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  • Foto del escritorPaula Moreno

Buscadores de silencio

Muchas veces escuché la frase “habitar el silencio”. Si bien me parecía poéticamente hermosa, me generaba curiosidad cómo experimentarla en mí misma y luego cómo poder ofrecerla a las personas que acompaño.



La primera vez que me acerqué a la realidad de esa frase fue en un retiro de silencio dentro de mi formación en mindfulness.


La curiosidad me hacía cosquillas y la inquietud parecía correr una carrera dentro de mí.

El retiro se daría en una estancia donde la naturaleza conformaba un marco perfecto para el desafío. ¿Qué más podía necesitar?


Aquello sería sencillo -pensé-


El silencio al que fuimos invitados incluía la nula interacción con los compañeros de viaje y hasta con el personal del lugar (ya instruidos para ello).


La aventura comenzó y pasada la primera hora noté que las palabras se agolpaban en mi mente, ideas que brotaban por todos lados, recuerdos que estallaban, proyecciones, ganas de hablar, emociones encontradas que hacían fila para aparecer en escena. Hasta el cuerpo dolía.


¿Era eso habitar el silencio? No me estaba gustando para nada. Una maraña incomprensible de experiencias internas me invadía.


¿Dónde está el silencio? ¿Afuera o adentro? ¿Cómo lo encuentro? ¿Será vacío?


A medida que los días pasaban, mi mente se despejaba. De a poco y a intervalos cortos apareció algo de calma.


Me encontré conectándome con los que estaban a mi alrededor sin hablar, sin gesticular, con mi sola presencia silenciosa.


Me pareció que el silencio era un espacio.


Me pareció que estaba dentro mío.


Me pareció que tenía que buscarlo con una intención clara.


Me pareció que tenía que ofrecerle terreno para expresarse.


Me pareció que mi silencio tenía textura y era agradable dejarme cubrir por él.


Un día me sorprendí: accedí al silencio de manera más suave, ligera.

Me pareció que la sorpresa dio lugar al descubrir.


Así fue mi primera experiencia de silencio desde adentro y desde afuera.


¿Podré compartir esta invitación con otros y otras? ¿Cómo hacerlo en las sesiones terapéuticas? ¿Cómo invito a las infancias a buscar el silencio, a explorarlo?


“El silencio no es solo una cierta modalidad del sonido, es antes que nada, una cierta modalidad del significado”

David Le Bretón citado por Cecilia Bajour: “Silencios y ruidos en diversas mediaciones sobre libros-álbum". Catalejos. Revista sobre lectura, formación de lectores y literatura para niños, vol.7, Nro 14.


Con la alegría haciendo piruetas en mi silencio, cree junto a mi amiga Adriana Flaiban (Realizadora de títeres) un contenedor de silencio: Una enorme caracola.

Cuando uno la acerca al oído, ella nos comparte silencio.


Cada tanto, la caracola hace su aparición al inicio de una sesión o puede hacerlo en medio. Otras veces la utilizamos como cierre del encuentro. Tomar en las manos la caracola implica un acto de intención y de disposición. Es bastante grande, por lo tanto, debemos buscar el hueco por donde el silencio sale y ubicarlo en nuestra oreja de manera correcta.


El gesto de buscarla nos invita a una pausa.


A medida que fuimos probando el silencio, me di cuenta, que existe un silencio que no era como el que había experimentado en el retiro, sino que era un silencio que desconectaba.


Es un silencio que no se expande hacia adentro, sino que sólo es externo y aisla. Por ejemplo, Sofía me contó que cuando en su casa sus padres se gritan mucho, ella se queda callada y acurrucada en su habitación y no quiere pronunciar palabra para que las cosas no empeoren. También me contó que cuando va a la escuela y aparecen esas imágenes de lo que vivió en su casa, en su mente, el silencio aparece y no le permite hablar con sus amigas.


El silencio de Sofía le permitió sobrevivir, pero luego se instaló cerquita del miedo.

Cuando ese silencio aparece, es necesario notarlo y preguntarle ¿Qué necesita?

Lo primero que necesita es que Sofía esté protegida del maltrato emocional que genera la violencia verbal.


Luego que intervenimos en el contexto concreto de la seguridad de Sofía, podemos desovillar su silencio. Ese silencio necesita buscar afuera primero: una caricia, una canción, una risa, un juego, un poco de calma. Tal vez así Sofía pueda volver a ovillar el silencio para adentro y descubrir tesoros.


Vuelvo a ofrecer la caracola, se la prestamos a los dos oídos porque escuchan distinto.

Puedo invitar a cerrar los ojos (si es seguro para quien escucha) e imaginar que un hilo de silencio sale de la caracola. Es un hilo de color……(el que quieras imaginar), cálido, transparente y suave. Juega en las vueltas de nuestra oreja y lo invitamos a pasas a nuestro interior. Puede recorrer nuestra mente, nuestro corazón, ¡hasta nuestros pies!


Podemos dejarlo expandirse y aquietarse.


La caracola suele estar descansando cerca de algunos libros – álbum. Estos libros contienen toneladas de silencio.


Cecilia Bajour dice que en ellos está lo “no dicho” dando vueltas por ahí.


Ellos son compañeros de la caracola y la ayudan a buscar el silencio perdido.


Estos libros tienen una particularidad: los idiomas de lo escrito y las imágenes dialogan entre sí y se complementan. Pueden presentar pocas palabras y muchas imágenes. Hay en ellos un equilibrio entre su diagramación, el formato, la tipografía, los colores.


Estar atentos para recorrerlos es la antesala del silencio. Este recorrido es un proceso mágico. Detenernos en los espacios en blanco y respirarlos. Notando si algo aparece dentro nuestro. Observando cada imagen y lo que dice sin decir con palabras escritas, imaginando, creando.


Tal vez aparezca inquietud, ansiedad, confusión por no entender ese silencio.

El sentido de lo que descubrimos en ellos se logra justamente transitando los mapas del silencio que existen allí.


Dice Cecilia Banjour (La orfebrería del silencio. La construcción de lo no dicho en los libros álbum, 2017. Ed. Comunicarte) “La ausencia de anclaje en las palabras revela la necesidad de acudir a una lectura más sutil y compleja de los signos visuales. El desafiante acto de leer imágenes sin palabras (escritas) supone la percepción de que la autoría de las palabras, ya sea como susurro interior o a viva voz, corre a cargo de quienes la miran”.


Dice la poeta que “estos libros trabajan en los mapas del silencio ya que invitan a la espera, a interrogar, detenerse, son piezas de una orfebrería silenciosa que busca un equilibrio. Son libros que producen un efecto sorpresivo que surge entre el mostrar y ocultar, el decir y el callar”.


Cuanto sentido cobra para aquellas infancias en donde han perdido el control por las situaciones de violencia que han vivido. Donde el leer lo no dicho, los gestos, el ambiente familiar, los sonidos, era su manera de protegerse de lo peligroso.


Se convierte entonces, la búsqueda del silencio, en un acto reparatorio de aquello. Este silencio no es peligroso, sino que lleva al disfrute, a crear sentidos desde ellos y ellas. Donde cada uno y cada una son protagonistas de lo que descubren. Por otro lado, están acompañados y acompañadas de un terapeuta atento y amable que los sostiene con su propio silencio.


Que hermoso recorrer estos mapas, donde el silencio del terapeuta invita al silencio del que acompaña para generar un espacio común más amplio. Ese terreno es fértil, amoroso y respetuoso. Es un silencio vasto, donde la presencia de cada se hace cuerpo allí.


Otras veces el miedo a lo que pueda aparecer visitando el silencio, se convierte en un gran impedimento. Por este motivo, vamos a buscar el silencio en capas, de a poco. Acercándonos de distintas maneras.


La poeta Bajour también nos cuenta, que estos libros álbum, se parecen a un teatro o al cine mudo o a las historias contadas en el Kamishibai: teatro de madera de origen japonés.


Los narradores de una época lejana, iban recorriendo los pueblos con su Kamishibai y hacían sonar unas campanas para anunciar que estaban en la plaza del pueblo, listos para narrar. Las infancias se sentaban cerquita del teatro y escuchaban las historias que se plasmaban en imágenes.


Incorporé el Kamishibai a la consulta porque genera una distancia óptima entre lo que necesito ver y mi cuerpo. Es generador de silencio ya que me invita a una pausa: pasar cada lámina por detrás del teatro y enmarcarla. Crear un significado a partir de lo que veo allí.


Tenemos ante nosotros tres amigos tejedores de silencio. De silencio puro, de silencio que expande.


Existen muchas historias que pueden acompañar a la caracola, muchos formatos de cuentos y libros.


Voy a compartirles uno más. Hace poco leí un cuento de Isol: La costura.


En este libro la autora se inspiró en un chal tejido y bordado por el pueblo palestino. El libro nos comparte la existencia de otro mundo detrás del mundo en el que se vive.


Ese otro mundo podría ser el del silencio. Y así como en el cuento hay cosas que están perdidas en el otro mundo, tal vez podamos encontrar esas cosas perdidas en nuestro silencio, tesoros por descubrir.


El cuento muestra un mundo tejido y bordado. Es posible que tengamos que tejer también nuestro silencio, con agujas finas, gruesas, con nuestras manos, con lanas o con vellón.


De esta manera comparto con mis pacientes mi caja de telas, lanas y botones. Les propongo buscar esos tesoros del otro lado del tejido. Así exploramos el silencio una vez más, lo hacemos tangible. Podemos coser en la tela, pegar lanas, botones, encajes, combinar colores. Bordar el silencio.


Dicen que dicen, cuentan que cuentan, que al pasar por el mundo del silencio que expande, cuando se sale al otro lado del mundo, la conexión humana es más pura y amorosa.

Dicen que dicen, cuentan que cuentas, que el silencio que expande es la mejor manera de encontrarnos con nosotros mismos.


El silencio que queda entre dos palabras

no es el mismo silencio que envuelve una cabeza cuando cae,

ni tampoco el que estampa la presencia del árbol

cuando se apaga el incendio vespertino del viento.


Así como cada voz tiene un timbre y una altura,

cada silencio tiene un registro y una profundidad.

El silencio de un hombre es distinto del silencio de otro

y no es lo mismo callar un nombre que callar otro nombre.


Existe un alfabeto del silencio,

pero no nos han enseñado a deletrearlo.

Sin embargo, la lectura del silencio es la única durable,

tal vez más que el lector.


Roberto Juarroz

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