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Foto del escritorPaula Moreno

Abracadabra: La Magia como Intervención Terapéutica

Actualizado: 26 may 2020


¿Sabes Maestra? Es hora de que le cambie el nombre. Fue mi última frase de la conversación que mantenía con ella.


Aquí reina la magia y la imaginación. Lo bauticé NAIKU, en honor a las habitaciones sagradas de los santuarios japoneses.


Mi certeza era visceral, cada vez que era testigo del proceso de sanación en ese espacio.


Como si la mente nos llevara al más bello santuario japonés, atravesamos la puerta de entrada o torii. Dejamos los zapatos afuera, no solamente por cuestión de higiene, sino más bien por la ligereza regalada a nuestros pies. Como si liberáramos un espacio en nuestro cuerpo de presiones incómodas e innecesarias. Ritual sensible a la sencillez, preludio del estar cómodo.


Al pasar por debajo del marco de la puerta, un aroma hecho nube de vainilla nos hace flotar.


- Paula, ese olor está siempre acá ¿no?. Me gusta, es como si fuera nuestro.


Cerquita de la puerta, casi imperceptible pero bien ubicada se encuentra ella. Una maleta antigua de cuero marrón desgastado. Se parece mucho a los equipajes de los inmigrantes que viajaban largas distancias en barco.


Aunque espera ser vista, sin apuro y colmada de sabiduría, confía.

Suele ocurrir que nadie deja de notarla y la intriga sube velozmente desde el ombligo a la boca que se abre para preguntar: ¿Qué tiene adentro? Pero ¿está vacía?


- No Marcos, no está vacía. Sólo hay que mirar con otros ojos. ¿Estás listo para emprender el viaje? Yo te acompaño.


-Poco a poco y con paciencia, descubrirás que todo estaba allí desde siempre.


Si nos metiéramos en la máquina del tiempo y adelantáramos unos meses para espiar la valija, ¿Saben qué encontraríamos?


Un enojo morado, picante, a 100 grados de temperatura que se condensó en los huevos que hicimos explotar contra el piso (material reutilizable para cocinar galletitas de calma).

Encontraríamos el día en que no creí que la varita mágica que estaba en el estante inferior de la biblioteca de Paula, llena de brillitos y con un sonoro abracadabra pata de cabra, podía transformar la tristeza en…


En la esquinita izquierda de la valija, con un aroma a nostalgia, asoma el frasco que Isabela hizo con su esencia. Un aceitero en desuso que Paula encontró y recibió lo más preciado de aquella niña.


-En esta valija no entra, dijo Seba.


-Tenés razón, le contesté. Vamos a tener que llevarlo como equipaje de mano, le sonreí.


Seba sostenía entre sus brazos el libro sagrado. Un antiguo libro de magia de un azul intenso. La llave maestra que cuelga sobre la cerradura dorada es la que abre la posibilidad de escribir en sus hojas de color manteca y con pluma (porque estamos ante un momento venerable), los poderes de cada uno.

Esos poderes que nos hacen ser tal y como somos. Seba escribió con prolija caligrafía: "Soy un gran goleador, odio las matemáticas y me sale tocar en la guitarra la canción de Queen". Y selló su declaración de amor a sí mismo con una firma parecida a un firulete.

Sin darnos por aludidos, dos caracoles venían escalando el costado del equipaje. Son nuestros maestros budistas. Ellos nos enseñan a ser pacientes y nos dan ejemplo de cómo el cuerpo puede ser nuestro mejor refugio. Paula los buscó en la planta de la vecina (colaborando de paso a controlar la plaga) para jugar carreras de caracoles. Paula suele contar la historia de su infancia jugando a lo mismo y suspirando en voz baja: "Hemos logrado una instalación de recursos múltiple".


En un instante, no sabemos muy bien cómo, se filtró por un huequito de la persiana, el miedo. Nuestro Naiku se ensombreció. Corrimos a buscar linternas y papel barrilete, nos recostamos en el suelo y un teatro de sombras fue el escenario para dar la bienvenida a aquello que nos aterraba.

Nuestra familia de bichos bolitas puestos intencionalmente en el centro de la habitación, nos sostenía en cada intento de tomar coraje.


La valija sigue ahí, observando con sus ojos nuevos, sintiendo con la piel de su cuero y escuchando con su más profundo latido del corazón, todo aquello que sucede entre Paula y cada niño o niña que toma ese equipaje para viajar. No hay duda de que la magia sucede entre colores, telas, carpas de indio, animales prestados, PUPS (pequeño universo portátil) hechos de gasas, susurradores largos como un tren y sombreros narradores.

Los objetos parecen crear la energía encantada para que el saber mágico sea canalizado. Una caja de cachivaches con un cartel donde se lee: "Tómalo entre tus manos, respíralo y escucha su voz". Allí descansan un reloj de bolsillo que cuenta travesuras viejas, una llave antigua que guarda secretos, una pluma de pájaro que hace cosquillas y un candado que grita socorro.


Un mutapete garabateado en la hoja negra que resalta la blancura de la tiza, se convierte en el personaje más bravío y corajudo de todos los tiempos. Mareado con el polvo de estrellas que descubrió atrás del frasco verde que el duende alado esconde en su espalda y tironeado por un títere fantasma que no para de repetir conjuros de memoria.


¿Cómo pude tan siquiera dudar por un segundo que la imaginación no constituía un camino de sanación? La alquimia perfecta para nuestro viaje.


La imaginación es la puerta a la libertad. Es el único lenguaje que los niños y las niñas conocen. Es el más profundo acto de creatividad que los llevará a descubrir nuevas alternativas a sus sufrimientos. Esas imágenes creativa con forma de aromas, sonidos, sensaciones en la piel, los ayudará a leer y percibir la realidad de una nueva manera.

Infinitas redes neuronales encendidas y activadas en distintas partes del cerebro, al servicio de sanar.


La magia y la imaginación logran hacer de la Teoría Polivagal de Porges, EMDR o la Teoría Centrada en la compasión, una posibilidad concreta.


La imaginación nos acerca a crear recursos para que nuestro sistema de calma se empodere, con dragones como arquetipos de la compasión, que con su fuego sagrado nos transmiten sabiduría, fortaleza, bondad y amor.

Un agujero negro como objeto encantado que nos acerca a entender cuando nuestro sistema de alarma está activado y cómo puedo treparme por sus paredes para estabilizarme y confiar en mis propios recursos.

La imaginación es el mejor hechizo de expresividad de la propia identidad, el mejor conjuro de autoconocimiento.


Y cuando el aquelarre de la sesión se lleva a cabo, terapeuta y niño, niña, entran en un perfecta sintonía que potencia su vínculo seguro. Juegan en una danza silenciosa y honda, en un lenguaje que sólo ellos dos conocen. Juegan a imaginar.


La imaginación es un ungüento exquisito que nos ayuda a experimentar la empatía. Gracias a que puedo imaginar tu dolor es que puedo hacer algo por él. Esa empatía que sólo puede encarnarse al inventar juntos una máquina hecha de papel y trapos que es capaz de salvar hasta el ser más recóndito del planeta.


La magia nos permite valorar la vida, lo pequeño se hace grande, lo sencillo tiene poderes descomunales, lo invisible se hace notorio, lo diario y rutinario convertidos en una práctica preciosa de descubrir nuevas alternativas en lo que ya está dado.


Por eso, jamás de los jamases, nunca de nunca dejes de creer en las hadas, en los guardianes de la imaginación, en la fuerza interior que te regala la magia.

Por hoy terminamos la sesión.

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