado de un paciente?
Se me ocurre que algo de este tejido esponjoso se puede compartir con el otro como parte del vínculo terapéutico. ¿Te parece muy loca la idea?
Belén: —¡Oh, Paula, cuántas puertas por las que pasar y explorar! No sé si existe esta expresión, pero me parece una gran locura sensata compartir parte de lo que recibimos y agradecemos, pero también revelar cuando hemos dado una puntada equivocada.
Recuerdo la primera vez que me disculpé de corazón con un paciente por una intervención que hice y que luego reconocí que fue desafortunada. Y es que no había tenido tan presente que estaba en otro país que no era el mío. En verdad, nunca escuché nada de esto en mi formación formal de terapeuta, pero igual que nos pasa con aquellos a los que queremos, familia o amigos, nos equivocamos, no siempre estamos tan presentes como podríamos y necesitamos reconocerlo y pedir disculpas. Para mí es una invitación a ver qué debo trabajar en mí para mejorar mi presencia, mi capacidad de resonar y en determinadas situaciones, cómo esa primera vez que hoy recordaba, ser también yo la que pide perdón.
Lo que ese jovencito de lo más alto del cerro de El Agustino me dijo, tras ofrecerle mis disculpas, me "esponjó" por dentro, me conmovió y me enseñó profundamente sobre el vínculo que tejemos. Y es que en ese tejido hay preciosidades, pero también puede ser que haya costuras no tan precisas por nuestra parte.
Paula: —Poder pedir disculpas es una materia que deberían enseñar en la facultad. Realmente hace que nuestro trabajo tome otra dimensión. Varias veces me di cuenta de que apresuré una intervención o que no entendí lo que me estaba mostrando un paciente. Reconocer esta arista de nuestra humanidad es clave.
Me hiciste acordar de otro "esponjado": hace un tiempo trabajaba con una niña que tenía terror de perder a su madre, se había inventado unos amigos imaginarios que la ayudaban con ese miedo. Un día me dijo que ella se comunicaba con los ángeles y que esos ángeles le dijeron que mi madre (que había fallecido, pero que la niña no sabía) me mandaba un beso. Yo casi me desmayo.
Hace muy pocos días recibí una invitación para hablar en una radio de barrio. La persona que me convoca es una paciente que es madre adoptiva y que yo acompañé a sus hijos. Esta vuelta de la vida es un regalo. Poder hablar sobre adopción junto a ella es realmente un regalo.
Creo que para poder notar lo que recibimos en cada sesión con nuestros pacientes, tenemos que estar con la conciencia despierta. Eso nos ayudará a percibir estas capas de sentido.
Podría contarte muchas historias, incluso luego de muchos años de no ver a una familia, que vuelven a mí como un llamado para Navidad, un mensaje para mi cumpleaños, etc.
La compasión sin merengue
Belén: —Paula, yo me siento muy agradecida contigo, entre otras muchas cosas, porque hemos hablado varias veces sobre algunas intervenciones terapéuticas que han ido de la mano de una denuncia pública y que a veces a mí no me resultan fáciles de compartir en otros espacios. Recuerdo en especial una vez que viajé a Huamanga en un momento político muy difícil e inseguro y me acompañaste en cada momento de esa intervención. Tu compañía en esa experiencia y en otras similares me ayudaron en los momentos en que la compasión necesita mostrar su lado de coraje y fuerza. Y eso es lo que voy aprendiendo también de esas personas a las que he acompañado. Y tú, con todo tu trabajo de años con las infancias maltratadas, has vivido esas experiencias y sabes mucho de esto también.
Si les tuviera que poner un título, creo que las nombraría con el verso de la canción Solo le pido a Dios, que dice: "que lo injusto no me sea indiferente".
Siempre he sido una convencida de la importancia del activismo, del poder de las reivindicaciones civiles y de que no es posible trabajar con el sufrimiento humano sin mirar las causas que lo generan. Quizás por eso no he dudado en acompañar presencialmente en momentos de protesta, de denuncia, de pedido de cumplimiento de DD. HH. en espacios públicos, a los pacientes o personas que acompaño, si considero que es una intervención apropiada y hay ciertas condiciones de seguridad. Cuando las personas que acompaño son víctimas de violencia del Estado, de violencia política, de discriminación, poder salir, exigir, denunciar, es parte de lo que muchos de ellos deciden hacer en su día a día y en ocasiones es fuente también de sufrimiento con índices de dolor inimaginables, por muchos factores, como el maltrato y discriminación en esos momentos, por la falta de sensibilidad del Estado ante algunas reivindicaciones o cuando viven represión que atenta contra los derechos humanos.
Si acompañamos a las personas en experiencias en vivo, como en momentos de exposición al miedo (como por ejemplo, subir a un ascensor), hacerlo en la calle, en una manifestación, en una reivindicación, en una protesta, puede ser parte de nuestra labor y tener un impacto profundo en las personas. Estar ahí con los pacientes no es un tema solo de "meterse en política", es un tema muchas veces de derechos humanos. Soy testigo de que los actos públicos de denuncia y protesta compartidos con mis pacientes abren puertas en el camino de la recuperación, de la reparación, y a ellos y a mí nos ayudaron a mejorar la conexión con la comunidad y a cultivar la solidaridad y la confianza. "Ser visto" es necesario en la terapia, pero "ser visto y reconocido colectivamente" es muchas veces imprescindible para la recuperación.
Martin Luther King ya nos recordaba que: "La injusticia en cualquier lugar es una amenaza a la justicia en todas partes. Estamos atrapados en una red ineludible de mutualidad, atados en un único tejido del destino. Lo que afecta a uno directamente, nos afecta a todos indirectamente".
Paula, quizás podemos recordar algunos ejemplos de estas intervenciones, que están lejos de pensar en la compasión como algo "dulce o suave".
Paula: —Qué bueno poder hablar de lo compasivo y las acciones que van de la mano. Creo que en este punto hay mucho por esculpir en el concepto de la compasión, ya que muchas veces viene ligado a lo suave o tibio. Y no deja de serlo cuando el límite es claro y firme.
Belén: —Yo tengo varias fotos en mi álbum y en mi corazón, estando en plantones y manifestaciones de protesta acompañando a personas con las que venía trabajando y que han sido víctimas de violación de derechos humanos, como lo han sido familiares de personas asesinadas y/o desaparecidas en el conflicto armado interno de Perú. Una de ellas es en un plantón frente al palacio de Justicia. Ahí estábamos las dos. Ella con la foto de su familiar asesinado en el pecho. Yo, sin dejar de sorprenderme de su valentía, fuerza y lucha por la justicia. Traigo al recuerdo también hoy los momentos de las protestas en Huamanga, Ayacucho, por los asesinatos en las movilizaciones de diciembre del 2023 y el decidir asistir en las noches codo a codo con la población y con tantos defensores de derechos humanos.
¡Cómo no pensar en esas intervenciones y presencia como parte de nuestro ser terapeutas si ahí están nuestros pacientes recordándonos que lo injusto no nos sea indiferente!
Paula, no tengo dudas en que si bien escuchar las injusticias que han vivido los pacientes es necesario, el validar públicamente, ante la sociedad la verdad de lo ocurrido, es en muchos casos imprescindible, al permitir que se reconozca su sufrimiento ante la comunidad. Y ahí podemos estar nosotros, en esos momentos cruciales de denuncia de las injusticias. Me conmovió y me inspira cada día el testimonio reciente de Gisèle Pelicot cuando las personas de la sociedad civil la esperaban a la salida de los juzgados y con sus palabras, flores, aplausos y miradas compasivas la arropaban e hicieron suyas sus palabras: "Que la vergüenza cambie de bando". Y recuerdo cuando leí su mensaje: "Gracias a todos ustedes tengo la fuerza para luchar hasta el final, una lucha que dedico a todas las personas".
Recuerdo, Paula, que hemos compartido algunas experiencias en las que no estamos in situ en situaciones muy desafiantes, de reivindicación o de cierto riesgo para los pacientes, pero los hemos acompañado en esos momentos a la distancia. Recuerdo especialmente cuando mi paciente, que había sido víctima de un asalto y violación grupal por parte de un grupo de soldados del ejército de Sudán, decidió viajar a ese país para declarar en un juicio de Estado a parte del ejército. Tuvimos sesiones de terapia antes y después de que la paciente declarara ante los violadores. Fue una experiencia muy, muy intensa. Son situaciones en las que aprendemos de su valentía y sus luchas.
Paula, por eso cuando hablamos de estas experiencias decíamos que teníamos que hablar de la compasión sin merengue, ja, ja.
Paula: —Gracias, Belén, por poner en palabras estas experiencias que muestran cómo la acción compasiva es una parte necesaria en el proceso de acompañar a otros seres humanos. Pienso también en esto que describe Judith Herman respecto de la validación social del trauma y su lugar en la recuperación del daño ocasionado por el trauma.
Yo he vivido el acompañamiento de muchos niños en instancias judiciales. El antes, el durante y el después. Tal vez no todos los profesionales decidan trabajar de esta manera, pero sí es importante pensar cómo desde el espacio social algo de lo sanador puede ponerse de manifiesto.
Un trabajo en conjunto con otros
Belén: —Cuando empezamos esta aventura de dialogar y compartir nuestras intervenciones, Paula, nos vino la imagen de "entretejer" o tejer juntas y este tejido está siendo una experiencia que atesoro y agradezco profundamente.
Ahora traigo al corazón los rostros de algunos colegas con los que he podido también tejer prendas elaboradas con lanas e hilos de muchos colores y texturas. Recuerdo algunos de ellos y ellas que han sido maestras, supervisoras, terapeutas, pacientes, amigas, compañeras de aventuras y de sueños y colegas con las que he compartido trabajos, cursos y talleres.
La palabra entretejer nos habla de entrelazar, tejer, mezclar, combinar, juntar algo, asociar, unir, vincular, combinar, fusionar. Y creo que sin confianza, respeto y aprecio en la forma de tejer de la otra persona no es posible que nos pongamos manos a la obra.
Sin duda, esta experiencia contigo, Paula, es uno de los ejemplos más enriquecedores que he tenido de tejer a varias manos. Compartir lo que hacemos, ser testigo de tu sabiduría y creatividad, alegrarnos de nuestros aciertos, reírnos con libertad de las ocurrencias, pero también compartir lo que no sale bien, nuestras preocupaciones y limitaciones, ha sido un regalo que no es tan fácil de experimentar.
No sé a dónde nos llevará esto que estamos compartiendo y escribiendo, pero de lo que estoy profundamente convencida es que compartimos el deseo de trabajar de una manera que va más allá de una buena técnica. El conocimiento es imprescindible, pero no suficiente. En alguno de mis cursos, comparto un fragmento de una película que se llama Ramen, en la que una anciana cocinera, ante la preocupación de una cocinera aprendiz que, aunque seguía todos los pasos de la receta a la perfección, sentía que su sopa era insípida, le dice:
“A veces el conocimiento no es bueno en la práctica. Tu problema es que cocinas con la mente, ¿me entiendes? Es que tu cabeza hace ruido. Tienes que aprender a cocinar con la mente muy tranquila y dejar que la paz surja.
¿Cómo hago eso?
Cada plato que tú preparas es un obsequio para tu cliente. La comida que preparas se vuelve una parte para tus clientes y viceversa. Tu comida contiene tu espíritu y tu sopa tiene que ser la expresión del amor más puro. Es un regalo de tu corazón”.
Paula: —Cuánto por desarrollar, Belén, en este punto. Yo he vivido las dos experiencias: tejer a la par y cuando otros destejen lo que vamos tejiendo. Tal vez sea momento de sentarnos a dialogar sobre cuáles son los factores que pueden ser puntapiés para un lado o para el otro.
Se me ocurre que el trabajo interdisciplinario es una manera de tejer juntos. Siempre y cuando esté basado en el respeto por el trabajo del otro y en una escucha activa y atenta. Hace un tiempo vengo desarrollando en mí esta cualidad. No cerrarme antes de tiempo cuando el otro expresa, por ejemplo, una opinión diferente a la mía en el campo profesional.
Tal vez esto implique un trabajo interno de notar en nuestras emociones, en el cuerpo y en los pensamientos ese flujo que se activa antes de responder o actuar.
Nos despedimos
Belén: —Estos diálogos han sido y siguen siendo como un tejido elaborado desde los encuentros, la conexión, la confianza y el cuidado, con muchas emociones y risas también. En verdad, es la misma imagen que me surge cuando pienso en las sesiones terapéuticas, donde junto a la persona acompañada, somos también tejedores y tejedoras de encuentros, cuidado y conexión. Muchas gracias, Paula, por este tiempo compartido y por lo que pueda venir. Ha sido un verdadero placer.
Paula: —Gracias, Belén, por animarte a este diálogo escrito que nos permitió encontrar nuestras sintonías. Creo que es una de las maneras en donde podemos apoyarnos como terapeutas y sostener este oficio.
La emoción que cada asombro nos daba es muy difícil de transmitir con palabras. Tal vez si compartimos la sensación física de apertura del pecho y la sonrisa en nuestros rostros sea una forma.
Por último, contarles que cada diálogo está amparado en nuestra vasta formación teórica. Desde nuestra práctica basada en la Psicotraumatología, la Teoría del apego, EMDR, Terapia familiar, Terapias expresivas desde el arte, Terapia Centrada en la Compasión, Mindfulness y la Terapia Contemplativa.



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