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El arte de supervisar y ser supervisado. Un posible camino de crecimiento profesional.

Foto del escritor: Paula MorenoPaula Moreno

A lo largo de mi carrera, aprendí a recurrir a la supervisión de un colega cómo anclaje para mi crecimiento profesional. En los inicios de la carrera, la supervisión con un colega más experimentado se correspondía con poder aprender a desenvolverme en la clínica. Prácticamente era impensado no pasar por ese espacio antes de comenzar con la clínica misma. 


En aquel entonces tuve la experiencia de recorrer espacios de supervisión donde cada milímetro de recorrido era un aprendizaje enorme y también lugares en donde me he sentido muy frustrada, donde no había espacio para preguntar, donde no se valoraba mi trabajo, aún, cuando recién estaba empezando a desenvolverme en la profesión.


Con estos recuerdos en mi mente, apareció la necesidad de escribir acerca de este espacio, tal vez de definirlo.


 La primera imagen que vino a mi mente es la de un cuenco. Un lugar donde se puede recibir de manera amorosa a otro y donde se entretejen las intenciones de ambas partes. Un lugar con bordes que contiene.



La palabra supervisar proviene del latín Super: sobre/ videre: Ver: mirar desde lo amplio.

 Encontrar un espacio donde dos personas, en este caso profesionales, puedan mirar con mayor amplitud, me parece algo maravilloso. 


Cuando hice mi formación para desempeñarme como supervisora, algo nuevo se fue gestando en mí. Un compromiso profundo que se integraba a mi manera de desempeñarme como terapeuta. 


Me entusiasma ir dándole forma a ese espacio que ofrezco a otros y que me ofrezco a mí misma. Esa forma tiene como ingredientes no sólo la conceptualización teórica, sino también de cualidades que entreno constantemente.


 La propuesta reside en que, en ese espacio, no haya roles jerárquicos ni sea un lugar de control. Nada más alejado. La propuesta es un espacio de crecimiento personal y profesional.


Permítanme compartir algunas preguntas que surgieron en mí a la hora de hacer este escrito:


 ¿Puedo separar las habilidades de un supervisor de las habilidades de un terapeuta? ¿son las mismas habilidades? ¿se complementan?


¿Qué aspectos propios despliego en ese lugar? Ya sea que mi rol sea de supervisada como de supervisora: ¿Puedo pensar ese espacio como un lugar de integración? ¿cómo me preparo para recibir a otro colega?


¿Cómo creo las condiciones para que otra persona se sienta segura?


Estas condiciones comienzan a crearse desde el ambiente físico, los aromas del lugar, los colores y texturas. Aunque el ingrediente fundamental es predisposición interna. 


Resulta un buen ejercicio preguntarnos acerca de:


¿Qué busco cuándo busco una supervisión? ¿Qué cualidades quisiera encontrar en mi supervisor? ¿Qué necesito desplegar en ese proceso? ¿Qué cualidades necesito desarrollar si soy supervisor?


Estas inquietudes se van convirtiendo en una suerte de dos caras de una moneda.


Algunas de las habilidades que han hecho de mi práctica como supervisora son:


  • Apertura

  • Flexibilidad

  • Exploración genuina

  • Presencia atenta

  • Modelaje

  • Ser tutor de resiliencia

  • Facilitador de condiciones


Estas habilidades pueden incluir muchas aristas más. No se consiguen cual trofeo y se guardan en un estante, sino que son parte de la práctica constante. Notar cuándo las pierdo, qué elementos de la experiencia han influido en ello, qué pasa en mi mundo interno en esos momentos, puede ser un buen punto de partida.


Apertura/ Presencia atenta


Exige que entrenemos la conciencia amplia y la atención acerca de nuestra agenda oculta. Es decir, si me veo entrampado en lugares de saber, o de creer que mi verdad es la única que cuenta, o si mi marco teórico es el más adecuado. Si me encuentro pensando que yo conozco la manera exacta de lo que el supervisado tiene que hacer.


Esta actitud no implica que dejemos de orientar al colega acerca de sus dudas. Sin embargo, elegir el lugar desde dónde hacerlo, marcará la diferencia.


Cuando propongo una ampliación de la mirada, me imagino una lente de una cámara de fotos, en donde es posible hacer zoom y volver a ampliar el ángulo de lo que estoy mirando. Observar los detalles de lo que estamos trabajando para luego volver al contexto más amplio. 


Ampliamos la mirada para ayudar al colega a mirar el contexto si es que no lo vio, para pensar las estrategias que se pueden utilizar en el proceso terapéutico que está presentando, como así también, las preguntas que orientan la conceptualización misma.


La propuesta es ambiciosa porque supone ampliar la conciencia sobre uno mismo. Sólo a partir de este trabajo es que estaremos en condiciones de hacer este movimiento espiralado: donde supervisor y supervisado se observan a ellos mismos, a la relación entre ellos, a la relación con el paciente presentado.


Dice Siegel en su libro Mindfulness y Psicoterapia: “Poder estar presentes con otros implica la experiencia de estar abiertos a cualquier cosa que surja en la realidad. Presencia significa apertura”. (pág. 40)


Esta presencia supone que ambos profesionales sientan seguridad interna. Por lo tanto, el ambiente en el que lo recibo, los aromas del lugar, y mi disposición, van a ser claves para generar espacios seguros.


Dice Siegel: “La presencia es un estado activo de receptividad” (pág. 49). Practicar esta apertura y disposición es un desafío constante.


Flexibilidad


El espacio de supervisión como un lugar seguro, conlleva la práctica de la flexibilidad. Esta cualidad puede bañar las ideas, las emociones, los sentires fisiológicos y hasta la conducta. Requiere de un ejercicio de mindsight por parte del supervisor. Y sería ideal que el supervisado también lo practicara. En este ejercitar la mente podemos equilibrar, regular la misma para estar atentos y observar el triángulo de nuestra conciencia (pensamientos, emociones y sensaciones físicas) en el proceso de supervisión.



Esta posibilidad ayuda a contrarrestar la reactividad y facilita la flexibilidad en nuestra guía. De esta manera la presencia estará a salvo. Desde un estado reactivo, la comunicación no sería eficaz.


Exploración genuina


La habilidad de explorar desde una presencia atenta es un lugar al que no se llega una vez y nada más. Sino que es un volver a empezar en cada tramo del proceso.


Esta manera de preguntar se convierte en un arte. Es en sí mismo, un modelaje para los otros.


El arte de preguntar es una manera muy eficaz de acercar al otro una forma de encarar su propia forma de trabajo.


Esta exploración presupone que en el centro del cuenco aparezca la sintonía. Es decir, una verdadera conexión con el otro. Para eso estaremos atentos a los detalles verbales y no verbales. La sintonía requiere la cualidad de la presencia. Si podemos sintonizar con el estado interno de nuestros supervisados, el espacio comienza a tomar otra dimensión. Esto a su vez requiere que estemos abiertos hacia nosotros mismos.


Esta exploración genuina habla de adentrarnos en un triángulo conformado por el colega que viene a supervisar, su paciente y nosotros. Donde no sabemos con certeza lo que emergerá. Sólo estando en sintonía podemos navegar esas aguas de la incertidumbre.


A través de una escucha atenta y un habla atenta crearemos los puentes de la sintonía.


Las preguntas que surgen aparecen dentro de este marco. Porque solo de esta manera fluye la resonancia.


El arte de preguntar, de explorar, es un abordaje en sí mismo. Requiere que no demos nada por sentado, que lo miremos como en un microscopio amoroso, para detenernos en los detalles, en lo supuestamente obvio, que por supuesto no lo es. 


Me resuenan las palabras de J. Silberg:“el clínico necesita guiarse de un enfoque científico de curiosidad honesta, respeto y conciencia de los significados que las personas le atribuyen a las conductas y por un conocimiento de las raíces fisiológicas de los síntomas y respuestas traumáticas”.


Como el clínico lleva adelante esta exploración con sus pacientes, de la misma manera nosotros abordamos ese espacio tejido de a tres.


Modelaje


Un elemento crucial en los procesos de supervisión es el proceso en donde el supervisor trata de entender el punto de vista del otro desde esta curiosidad genuina, apertura y presencia. Esta es la comprensión en su máximo exponente. Esta manera de comunicarnos precisa una cuota de humildad. No somos los supervisores los que tenemos la verdad, sino que podemos ser guía de los procesos de otros, buscando caminos alternativos en colaboración con el otro. Este es el verdadero modelaje para un terapeuta. 



Nuestra manera de estar en ese proceso puede convertirse en la más clara conducta compasiva y autocompasiva.


Siegel dice que esta manera de estar con otro es una forma de integración. Y en este proceso donde un colega puede confiar en el espacio de supervisión, es donde se da un genuino aprendizaje. 


Crear condiciones/ser tutores de resiliencia


Me gusta pensar como punto de partida un concepto que trato de encarnar: la común humanidad.


En ese momento, si bien soy yo quien está en un lugar de supervisor, no estoy en un lugar de poder, ni de autoridad ni de sabiduría, sino que somos gestores de condiciones que permiten que esa sabiduría aflore. Entiendo por sabiduría la posibilidad de mirar más amplio.


Todos tenemos dudas con respecto a algún paciente, todos necesitamos del diálogo con colegas para enriquecer nuestra labor, todos necesitamos ser sostenidos por una red más amplia, todos necesitamos de una escucha empática para poder ser resilientes frente a tanto dolor.


Muchos colegas, ya sea por experiencias frustradas en otras supervisiones, o por algún otro motivo, pueden sentir temor de mostrar su trabajo, preocupación por pensar que hicieron algo mal, temor a ser juzgados.


Me inclino a pensar y hacer del lugar de supervisión un espacio donde pueda brillar la identidad profesional del otro. Donde se puedan resaltar las fortalezas del profesional, donde se encuentren nuevos recursos, donde se puedan aclarar dudas, donde se puedan ofrecer maneras concretas de realizar las intervenciones. Los conceptos de intervención se hacen tangibles, realizables, se “bajan a tierra”. 


Necesitamos generar las condiciones para que la confianza fluya, fruto de la sintonía, la resonancia y la presencia atenta.


Tenemos en nuestras manos la posibilidad de convertinos en tutores de resiliencia. Según Puig y Rubio en su libro Tutores de resiliencia: “un tutor de resiliencia es aquella persona que, en el encuentro con el otro, lo acompaña de manera incondicional, convirtiéndose en sostén, administrando confianza e independencia por igual, a lo largo del proceso de resiliencia, sin saber si su relación resultará significativa y transformadora para el otro”.


Los autores proponen un cambio de mirada, partiendo de las potencialidades del otro. Este mismo enfoque es el que propongo para los procesos de supervisión. 


La práctica de mindfulness aparece entonces como el corazón de nuestra manera de relacionarnos con otros. La compasión se convierte en el lente para mirarnos y mirar a otros. Esta bondad amorosa puesta al servicio de hacer un cambio profundo para estos lugares que nos ofrece nuestra profesión.


Esta propuesta a la hora de buscar un supervisor o de estar en el lugar del supervisor, implica una puesta a punta de la ecuanimidad.


Por último, creo que existe una gran puerta en la alegría por el logro del otro. Esta alegría se sostiene en esa red de apoyo que nos impulsa a seguir en esta labor, sabiendo que no estamos solos.


Gracias a cada uno de mis Maestros y a cada uno de los colegas que confían en estos espacios sagrados.

 
 
 

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