Hemos escuchado muy frecuentemente la palabra intervención asociada a las acciones que los operadores de salud llevamos a cabo con las familias que atendemos.
La etiología de la palabra nos lleva a conceptos como:
"Participar o actuar en un proceso”
“Actuar de mediador en un conflicto”
“Inspeccionar ciertas operaciones para que se hagan de manera legal”
“Dirigir, limitar o suspender cierta actividad o función
Por otra parte, la palabra intervención nos remite al término médico y con ello la idea de "precisión", "trabajo en equipo", "trabajo estratégico y paciente", "uso de material y recursos adecuados".
Estas maneras de entender el concepto de intervención nos acerca con algunas de nuestras acciones en el campo clínico. Ya que necesitamos actuar en el proceso, muchas veces ser mediadores de conflictos entre los distintos operadores intervinientes, hay que poner límites y decidir qué acción seguir y cuál suspender. Implica sí o sí un trabajo en equipo y estratégico, no porque sean pasos estancos sino con el objetivo de armar un plan de intervención cuya finalidad sea el reaseguro de los derechos de los niños/as.
Para poder dar cuenta de qué tipo de intervención estamos hablando, es necesario retomar algunos conceptos que aclaren el campo sobre el cual vamos a intervenir.
¿Qué entendemos por Trata de Personas con Fines de Explotación Sexual?
Explotación sexual: Victimización sexual de una persona ligada a una remuneración económica o de otro tipo de beneficio; los beneficiarios son el explotador y los intermediarios eventualmente la víctima y su familia recibe un “beneficio” económico (Molina L., 2008) Ya sea a través de la prostitución, pornografía, pornografía en internet, turismo sexual.
La trata se configura mediante el reclutamiento, traslado o recepción de una persona con fines de explotación, como el trabajo forzado, servidumbre, y esclavitud y prostitución.
La trata es un tipo de esclavitud y una grave violación de los derechos humanos. La víctima es comparada a una mercancía y estamos frente a la pérdida de:
Pérdida de libertad
Pérdida de dignidad
Pérdida de identidad
Pérdida de sus derechos
Viven bajo amenaza
Sometidos a condiciones infrahumanas
Sometidos a actividades de servidumbre
Podemos dar cuanta de algunas de estas violaciones a sus derechos en palabras de las víctimas.
Una paciente relataba: "La puerta tenía solo una tranca, pero cada vez que queríamos salir a fumar al parque, íbamos acompañadas por la dueña del salón (prostíbulo), nunca nos dejaban salir solas: Otra vez que me vio cuando me acerqué pegó un balazo en mi pie y me dijo que la próxima vez iba a ir en mi espalda".
"Cuando se enteraron de que estaba embarazada, mi “marido” me llevó a un lugar donde me molió a golpes en la panza hasta que empecé a sangrar, pedí auxilio por la cantidad de sangre que me salía y me llevaron a un hospital y me hicieron un raspaje. Después de que me hicieron el raspaje, esa misma noche tuve que trabajar. Yo tenía que atender entre 10 y 15 hombres por noche, a veces eran el doble".
En el marco de esta vulneración de derechos, encontramos ciertos factores de riesgo que debemos tener en cuenta a la hora de evaluar la intervención.
A nivel macrosocial podemos nombrar:
Escaso conocimiento del tema: poca sensibilización y actitudes discriminatorias
Tolerancia social
Influencia de los medios de comunicación: mujer como objeto sexual
Discriminación de género traducida en desigualdad legal y social
Falta de oportunidades de inserción laboral y social de las familias
Pobreza
Insuficiencia de control y denuncia adecuados para la persecución y sanción criminal a los tratantes, clientes y funcionarios cómplices
Fronteras permeables
Escasas campañas informativas
Baja tasa de matriculación escolar
Falta de registros de nacimientos à facilita el tráfico
Demanda de explotación sexual
2. A nivel microsocial podemos nombrar:
Posibilidad de engañar a los niños/as con incentivos falsos
Niños/as carentes de cuidados parentales, víctimas de negligencia, malos tratos. Los descuidos y altos niveles de violencia facilitan la creencia de que fuera de la casa se puede estar mejor; abuso sexual infantil. Esta puede ser una razón para escapar de la casa y como “preparación” para la posterior conducta sexual , por otra parte, el aislamiento condiciona el acceso a la ayuda externa.
La interrelación de todos estos factores junto con la condición de vulnerabilidad del niño, hacen que el riesgo de victimización de estos últimos sea alto.
Ahora bien, qué es lo que podemos observar en la clínica:
1) Niños u adolescentes en situación de cautiverio con participación de la familia o de algún miembro como entregador. Estas familias suelen presentar grados altas de negligencia.
2) Niños explotados en situación de calle.
3) Niños explotados con algún grado de connivencia de la familia. Aquí se juega la lealtad a la familia y la ayuda económica hacia ésta.
En todos los casos antes mencionados es común observar una conducta por parte del niño de defender a su familia, negar lo ocurrido o la participación de la misma en la red. Esta actitud jamás debe correlacionarse con una minimización de los hechos o en una negativa para investigarlos y tomar las acciones legales que sean indicadas. Veremos más adelante cómo estas distorsiones cognitivas se gestan.
Volvamos al concepto de intervención. La intervención en esta problemática implica hablar de una intervención psicosocial. Esto significa que habrá varias áreas que confluirán en el abordaje.
Por un lado la intervención legal. Esta arista es la base de toda la intervención ya que garantiza los derechos del niño y lo protege.
Al mismo tiempo se dará intervención a los distintos profesionales que colaboran en el armado de la estrategia para garantizar el bienestar psicoemocional del niño.
Una vez que el niño ha sido recatado es prioritario realizar la consulta médica para chequear que su salud física esté en orden. Estos niños pudieron estar privados de alimentos, drogados o castigados físicamente.
En este control médico hay que incluir la evaluación por un médico psiquiatra ya que los niños pueden estar con síntomas que pongan en riesgo su vida.
Una vez que contamos con estas variables medianamente estables, podemos incluir el tratamiento psicológico.
Todos estos actores necesitan estar comunicados para aunar criterios en función de las necesidades del niño. El trabajo en red es una de las principales estrategias para que la intervención sea eficaz. Esto no significa que todos los operadores piensen igual sino que puedan desde cada disciplina velar por el interés superior del niño.
Los otros requisitos que necesitamos para poder acercarnos a una intervención eficaz son:
Conocer y comprender las características de la problemática.
Comprender los grados de intervención
Comprender el impacto traumático
Saber acerca de los recursos disponibles
Si bien estamos hablando de situaciones de explotación sexual infantil, sabemos que en la mayoría de los casos los niños estaban sufriendo algún tipo de maltrato intrafamiliar. Por tal motivo es absolutamente necesario que los operadores intervinientes tengan conocimiento acerca del marco teórico del maltrato infantil y de cómo se abordan estos casos, desde los psicosocial y desde lo legal. Dentro de este marco es que se torna necesario evaluar durante todo el proceso lo factores de riesgo para el niño en el sentido de evaluar si sigue siendo víctima de malos tratos.
El hecho de que el operador esté entrenado en trauma se torna indispensable, no solo para evaluar el impacto traumático sino para saber acceder al niño y diseñar un programa terapéutico en base a la evaluación previa. En la actualidad todos los desarrollos neurobiológicos nos dan las herramientas suficientes para diseñarlo.
Una vez enmarcados en el proceso terapéutico en sí mismo, es vital que el terapeuta conozca los últimos desarrollos respecto de las características del trauma complejo, su evaluación y el tratamiento por etapas necesario en estos casos. Si bien los hechos por sí mismos no dan cuenta del impacto traumático, es necesario barajar este abanico de posibilidades postraumáticas.
Características de la problemática
Cuando hablamos de explotación sexual infantil estamos dando cuenta de un trauma prolongado y repetido. Esto significa que la víctima está en contacto continuo con el perpetrador donde este último crea una relación especial de control coercitivo. El perpetrador se convierte en la persona más poderosa en la vida de la víctima y su psicología se ve moldeada por las acciones y creencias del mismo.
Uno de los primeros objetivos del ofensor es la dominación psicológica del niño/adolescente: la sumisión de la víctima a través de un control despótico. El perpetrador a su vez parece no estar satisfecho y busca el respeto de la víctima, que le demuestre gratitud y amor. Busca una víctima complaciente. Lo logra a través de técnicas de debilitamiento y desconexión. Estas estrategias causan terror e indefensión. Destruyen el sentido del yo de la víctima consigo misma y en relación a los demás.
Algunos autores llaman a este proceso "aclimatación", en donde se está infligiendo un trauma psicológico de manera repetida y sistemática.
La víctima se convence de que el perpetrador es omnipotente, que resistirse es inútil y de que su vida depende de ganárselo a través de la sumisión.
No es necesario usar la violencia para que la víctima viva un constante estado de terror. La amenaza de muerte o de sufrir daño para sí o para terceros es más efectiva. Este terror puede aumentarse al darse explosiones inexplicables de violencia por parte del proxeneta o a través de aplicar reglas mezquinas (por ejemplo darle un beneficio como bañarse según él disponga).
El ofensor se convierte contradictoriamente y poco a poco en el salvador. Es de quien depende la vida y la muerte también.
Una adolescente que había estado capturada con pérdida de su libertad pasó dos años de su tratamiento psicológico, luego de ser rescatada, hablando acerca del proxeneta como la persona que le salvó la vida, que le daba de comer y la cuidaba. Se refería a él como "su padre".
Una de las maneras más efectivas de aterrorizar a la víctima es destruyendo el sentido de autonomía de la misma:
Observando minuciosamente y controlando el cuerpo y sus funciones corporales: ¿Qué come? ¿Cuándo duerme? ¿Qué viste? Y en el otro extremo, de privarla de comida para debilitarla o usando drogas.
Esto produce un profundo sentimiento de vergüenza por el ataque a la autonomía física. Este sentimiento de vergüenza a su vez se sienta en las bases de una emoción mucha más profunda que el niño puede sentir producto de los primeros vínculos de apego. Donde probablemente no fue visto por estos adultos. Incluso estos niños pueden desarrollar una identidad vergonzosa. Elemento nodal en las traumatizaciones complejas.
Lo que nutre a esta identidad vergonzosa son las creencias:
Estoy dañado
Así nací y no cambiaré
Nunca seré querido
No merezco nada
Nadie puede entenderme
Nadie puede ayudarme
La vergüenza encarna una intensa activación fisiológica que lleva a la desregulación. Con un cambio brusco desde la hiperactivación a la hipoactivación propia de las reacciones pos traumáticas. Es la respuesta frente al abandono, al rechazo, al maltrato. El niño puede sentir vergüenza hasta de las estrategias utilizadas para sobrevivir, se siente culpable de esta vergüenza que lo hace esconderse, hacerse invisible.
Esto beneficia al proxeneta ya que el sistema de conexión social necesario para apegarse a un otro se desactiva. El terreno para avanzar sobre el "yo" de este niño está allanado.
Como veníamos describiendo, el cuerpo y el uso del cuerpo que hace el proxeneta conllevan en sí mismo a una respuesta disociada en el niño. El cuerpo se convierte en la fuente de humillación y alivio también. Ya que el ofensor puede dar indulgencias en este sentido y permitir favores como castigarlo y dañarlo.
En un futuro cercano ese niño podrá sentir extrañeza frente a las sensaciones corporales, no pudiendo dar cuenta de las señales del mismo o interpretándolas mal. Pueden llegar a sentir estas sensaciones como intrusiones o amenazas que hay que silenciar: ¿cómo? a través de la autolesión y la evitación.
Otras veces sienten sensaciones de dolor en su cuerpo sin correlato con alguna enfermedad. Su dolor puede basarse en la experiencia somática vinculada al pasado traumático.
Una adolescente describía un fuerte dolor en las piernas que la hacía renguear. Nunca supo a qué se debía. En su tratamiento psicológico descubrió que ese dolor era producto del recuerdo del abuso cuando su padre abría bruscamente sus piernas para abusar sexualmente de ella. Esto nos muestra la importancia del trabajo terapéutico con el cuerpo y la regulación fisiológica.
Otra de las estrategias del ofensor será la dominación absoluta de la víctima a través de la "desconexión humana": aislándola de información, de la ayuda material o apoyo emocional.
Al quedar más y más aislada depende cada vez más del perpetrador, incluso para el apoyo emocional. De esta manera empezará a ver el mundo a través de los ojos del captor.
Una niñita contaba: "el peor momento fue cuando se llevaron a mi mamá y me quedé sola (aislamiento). El venía y me amenazaba con matarme o matar a mamá con un cuchillo. También me pegaba con un palo"
La última etapa de sumisión total es cuando el proxeneta logra que la víctima viole sus propios principios morales y traicionar sus vínculos humanos. Allí la víctima puede perder las ganas de vivir convirtiéndose en la fantasía de control interno.
Una adolescente relataba cómo había visto matar a su compañera y ella no había podido hacer nada, ni siquiera gritar. La misma adolescente escribió:
“Me odio. Me quiero morir. Ya no quiero vivir más. Todo me parece nada. Todo es difícil. Yo me quiero morir. Yo no sirvo para nada. Quiero estar bien pero no puedo. Me odio. Me odio, me odio y me odio".
Este trauma repetido y crónico tiene como núcleo el temor a que esta situación se repita. Para muchas víctimas este horror continúa aún después de liberadas. Y muchas veces este temor se convierte en realidad si falla la intervención de los profesionales.
El niño/adolescente pueden sentir que su yo ha cambiado irrevocablemente y hasta perder la sensación de su propio yo, no logrando tener ningún estado básico de calma física u emocional.
Dice Judith Herman: “La cautividad destruye la sensación normal de una esfera segura de iniciativa. Cualquier acción es para ella una consecuencia terrible por eso no lo hacen. El perpetrador sigue ahí aún después de la liberación. La víctima teme que la encuentre pero también se siente vacía sin él".
La cautividad genera una alteración de las relaciones humanas y aumenta la dialéctica del trauma. La víctima buscará aferrarse al otro de manera desesperada y a su vez se alejará con un inmenso terror.
Estas conductas pueden repercutir en los que la rodean con una confusión y perplejidad, donde no saben cómo responder o lo que es peor rechazan a la víctima. Este círculo vicioso confirma a la víctima que no puede confiar en nadie.
Vuelvo a citar a Herman: “La superviviente fluctúa entre el vínculo intenso y el alejamiento aterrorizado… Puede aferrarse desesperadamente a una persona que percibe como rescatador, huir de repente de una persona que sospecha es un perpetrador o cómplice, demostrar una gran lealtad y devoción a una persona que percibe como aliada, o dirigir su ira y su desprecio hacia alguien que parece ser un testigo complaciente. Los roles que asigna a los demás pueden cambiar repentinamente como resultado de pequeños lapsos de decepción porque ya no confía en ninguna representación interna de otra persona… Como la mayoría de la gente no consigue aprobar los exigentes exámenes de confianza que establece la víctima, esta acaba alejándose de las relaciones.” J.Herman (1997), Trauma y recuperación.
Frente a esta realidad nos enfrentamos cuando estamos interviniendo con estos niños/adolescentes que han sido víctimas de la explotación sexual.
Al principio nombramos uno de los derechos vulnerados de estos niños haciendo referencia a su identidad. Esta pérdida de identidad se da en todas sus estructuras psicológicas: en el cuerpo, en la imagen de sí y de los otros y una pérdida de los valores. Es frecuente que en la cautividad le cambien el nombre, les priven de sus objetos personales, les cambien la ropa y no les permitan tener ningún contacto a través de los objetos con su vida anterior.
Algunos autores llaman a este proceso "deshumanización", en donde la víctima convive con un yo fragmentado. Corriendo el riesgo de que junto a un proceso depresivo se establezca una ira contenida. Ira que no pudo ser expresada por el terror al que estuvieron expuestas. Muchas veces aún después del rescate esta ira se manifiesta en explosiones hacia el afuera o hacia ellas mismas.
Esta pérdida de identidad se ve reflejada como decíamos, en el cuerpo que fue ultrajado, esclavizado y dañado, un cuerpo controlado por el abusador.
Junto a este proceso puede aparecer en la víctima el sentimiento de haber sido cómplice de este ofensor, en varios aspectos. Algunos pacientes refieren sentirse cómplices hasta de los asesinatos que han tenido que presenciar.
Todas las consecuencias que estuvimos viendo hasta aquí forman parte de lo que se conoce como traumatización compleja. La misma hace referencia a la experiencia de múltiples eventos traumáticos que ocurren dentro del sistema de cuidado (padres, familia), que se supone debería ser fuente de seguridad y estabilidad en la vida del niño (NCTSN, Complex Trauma Task Force, 2003).
Estamos en presencia de la ocurrencia simultánea o secuencial de maltrato (emocional, negligencia, abuso sexual, maltrato físico, testigos de violencia), de manera crónica y de inicio en la temprana niñez.
El impacto en el paciente se manifiesta en varias áreas del desarrollo: el apego, el autoconcepto, la conducta, la biología, las relaciones interpersonales, la cognición, los vínculos con el contexto, y la conciencia.
En el área del apego podemos encontrar sintomatología asociada a:
Problemas con los límites
Desconfianza
Aislamiento social
Dificultades interpersonales
Dificultades en sintonizar con las necesidades emocionales del otro
En el área de la biología:
Problemas en el desarrollo sensorio motor
Analgesia
Problemas en la coordinación, balance y tono corporal
Somatizaciones
Mayor prevalencia de enfermedades
En relación a la regulación emocional:
Dificultades en la regulación emocional
Dificultades en reconocer y expresar los sentimientos
Problemas para reconocer y describir estados internos
Dificultades para comunicar sus necesidades
En el área de la cognición:
Dificultades en la atención y en la función ejecutiva
Pérdida de la curiosidad
Problemas en procesar información nueva
Problemas en la focalización de tareas
Dificultades en la planificación y anticipación
Problemas en entender la responsabilidad
Problemas de aprendizaje
Problemas en el desarrollo del lenguaje
Problemas en la orientación del tiempo y espacio
En el área del autoconcepto:
Pérdida del sentido de predictibilidad y continuidad del self
Distorsiones en la imagen corporal
Baja autoestima
Culpa y vergüenza
Respecto a la disociación:
Alteraciones de los estados de conciencia
Amnesia
Despersonalización y desrealización
Dos o más estados de conciencia
Falta de memoria para eventos importantes de sus vidas
David Finkelhor dice que la polivictimización o los traumas interpersonales adversos para el desarrollo dejan a la persona en riesgo de una interrupción o quiebre en el sano desarrollo fisiológico, psicológico y social.
Influyendo en el desarrollo de un cerebro sano tanto a nivel estructural como funcional. Esta fragmentación de la que hablábamos, puede manifestarse en los procesos disociativos.
La disociación en una falla en la integración de distintos aspectos de la conciencia, pensamientos, emociones, sensaciones corporales, estados de conciencia, conductas.
Dando lugar a una serie de síntomas como por ejemplo: despersonalización, desrealización, problemas en la memoria, en el control impulsivo, en la regulación de las emociones, problemas somáticos severos. Los pacientes pueden oscilar entre un "sentir mucho": las emociones los desbordan, no pueden regularlas, reviven el evento traumático como si estuviera pasando en este momento. Y por otro lado, "un sentir muy poco": el paciente puede padecer amnesia o están emocional o físicamente anestesiados. Con inhabilidad para sentir placer y evitando cada vez más los disparadores de la vida cotidiana, restringiendo su vida.
Frente a este cuadro de realidad tanto interna como externa, es fundamental a la hora de intervenir hacerlo de manera gradual. Esto no significa que no haya que tomar las medidas de protección de manera inmediata, sino que una vez que el niño está fuera de peligro real, el trabajo netamente terapéutico debe ser escalonado.
Los estudiosos del trauma proponen trabajar en tres etapas. Este abordaje es un abordaje espiralado, es decir que se tenga que ir y venir por cada una de estas etapas. La primera etapa consiste en ayudar al paciente a establecer un lazo de confianza con el terapeuta y lograr disminuir los síntomas de riesgo para luego abordar la regulación emocional como eje de la etapa. Es fundamental que se diagnostique la presencia de síntomas disociativos, ya que en esta etapa deben ser abordados en primer lugar.
La segunda etapa se enfatiza el trabajar con el procesamiento de las situaciones traumáticas. Y la tercera implica ayudar al paciente a integrarse a la vida cotidiana de una manera saludable.
Parte de una intervención eficaz lo ocupa el papel del operador de salud. El operador deberá estar atento a qué le genera la intervención y el contacto con estos niños y esta problemática.
“Los pacientes que han sobrevivido al trauma suelen ser los pacientes más difíciles de tratar. Tiene patrones relacionales particulares junto a una dependencia e intensa necesidad que los hacen grandes “probadores” de las habilidades del terapeuta” (James Chu).
Hay algunas "trampas " que los operadores deben tener en cuenta a la hora de abordar este trabajo:
Puede generar desconcierto y perplejidad en el operador, frustración y desesperanza: "no hay nada que pueda hacer".
Puede aparecer rechazo hacia la víctima, y esto generar la retroalimentación de su percepción de que no puede confiar en nadie o que no hay salida salvo la que ya conoce. Así podría estar nuevamente vulnerable al peligro.
El terapeuta/operador puede esperar infructuosamente que el paciente confíe en ellos. Estos pacientes padecen de una desconfianza básica y espera ser traicionado.
Esta falta de confianza puede hacer que el operador se vuelva distante con el paciente.
Pueden aparecer problemas en relación a los límites ya que los pacientes tienen esta doble característica de apegarse y temer al apego, convirtiéndose por momentos en muy demandantes.
Los pacientes alternan entre estados de pérdida del control e intentos de mantener un control sobre sí mismos y de sus sentimientos. Debido a la indefensión durante el maltrato y por haber sido controlados por sus padres maltratadores. Esto deberá ser regulado por el terapeuta.
Negación: Es la necesidad de estos pacientes de creer que las experiencias no ocurrieron, por eso disocian. El terapeuta no debe confabularse con esta negación
El terapeuta puede ser objeto de proyecciones, son vistos como cuidadores, abusivos, amistosos, hostiles, empáticos, etc. También lo culpan y esto hace que el terapeuta tenga una variedad de sentimientos y respuestas o puede llevar a cabo determinados actings
El operador puede sentir horror frente a la historia y dar lugar a conductas defensivas, negando, apurando los tiempos de procesamiento, negándose a tratar el tema .Esto incrementa la soledad del niño/familia y su desesperación
Pueden aparecer sentimientos como vergüenza, pena y repulsión que pueden depositarse en el niño/familia y sus conductas .Esto refuerza el sentimiento de ineficacia del niño/familia
Puede aparecer culpa por no haber vivido lo mismo que el niño o por sentir impotencia. Así puede evitar ahondar en el trauma.
Es indispensable que el operador /terapeuta contrarreste estos riesgos con la supervisión constante, la formación continua, el trabajo en red, y el trabajo con su propio triángulo de conciencia: sus pensamientos, sus acciones y sus emociones. Tal vez nos sirva de guía este fragmento de Carl Rogers:
“El terapeuta piensa: He aquí a esta otra persona, mi cliente. Me siento algo temeroso ante él, temeroso de sus profundidades, tal como me ocurre con las mías. Y sin embargo, a medida que habla, comienzo a experimentar respeto hacia él, a sentir mi vínculo con él. Siento cuanto lo asusta el mundo y los ingentes esfuerzos con que intenta mantenerlo en su sitio. Quisiera captar sus sentimientos y que él advierta que los comprendo. Quisiera que sepa que estoy a su lado, en su mundo estrecho y oprimido y que puedo observarlo relativamente libre de temor. Quizá logre convertirlo en un mundo más seguro para él. Me gustaría que en esta relación mis sentimientos sean tan claros y transparentes como sea posible, de esa manera él tendría una realidad discernible a la cual retornar una y otra vez. Sería bueno poder acompañarlo en el espantoso viaje que debe emprender hacia su propio interior, a encontrar los temores ocultos, el odio y el amor que jamás se ha permitido sentir. Reconozco que este viaje es muy humano e imprevisible para ambos y que quizá yo mismo eluda en mi, sin saberlo, algunos sentimientos que él irá descubriendo. Hasta ese punto sé que mi capacidad de ayuda se verá limitada. Sé que en ciertos momentos sus propios temores lo harán percibirme como alguien despreocupado, un intrusos que lo rechaza y no lo comprende. Quiero aceptar plenamente estos sentimientos en él, no obstante, espero que mis propios sentimientos se manifiesten claramente, de modo tal que él logre percibirlos en el momento preciso. Sobretodo, quiero que encuentre en mi a una verdadera persona. No debo sentir inquietud alguna respecto de la cualidad “terapéutica” de mis propios sentimientos. Lo que soy y lo que siento es suficientemente bueno como para servir de base a una terapia, siempre que logre ser lo que soy y lo que siento en mi relación con él. Entonces quizás él también logre ser lo que es, de manera abierta y libre de temor” (Carl Rogers, 2005).
Si pudiéramos entonces resumir las directrices para hacer más eficaz nuestra intervención en los casos de niños que han padecido estas traumatizaciones podríamos empezar por el final. Cuanto más atento a sí mismo esté el operador, cuanto mejor podrá llevar las acciones descriptas a través de la comunicación con todos los operadores de la red y en especial en sintonía empática con este niño/a/adolescente que sufre las consecuencias de estos malos tratos.
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